Ha dejado de ser un hecho aislado para convertirse en una constante que permea todos los niveles del sistema político. Venezuela lleva consigo luchas, triunfos y decepciones. No es reciente, sino una sombra que acecha cada etapa del proceso social. Lejos de ser un mero síntoma de la crisis, es el principal ingrediente y la causa que carcome la confianza ciudadana, debilitando las instituciones, corrompiendo la democracia y perpetuando la inestabilidad. La traición en la política más que un desencuentro ideológico; es una cicatriz que desgarra y divide la nación.
Venezuela está plagada de episodios de apostasía, que se remontan a la época colonial. La disputa por el poder, la ausencia de instituciones sólidas e influencia de factores externos han creado un caldo de cultivo propicio para la conducta perjura. El raquitismo partidista, el mediocre liderazgo, la polarización extrema y la corrupción endémica, intensifican la problemática.
Las consecuencias son múltiples y devastadoras. Destrucción del tejido social que mina el afecto ciudadano y desmejora los lazos sociales, generan un clima de suspicacia, un ambiente de desconfianza generalizada. La debilidad de las fundaciones del Estado, socavan la legitimidad y dificultan gobernabilidad y progreso. El desequilibrio por deslealtad, obstaculiza la implementación de políticas públicas, empeorando la problemática. La polarización exagerada, difamación, injuria y acusaciones mutuas, entorpecen el diálogo para el encuentro de soluciones consensuadas.
La insidia ingrata se ha convertido en un círculo vicioso. ¿Cómo salir? La respuesta no es sencilla, pero existen caminos posibles. Fortaleciendo la libertad de las instituciones democráticas, garantizando su independencia y transparencia. Combatiendo la podredumbre pública, uno de los principales factores que fomentan la perfidia política. Promover la nitidez y rendición de cuentas de la gestión de representación, es primordial para restaurar la confianza ciudadana. Obligación de los líderes a cumplir sus promesas. Iniciar el entendimiento y la búsqueda de aprobaciones entre las diferentes fuerzas políticas. Y, más importante, condenar la abjuración, creando mecanismos sociales y legales para sancionarla y evitar su recurrencia.
La superación de la cultura de la villanía felona en la política venezolana es un proceso largo y complejo que requerirá la participación activa de todos los actores sociales. Sin embargo, es una tarea urgente si se quiere construir un mejor futuro. Una epidemia que ha corroído e instaurado un hondo daño social. Para superarla es vital un cambio cultural profundo.
La felonía tiene efectos devastadores para la democracia, se burla, la desprotege y abandona. A la ciudadanía la destruye en sus lazos íntimos, de cooperación y amistad. Cuando un político incumple un acuerdo y deshonra su palabra empeñada, rompe pactos de colaboración y viola sin piedad un adeudo. Por lo que construir un sistema que premie la lealtad y el compromiso con valores y principios democráticos; es imperativo que se castigue la doblez interesada y el robo, asalto al erario nacional, comprometiéndose con una visión centrada en el respeto, decoro y honestidad.
La vileza en la política venezolana no es una simple historia de deslealtades, es un problema estructural que amenaza el futuro democrático. ¿Se puede construir una cultura basada en la confianza y compromiso hacia el bien común? Tal vez la vía hacia esta transformación sea con demora, pero con cada ciudadano comprometido y cada líder dispuesto a enaltecer su palabra, el país podrá apreciar un cambio genuino y sostenible. La democracia puede sanar sus cicatrices, para ello, debe superar la ponzoña de la traición, indignidad del engaño, y construir una sociedad basada en la rectitud, probidad y lealtad hacia la ciudadanía.
@ArmandoMartini
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