Cierto, un tsunami desinstitucionalizador ha anegado el siglo XXI venezolano. Todo es intrascendente, provisorio y banal para un Estado multiplicador de sus cada vez más inútiles instancias, bajo la poderosa abstracción del llamado poder popular, con la excepción precisa, inequívoca y aplastante del continuismo gubernamental absolutamente fulanizado.
Después arteramente implementada, recordemos que la frustrada reforma constitucional de 2007 alentó la masiva transferencia de los problemas aún más graves y seculares a las comunidades de limitadísimas posibilidades y recursos, desocupando así al poder central. Propósito éste de difícil alcance, la duplicación y el congestionamiento de entidades y competencias definitivamente son dirimidas por el probado uso de la fuerza e influencia de tendencias, grupos, corrientes e individualidades oficiales y oficiosas, inevitables bajo esta larga experiencia socialista; por ello, el ejercicio real del derecho administrativo resulta un estupendo marcador, tratándose de una disciplina académica y una práctica forense que muy antes expuso importantes avances, ahora relegadas a una retórica soporífera de viejos manuales.
Llamada institucionalmente a reivindicar la unidad, será tarea fundamental de la oposición la de reordenar al país de acuerdo a lo pautado por la Constitución, obligada la dirigencia democrática a soportar estoicamente la aspérrima reacción de los adversarios, dando respuestas estratégicamente acertadas y maceradas por toda la vocación, experiencia y talento político que sea posible. Significa el desmontaje crítico y eficaz del sistema de representaciones simbólicas de encubrimiento, como lo ha planteado el profesor Luis Ricardo Dávila, por cierto, autor de dos títulos que inspiran la presente nota: “El Estado y las instituciones en Venezuela (1936-1945)” [Caracas, 1988] y “Venezuela: La formación de las identidades políticas” [Mérida, 1996].
En efecto, por una parte, recuperemos una valiosa tradición que hizo posible la aparición de sendas instituciones en el país muy antaño caracterizado por terribles montoneras, guerras y escaramuzas civiles. A pesar de la animadversión expresa y frontal de puntuales intereses políticos y económicos por entonces organizados, macerados con el tiempo, surgieron las Fuerzas Armadas, el Banco Central, o PDVSA, ahora requeridos de una importante e inexorable actualización en atención a la vibrante y también peligrosa realidad y transformación planetaria de cuyo debate somos increíblemente ajenos.
Parir la institucionalidad de una transición democrática, por otra, necesita del avenimiento sólido, mínimo y estable que igualmente estimule y autorice la propia actualización y superación ideológica de los diferenciados factores, movimientos y partidos políticos tan urgidos de redescubrir e interpretar la contemporaneidad. Apelamos a una expresión atribuida a Heidegger que a lo mejor descontextualizamos: “el futuro es el origen de la historia”, por lo que ya no hay vuelta atrás y son otros los sentidos, afiliaciones e identidades que se asoman, además, esperando por la más adecuada y justa medida, calibración y orientación ética, en el curso de una realidad limpia y sucia a la vez.
@luisbarraganj
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