Vivimos tiempos de una gran anormalidad institucional. Perdieron importancia y sentido el parlamento nacional, el regional y los concejos municipales. Muy pocos ciudadanos tienen idea de la naturaleza y la utilidad de tales instancias porque hemos extraviado el significado de las instituciones. Bajo este régimen, todo es pasajero, excepto quien encabeza el poder. Se crean, mutan y desaparecen numerosos ministerios, sin que, prácticamente, a nadie le importe. Pagan tan mal en la administración pública, pues está quebrada y su importancia es tan efímera, que pocos le trabajan. A los pocos que quedan no les alcanza el salario para levantar una familia, como era antes de Chávez. Y, obviamente, que liquiden una dependencia oficial y le deban las prestaciones sociales por el resto de la vida a la gente que trabajó en ella, ya carece de valor, al compararla con la gran inflación que se vive. Es la costumbre hecha ley.
En los estudios de opinión nadie se acuerda de que el parlamento existe y que, para más remate, haya dos. Que uno sea legítimo y el otro no, o ninguno lo sea, no importa. En los hechos, en la práctica, está el que preside Jorge Rodríguez y el de Juan Guaidó. ¿Rinden cuentas? ¿Trabajan? ¿Hablan, al menos? En lo que respecta a la Asamblea Nacional de 2020, deben tener el mismo comportamiento al del parlamento que cubrió el período al que yo pertenecí, entre 2011 y 2016. Fue una sucursal de Miraflores y salía adelante por el pequeño grupo de oficialistas que eran los que se lucían, mientras el resto de los diputados de la mayoría gubernamental solo venían a Caracas a alzar la mano, o a cuadrar algún negocio tras bastidores. Ese pequeño grupo contaba con el personal asambleario indispensable y los técnicos ministeriales que le hacían la carpintería. De todos modos, las leyes habilitantes les ahorraba mucho esfuerzo. Sus rendiciones de cuenta eran publicadas y publicitadas. El contraste lo ofrecíamos los diputados de la oposición, cuyo promedio trabajaba. Asistían a las comisiones de adscripción. Se movían. Pero medio publicaban o terminaban por no publicar nuestros informes de gestión. La gente se enteraba de nuestro trabajo a través de los medios de comunicación todavía en pie y por las redes digitales. Si esto pasaba por aquellos años, ¿cómo será ahora que tienen un control absoluto de la cámara, como ocurrió entre 2006 y 2011?
En relación con el parlamento de 2015, hay tres etapas. En la primera, se trató de hacer el esfuerzo institucional de deliberar, legislar y controlar -la cual es su real función- pero Nicolás Maduro ejecutó un absurdo desacato y sus colaboradores lo aplicaron; varias leyes fueron sancionadas, ningún funcionario mayor o menor del Ejecutivo compareció a las comisiones permanentes; y, poco a poco, fueron despojados de los espacios hasta perder la sede definitivamente con Guaidó como presidente encargado de la República, simultáneamente. En la segunda etapa, la del comienzo del interinato, unos forzados y otros de modo voluntario, se fueron del país, por lo que la escena fue tomada por un porcentaje importante de diputados suplentes; culminó la etapa con el zarpazo de los alacranes, después de tanto lidiar con aquello de la aplicación o no del TIAR y otros temas gruesos que le permitió a las minorías destacarse, porque ya las fuerzas y el entusiasmo de los integrantes del G-4, se había debilitado. Y, entramos, a la última etapa, la de la extensión del mandato parlamentario más allá del 5 de enero de 2021, fecha en la que ha debido culminar el período aunque todo el mundo duda de la legitimidad de las elecciones de 2020 a la que no concurrió la oposición seria y responsable.
En la presente etapa es poco lo que se puede hacer en términos, estrictamente, legislativos y mucho más de resistencia. Funciona una Comisión Delegada que no impide el desenvolvimiento de los demás diputados, “los que quedan”. Aunque no es mucho lo que se puede hacer, sí hay diputados que lo hacen. Es verdad que no les pagan, y se dice que dieron una plata el año pasado y esperan por otra, en los meses siguientes; sin embargo, los cercanos y partidarios del interinato gozan de tratos especiales; y que no es mucho de tomar en cuenta el riesgo que corren en Venezuela y los sufrimientos de estar fuera del país para la mayoría de quienes no se metieron nada en sus bolsillos con los activos de la República.
Citado en un artículo de tiempo atrás, hay un seguimiento académico. Un par de investigadores estuvieron recabando información para sus tesis de grado que revela que, aparte de la junta directiva, y uno que otro presidente o vicepresidente de comisiones, la mayoría de los representantes hace muy poco o nada. Tienen posibilidades muy reducidas de actuar, pero al menos pueden hablar. El grueso de los parlamentarios, ni siquiera hablan. Este es el más elemental trabajo que se les pide. Los hay que cobraron y cobraran sin trabajar, si es que algún día les pagan. Algo que no pueden remediar es no hablar porque el miedo es libre aunque se llenan la boca en el seno de sus partidos. Un elevadísimo porcentaje de los diputados opositores no hablan desde mediados de 2020 en las sesiones oficiales de la Asamblea Nacional de 2015.
Para muchos que se hicieron la gran expectativa que, con la asamblea del 2015, cambiaria nuestra situación política con el gran triunfo que se demostró, dejando nuestras apetencias a un lado y trabajando en unidad, al parecer momentáneamente, el resultado no fue el esperado, nos confiamos y subestimamos al oponente. Pensamos que teníamos el camino adelantado. Pero como siempre sin que terminemos de entender que nuestros enemigos están en la acera del frente y no con nuestros aliados, perdimos todo ese gran espacio que se había recuperado. Y aunque el lector piense que al hablar de la unidad nos debilitamos es lo contrario: es buscar que en esa gran cantidad de debilidades se consiga el mejor camino para la solución de nuestros problemas. Es no olvidar que hemos insistido, persistido y resistido para lograr esa unidad de fuerza, pensamiento y empuje hacia una democracia real y un país en libertad.
@freddyamarcano