OPINIÓN

Tormenta en altamar 

por Gustavo Tovar-Arroyo Gustavo Tovar-Arroyo

 Sujetos del olvido

Te escribo ahora desde la guarida, nuestra guarida. Aquí estamos tú y yo reposando el ajetreo diario que significa luchar contra la peor tiranía que haya sufrido las Américas: la chavista. Quiero contarte algo mientras descansamos, en los ochenta mientras vivía en Toronto, Canadá, sábado a sábado mi amigo Henry y yo visitábamos a veteranos de la Segunda Guerra Mundial, muchos de ellos lisiados, amputados o traumados, para distraerlos y mitigar sus desconsuelos. Nadie lo hacía, nadie acompañaba sus memorias, eran sujetos del olvido, vivían en la quinta dimensión.

Para mí, en cambio, era una fuente de aprendizaje y comprensión de la humanidad única. No había fiesta, no había novia, no había nada que superara el visitarlos.

Quería conocer las heridas de la guerra.

Distraerse del ataque socialista

Recuerdo lo enternecedor que fue para mí descubrir que en medio de la guerra, las balas, los bombardeos y los tanques de otro socialismo nacionalista asesino –como el chavista–, el nazi, los momentos de mayor distracción y placer los representaban las conversaciones íntimas, cargadas de memoria y nostalgia, que se daban entre combatientes en los instantes de tregua en sus guaridas. Es decir, sí había momentos de solaz y recreo, no todo era catastrófico en la guerra. Narrarse cuentos los sosegaba y distraía de la atrocidad.

Eso hago en esta entrega, te narro una pequeña odisea que acabo de vivir, lo hago porque, como los veteranos de guerra, debemos descansar del mal chavista y distraernos.

Te distraigo con mi aventura.

El viejo y el mar

En el colegio La Salle leímos El viejo y el mar de Hemingway, ese drama del pescador que en altamar se hace de un colosal pez espada después de una batalla campal que dura días y que en su regreso a la costa lo pierde devorado por tiburones, contra quienes también luchan por su vida. Es una novela que enaltece la tenacidad, la resistencia en la batalla, el coraje y la soledad del combatiente. Te confieso que siempre quise vivir algo semejante, una batalla campal con un pez, pescarlo, y sufrir las tremebundas vicisitudes del retorno. No sé el porqué de ese afán, pero quería vivirlo.

Bueno, pues ocurrió ayer, no imaginas lo que fue. Por primera vez en mi vida salí de pesca con mi amigo Joey y encarné el terror literario de Hemingway en pecho propio. 

Dramático…, tanto que te lo debo contar.

Un gigante mordía la carnada

Amanecimos. Una aurora radiante abrazaba el inicio de la navegada. Había amenaza de tormenta en la tarde, teníamos que estar de regreso al mediodía. Después de horas de escasa pesca, ya decidido el regreso, con el espantoso y negro nubarrón visible en el horizonte, el momento codiciado llegó en el último segundo, un gigante marino mordía la carnada. Para los gringos un King Fish, para los venezolanos un fabuloso carite o una aterrorizante picúa, para los caribeños una barracuda. Fuese lo que fuese era grande, muy grande.

Luchamos largo tiempo contra él hasta que después de sudar la gota gorda lo vencimos. Fue apoteósica la victoria como también lo era el ciclón que ya nos aplastaba entre olas gigantes, rayos, centellas y vientos huracanados.

Lidiando con el pez nos distrajimos. Estábamos atrapados.

Tormenta en altamar

Como cuento borgeano o leyenda del triángulo de las Bermudas, la tormenta nos arrastró consigo durante horas, estábamos literalmente en el centro del huracán como atraídos por una fuerza magnética que nos impedía salir. Por momentos pensé que habíamos desaparecido del mapa, del radar, de las cuatro dimensiones humanas. Joey, excelente capitán como es, lidió con el vendaval haciendo hazañas inimaginables. Pero seguíamos ahí: desaparecidos en la negrura y el agua. Se me ocurrió algo, confrontar la tormenta, no huirle, para salir de ella. Lo hicimos. Después de una hora de brega volvía la paz.

Al final llegamos sanos, salvos y con el gran pez intacto entre nosotros. Cambiamos la historia de Hemingway. Ocurrió hace apenas unas horas y no he tenido tiempo para reflexionar. La sensación de haber desaparecido permanece. ¿Quinta dimensión?

Igual seguiré confrontando la trágica realidad: el chavismo.

@tovarr