Desde Tumaque descendieron con el muerto a cuestas. Una parihuela cargada por cuatro hombres iba aproximándose a Duaca, entre lágrimas y rezos que no cesaron. Serafín Urquiza había sido encontrado en el bosque. Sus ojos desorbitados indicaban que algo extraño vieron antes de partir calladamente de este mundo. El hombre apreciado por la comunidad tenía ocho días perdido luego de salir a cazar, como habitualmente lo hacía. Lo buscaron por todas partes hasta que lo encontraron en el fondo de un barranco. Su fiel perro canelo estaba allí, como resguardando los restos mortales de su amo. Con dificultad lo pudieron sacar con cuerdas que se deslizaban por un cuerpo con los primeros signos de descomposición, el asunto se complicó cuando una de las cuerdas se rompió. El perro, al ver que su amo caía aparatosamente, se abalanzó sobre los rescatistas. No fue fácil controlar la fiereza de un animal que mostraba gran fidelidad. En el caserío aguardaban al cadáver para prepararlo. Lo colocaron en una troja de madera donde solían poner algunos sacos de café de primera antes de llevarlos al patio para ser secado. La gente se asomaba para observarlo con su rictus severo y de mirada lánguida. El silencio para quien simbolizada la chanza. La gente comentaba en voz baja, como para complacer al dolor.
Otilia Aguirre con una pócima de raíces amargas fue limpiándolo cuidadosamente. Se conocían desde la escuela. Una amistad profunda que fue construyéndose con el tiempo. Realizar esta labor era extremadamente dolorosa para ella. Fue el padrino de su primer hijo, se encargó de su educación cuando a su padre en una aciaga noche se lo tragó la selva. A pesar de ser muy pobre, sacaba de donde no tenía para ayudar a su ahijado. El significativo hecho hizo que surgiera un mar de conjeturas. Lo cierto del caso es que jamás se volvió a tener noticias de Antonio González.
A Serafín Urquiza lo vistieron con un pantalón azul combinándolo con una camisa blanca fuertemente almidonada. Dicha ropa era lo último que quedaba del hombre desaparecido. En las afueras de la vivienda preparaban un encerado con dos palos para introducir el cadáver y posteriormente llevarlo a Duaca para darle cristiana sepultura.
Entre arboledas que abrazaban el espíritu del valle, un hombre es llevado en hombros de amigos. Cuántas historias entre aquellos seres compungidos en el último viaje del compañero. El sendero perfumado por el olor que despiden las flores de bucare llena de reminiscencias, al paso de los hombres pasan los lodazales que quedaron de las lluvias de la semana. Fueron apurando el paso en la medida que observaban a Duaca desde las colinas. Al llegar fueron directamente a la capilla de San Antonio en el barrio Cacho e Venao en donde aguardaban desde la mañana. Sacaron el cuerpo y lo colocaron en el único ataúd disponible. Aquella urna de madera era colectiva. Luego de los oficios religiosos lo llevaron al cementerio. El problema estaba es que tenían que hacerlo rápido, ya que tres cadáveres esperaban su turno. Después de unos rezos lo lanzaron al hueco. Serafín Urquiza se llevaba el secreto de su muerte. La mirada desorbitada se hizo más espeluznante en la medida en que pasaban las horas. Otro hombre que moría de la misma forma que ocho vecinos en tres años. Todos con los ojos vestidos de un miedo escalofriante. Inmediatamente con creolina y agua desinfectaban el ataúd para adecuarlo para el siguiente muerto.
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