OPINIÓN

Todos feministas

por Carlos Granés Carlos Granés

El feminismo tuvo un enorme protagonismo en el mercado de las ideas políticas en el último lustro. Casi todas las izquierdas de Occidente tomaron sus banderas, feminizaron el nombre de sus partidos, metieron mano en la legislación para combatir el machismo y defender el acceso al aborto, subieron a los escenarios con pañuelos verdes, o desfilaron vestidos de morado los 8 de marzo, incluso cuando la Covid acechaba en el ambiente. El progresismo se apoderó de esta lucha, y lo hizo con tal vehemencia que en ocasiones pareció negarle a los partidos de centro y de derechas un legítimo interés en la materia. Hasta Evo Morales hizo guiños al feminismo, promulgando una Constitución con perspectiva de género, y sólo la izquierda mexicana, encabezada por López Obrador, tuvo a las feministas como opositoras.

La gran paradoja es que el presidente izquierdista menos feminista escogió a una mujer para sucederlo en el cargo, mientras los más lenguaraces defensores de la causa acabaron señalados de machismo. Evo Morales está escondido para no enfrentar cargos que lo retratan como un depredador de niñas, y su colega argentino, Alberto Fernández, enfrenta un juicio por haberle dejado un ojo negro a su esposa. La causa feminista puede convertirse en la fachada que protege a sátiros de manos largas y puños rápidos. Ahí está Íñigo Errejón para demostrarlo. Aunque sus encuentros con las mujeres fueron mucho menos dañinos y violentos, también él tapó con pañuelos verdes sus inclinaciones y conductas de viejo verde.

En Chile y Colombia, otros dos países gobernados por la izquierda, los escándalos machistas de algunos funcionarios de primer nivel han cuestionado la credibilidad feminista de sus jefes de gobierno. Nadie puede prever las conductas de un colaborador, eso es cierto, pero si un gobierno sale a cazar votos con las reivindicaciones feministas, no puede vacilar luego ante casos de violencia machista, como parece haber ocurrido en Chile con el Caso Monsalve, que involucra al responsable de seguridad de Boric, ni mucho menos premiar con importantes cargos a funcionarios señalados de maltratar a sus esposas, como ha hecho Petro con sus amigos Armando Benedetti y Hollman Morris.

No hay nada nuevo bajo el sol, es verdad, y mucho menos la instrumentalización de las buenas causas. En 1932, el dictador salvadoreño Maximiliano Hernández Martínez sofocó una revuelta comunista matando, por lo bajo, a 10.000 indígenas pipiles, y luego se rodeó de pintores y escritores indigenistas que instrumentalizó para proyectarse como abanderado de la misma causa. El indigenismo fue una linda fachada detrás de la cual esconder inclinaciones fascistas. Es la lección que dejan estos casos. Cuando los políticos pierden vocación de servicio y se pierden en las luchas por el poder, pasa eso: entran al mercado de ideas a comprar lo que les sirve, no aquello en lo que creen, y su oportunismo e hipocresía acaban desvirtuando hasta la más noble de las causas.

Artículo publicado en el diario ABC de España