En una peleadera política, en la que predomina la fragmentación, el menos débil se hace el más fuerte. Me parece que es el caso de nuestra sufrida patria.
Maduro suscita un rechazo masivo e intenso, entre otras razones porque la catástrofe humanitaria del país se ahonda paso a paso. La jefatura militar lo apoya. Y otros beneficiarios de la hegemonía, también.
Algunos cuantos de estos últimos factores se identifican de oposición, pero en realidad son instrumentos del poder para colaborar con el continuismo.
En el campo de la oposición política no hay unidad ni siquiera dentro de los llamados partidos o corrientes partidistas.
Lo que los enfrenta son las cuotas de poder para cada quien. Debilitar a Maduro es un tema del que hablan poco. Y superar la hegemonía es una cuestión que casi no se nombra, y sin el casi.
Voceros aislados pueden tener una posición franca y radical, pero suelen ser desestimados como políticamente incorrectos, y por tanto sin «viabilidad».
La necesaria articulación entre el rechazo social y un cauce político eficaz se hace cuesta arriba por la desconfianza general y por la falta de credibilidad de la mayoría de los sectores políticos.
No voy a repetir lo que se dicen entre sí, o las acusaciones y denuncias «internas» que les ocupan. En una situación tan penosa no puede salir nada auspicioso.
¿Y entonces, no hay salida? Si las referidas consideraciones fueran inmutables, la respuesta sería trágica. Pero no es imposible que puedan surgir alternativas o perspectivas o acontecimientos que impulsen un cambio verdadero. Esto no es vudú, es esperanza de sustento histórico.
De la peleadera hay que pasar a la lucha. Del todos contra todos, a una fuerza creíble y comprometida.