OPINIÓN

Todos a la calle: la democracia amenazada

por Antonio Jiménez Antonio Jiménez

Pedro Sánchez en el palacio de la Moncloa | Foto EFE

Sánchez ha conseguido que los españoles, como ocurría durante la Transición en momentos de incertidumbre y zozobra política, se movilicen en defensa de la Constitución y la democracia y vuelvan a firmarse manifiestos en favor de las libertades, la división de poderes y contra la deriva iliberal y autocrática de un gobierno que amenaza con destruir la nación política española.

La concentración de Cibeles y el escrito rubricado por varios centenares de personalidades, entre los que abundan exministros socialistas, políticos de la Transición, escritores, periodistas y juristas, pretende servir de aldabonazo en la conciencia de todos cuantos reprueban las políticas, alianzas y decisiones autocráticas de este gobierno pero siguen anestesiados e impasibles ante el deterioro constante que sufre nuestra democracia desde que Sánchez se instaló en la Moncloa.

No basta sólo con apelar a la oposición y exigirle más energía y propuestas alternativas, como subraya el manifiesto, si los ciudadanos no reaccionan cívicamente ante el daño constante de las instituciones del Estado y el permanente desafío a la Constitución del 78 desde el propio gobierno y quienes lo sustentan.

El hecho de haber equiparado a los secesionistas que protestaron contra su presencia y la de Macron en Barcelona mientras reclamaban una vez más la independencia de Cataluña, con los manifestantes de Cibeles en defensa de la España constitucional y la democracia, además de una ofensa a estos últimos, confirma que Sánchez no tiene límites en su impudor y en su impostura permanente.

Le da igual y en su afán de presentarse como un moderado, equidistante de los extremismos políticos que él mismo alienta con su radicalismo, es capaz de igualar a los asistentes de una protesta contra el terrorismo con los que rinden homenaje a los asesinos etarras que salen de la cárcel. Esa pretendida centralidad política que exhibió en Barcelona con su desgraciada e insultante comparación, además de resultar un escarnio y una afrenta, es imposible de creer y menos en boca de quien permitió que Aragonés le desairara a él y a Macron abandonando la cumbre antes de que sonaran los himnos de España y Francia para no escucharlos en posición de firmes y respeto. No fue óbice, sin embargo, para que Sánchez agradeciera a Aragonés públicamente su presencia a pesar de que este recordara que el «procés» sigue vivo y advirtiera al presidente francés que Cataluña aspira a ser un Estado independiente y socio de la Unión Europea.

Es Sánchez en estado puro: sumiso y claudicante ante Aragonés porque le mantiene en el poder y arrogante y firme con Mañueco al que le envía ridículos requerimientos sobre supuestos e inexistentes incumplimientos de la legalidad constitucional. Amenaza a Castilla y León con el «155» por un protocolo en favor de la maternidad y la vida que aún no está ni publicado en el boletín de la región, mientras permite que la Generalitat se burle de los tribunales y desobedezca sentencias sobre la lengua. Servil y rastrero con ERC y el resto de siglas que conforman Frankenstein, de los que depende para seguir en la Moncloa, y digno y arrogante frente a los leales a la Constitución dentro y fuera del Parlamento .

Claro que hay motivos para reaccionar y protestar cívicamente, ahora en la calle y el 28 de mayo en las urnas, contra Sánchez. Todos a la calle hoy y cuantas veces sean precisas hasta que hablen las urnas. La democracia está amenazada con Sánchez en el gobierno.

Artículo publicado en el diario El Debate de España