Han pasado 10 días desde el primer boletín del CNE, cuando sin prueba alguna y desafiando todos los pronósticos y evidencias Elvis Amoroso, el fiel lleva y trae del régimen y presidente del CNE, anunció una victoria «creíble» de Nicolás Maduro sobre Edmundo González, con lo cual quedó desechado el más gallardo de los múltiples escenarios que consideraba una opción política por parte de la cúpula gobernante, como era reconocer el triunfo del contrincante dando paso a la incorporación del PSUV al juego democrático.
Como era de esperarse, la celebración se tornó en ira popular y también en persecuciones en todo el país contra todo aquel a quien pudiesen demostrarle una mínima colaboración en el conocimiento de los verdaderos resultados, unido al silenciamiento de los programas de opinión no coincidentes con los mandatos presidenciales, inútil diría yo, porque no se trata solamente de haber desconocido a Edmundo González como presidente electo, sino especialmente de burlarse de cada uno de los 7 millones de ciudadanos que saben muy bien por quién votaron y por qué lo hicieron. Esa frustración ha sido reprimida, pero sigue allí.
Pero no han arremetido solo contra los venezolanos, también contra los países que no dieron reconocimiento a su desfachatada trampa. Maduro retiró el personal diplomático de Venezuela en Argentina, Chile, Costa Rica, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay a la vez que expulsó a diplomáticos de Argentina, Chile, Perú y Panamá y amenazó con romper relaciones con WhatsApp, desde su propio teléfono. Además de suspender los vuelos hacia República Dominicana, Panamá, Perú, infligiendo más sufrimiento a los migrantes venezolanos.
Lo que resulta curioso, políticamente hablando, es que se trate de demostrar una victoria electoral democrática exhibiendo orgullosamente la represión. Apertura de cárceles de reeducación (remember Stalin), 2.000 detenidos, operación tun-tun con sorna, ningún perdón en el nombre de Dios y de Cristo. Agreguemos la veintena de muertos. Debe ser muy indignante sentir el abrumador rechazo popular y que adicionalmente pudiera ser demostrado sin equívocos. No sé por qué me vino a la mente García Márquez y su Otoño del patriarca.
Sigo contándome entre quienes piensan, o esperan, que no todo está dicho, el rechazo es amplio y profundo tanto en la esfera nacional como internacional. La disyuntiva parece estar entre convertirnos por el camino largo en una Nicaragua, o ceder a una negociación que conduzca a una transición, y en el papel que los izquierdistas continentales: Petro, AMLO y especialmente Lula puedan jugar, Y aunque muchos sienten desconfianza por sus coincidencias políticas de antaño, es indudable que el modelo venezolano es un cáncer para la región, que todos, menos Nicaragua y Cuba, consideran necesario extirpar.
En el momento en que escribo este artículo el presidente del CNE hizo entrega “formal” de las actas al TSJ, no hay que ser adivino para saber que las darán por buenas, pero no creo que puedan ser mostradas ni sean convincentes porque ya ha sido explicado matemática y tecnológicamente que esa trampa no se puede validar. Valga además la palabra del Centro Carter tan bienvenido por Padrino López, cuyos técnicos decidieron abandonar el país sin informe (no es difícil adivinar por qué), que hicieron llegar desde Atlanta, en el cual afirman que no pueden verificar o corroborar la autenticidad de los resultados de la elección presidencial declarados por el CNE de Venezuela. El hecho que la autoridad electoral no haya anunciado resultados desglosados por mesa electoral constituye una grave violación de los principios electorales. Lo acontecido se resume en la frase de un experto en procesos electorales Alexander Vega, en declaraciones al diario El Mundo «Nunca había visto un fraude de la categoría del de Venezuela».
Por cierto, tan conocedor y amante de la salsa como es Nicolás Maduro, de lo cual no pierde oportunidad de hacer gala en diferentes ocasiones y en sus mítines bailables, debe conocer muy bien aquella tan famosa interpretada por Héctor Lavoe y Willie Colón: “Todo tiene su final. Nada dura para siempre. Tenemos que recordar, que no existe eternidad”. Hacerlo más breve y menos doloroso es un pedido a gritos de cada uno de los venezolanos hambreados, presos, exiliados, migrantes y de las familias separadas.
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