OPINIÓN

Todo es difícil

por Jeanette Ortega Carvajal Jeanette Ortega Carvajal

 

En Venezuela, sobre la brisa, sobre el mar, sobre la tierra, sobre los sueños, sobre el cinético piso de Carlos Cruz-Diez en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar, hace varios años atrás que ya no brillan los colores; eso sí, resplandecen lágrimas de familias y amigos que se despiden sin fecha de reencuentro y cuyo llanto queda incrustado entre grietas de pequeños mosaicos que otrora fueron de esperanzas e ilusiones.

El alma de muchos de quienes sin querer ven a sus amores partir, ha sido tatuada por los abrazos de los hijos que se van y ellos, a su vez y por piedad, dibujan promesas a sus padres, hermanos, amigos y abuelos. Saben que los dejarán solos y en silencio, fingen sonreír mientras por dentro también se derrumban. Los trozos caen. Los sentimientos, hechos pedazos, se entierran en la alfombra de piso a pared que Cruz-Diez diseñó bajo nuestros pies; el maestro, sin saberlo, tapizó con ilusiones ahora rotas, una parte hermosa del aeropuerto que hoy se siente triste, porque allí, las familias se rompen y se dicen adiós.

¿Cuántas historias? ¿Cuánto sacrificio? ¿Cuánta duda? ¿Cuántas rupturas? ¿Cuánto esfuerzo? ¿Cuánto dolor? ¿Cuánto sueño truncado?… ¿Cuánto miedo? Sí, porque en ese lugar del aeropuerto, el miedo es cobijado por gruesos mantos de incertidumbre y por un sentimiento que, sencillamente, hoy es de tristeza. Jamás pensó Cruz-Diez que sus trazos multicolores, perfectos, llenos de luz, alegría y vida, se transformarían en nostalgia, en el último recuerdo de aquel venezolano que no viaja por placer ni lo hace por negocios; del venezolano que se marcha porque la situación económica, hospitalaria y educativa del país no le deja alternativa.

Ese piso, Cromointerferencia de color aditivo (así tituló su obra el maestro), al igual que la imagen del imponente cerro Ávila, son los últimos recuerdos de quienes en Venezuela emigran por obligación y serán también los primeros que verán quienes se han quedado para recordar a los que se fueron.

Quien emigra, deja amores; quien se queda, los pierde. Por eso, juzgar y condenar a quien se queda o se marcha, es injusto. Cada cual hace lo que puede y cualquier decisión implica pérdida, lucha, ruptura, incertidumbre.

Quien se va de Venezuela, llora; quien se queda, también lo hace.

Todo es difícil. Emigrar es difícil. Quedarse es difícil.

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