Todo muy bien desde el 28 de julio. Los centros que pude recorrer durante las elecciones mostraban algunas anomalías propias de cuando se va a derrotar a quienes están en el poder y no lo quieren soltar, los mismos que parecieran haberle hecho omiso caso a las encuestas serias que le pronosticaban no más del 25% de los votos, sin coacción. Con coacción tenían un techo: 30.
Un centro no quería cerrar, el más cercano a mi casa, uno de los testigos nuestros al verme salir de nuevo, me ataja: «Mira lo que pasa, tocayo, son más de las 6:00, no quieren cerrar ni permitir el ingreso». Me paro frente al centro y amablemente pregunto la razón por la que no han cerrado si son más de las 6:00 de la tarde y no hay votantes en cola ni en las proximidades. La respuesta me la da un militar: «Esperamos la orden». Le digo que la única orden es la ley por cumplir, hasta las 6:00, si no hay votantes. Les pido que cierren. Me ven con cara de está loco. Saco la foto e indico que voy a denunciar por mis redes. Me espeta una miliciana, entrada en kilos como yo, que están prohibidas las fotos. Le explico que es a los votos a los que no se les puede sacar, repitiendo lo dicho en la mañana en mi centro de votación, en discusión con la responsable del CNE. Cuando llego arriba, habían cerrado el centro. Todo muy bien.
Arriba un lío con otros centros, no había luz o señal. Había que mover las máquinas, para el envío. En uno de ellos no iban a entregar las actas. Como en efecto no entregaron. Uno de los unitaristas envió el video con la denuncia. Del resto todo bien. En la casi totalidad de los centros arrasó Edmundo, los ciudadanos en la calle, esperando el accionar, las totalizaciones, la celebración. Si así había sido allí, en el país igual. Tuve que volverme a casa. No hubo la ansiada celebración de un lado ni de otro. En medio del todo bien había dado inicio al lúgubre espectáculo que se ha seguido desarrollando.
El anuncio del triunfo del otro candidato era increíble, impensable, intragable. ¿Cómo? Si todas las actas en manos de la oposición nos daban el triunfo. ¿Cómo? Algo raro había pasado. Algo raro pasaba. Algo raro sigue pasando. De inmediato el no es así. Y comienza el peo al día siguiente, las protestas, los muertos, las persecuciones, las prisiones, el miedo como respuesta desde el poder para aplacar la ira de la ciudadanía, que veía en la elección el escape de tanta ruindad material y humana, espiritual. La desesperanza con sus idas y venidas. Las preguntas sobre uno, como si uno tuviera alguna bola extra o varita mágica. ¿Qué va a pasar? Lo que dio el resultado. Eso tiene que pasar; ahora, de aquí a que pase, puede tardar no sólo horas. Todo bien.
La respuesta internacional fuerte, por Estados Unidos, y algunos países latinoamericanos, Chile, Panamá, Perú, Argentina, a la cabeza, con Almagro, como era de esperarse. Más tibios al principio o con vaivenes, Brasil, Colombia y México. Un reciente comunicado doble da cuenta de sus exigencias. Panamá convoca otra cumbre, la de la OEA no sirvió sino para desenmascar posiciones. El Grupo IDEA, la Unión Europea, expresidentes, congresos, artistas, todos al tanto, todos preocupados, todos manifestándose. Todo bien.
En medio del todo bien, han bajado las muertes que pasaron la veintena, han subido los presos que pasan de 2.000. Niños entre ellos, menores de edad, periodistas, políticos, académicos, estudiantes, trabajadores. La persecución arrecia, botan gente de los trabajos públicos por no haber votado. Toda una venganza extendida por la derrota. Anulan pasaportes. Persiguen, acosan. Estertores del adiós. Ahora la emprenden contra las redes sociales, causantes de su calamidad. Las actas oficiales siguen sin aparecer. ¿Ya para qué? Todo esto indica con claridad que todo está y va a estar bien. Todo bien.