A pesar de que el intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 contra Carlos Andrés Pérez fue derrotado, es una fecha que sin duda queda registrada en la historia contemporánea venezolana como el inicio de una nueva y lamentable etapa política. Hugo Chávez , con su minuto de gloria televisivo, fue la cabeza visible de un movimiento, el MBR-200, organización liderada por jóvenes militares que venía gestándose desde el 24 de julio de 1983, bicentenario del natalicio de Simón Bolívar, que nació para luchar contra el sistema capitalista; devenido en neoliberal; que en Venezuela tenía expresión en el contexto del puntofijismo. Lo juraron ante el Samán de Güere: “No dar descanso a su brazo, ni reposo a su alma hasta no quebrantar las cadenas que oprimen a su pueblo”.
Ríos de tinta se han escrito sobre el golpe, sus causas y su más trágica consecuencia: La destrucción progresiva del país desde el acceso al poder de Hugo Chávez rodeado de un grupo de ineptos cuyo propósito era demoler las estructuras heredadas para crear una imaginaria quinta y nueva república ─de la cual ya ni se habla─ cuyo sello ha sido la destrucción que padecemos.
El ambiente que privaba en el país previo al 4F era el estar viviendo el momento más oscuro de la historia reciente en materia de corrupción, de crisis moral, de devaluación de los partidos,. Sin duda, a partir especialmente de la década de los ochenta, se había producido un deterioro creciente del sistema democrático, y un distanciamiento indiscutible entre las cúpulas políticas dirigentes con el resto de país. Los logros ─que no eran pocos cuando miramos hacia atrás─ quedaban ocultos por los errores que eran absolutamente reales, pero que estaban magnificados por la inducción mediática de la antipolítica .
Tres años antes de esta intentona golpista, el 27 y 28 de febrero de 1989, se habían producido unos muy violentos disturbios ─el Caracazo─ que revelaban el descontento acumulado de los sectores populares, pero la clase dirigente no tuvo la capacidad de recapacitar y aplicar los correctivos. Aquel llamado espíritu de unidad del 23 de enero que sirvió para crear el Pacto de Puntofijo por encima de los intereses y rivalidades partidistas, se agotó como se fue agotando la democracia.
Resaltan el discurso de Rafael Caldera en el Congreso Nacional en el que en lugar de condenar el golpe por encima de cualquier consideración, se colocó en la onda del descontento nacional y centró en la crítica en el desempeño democrático, posición que le produjo gran popularidad y le permitió volver a ser presidente, para lo cual no le tembló el pulso en dividir al partido que él mismo había creado.
No menos grave fue la votación del partido Acción Democrática a favor del enjuiciamiento al presidente Carlos Andrés Pérez acusado por la Corte Suprema de Justicia por malversación de fondos públicos; así como su expulsión de AD, en un evidente pase de factura por gobernar sin el consenso del partido.
Ese era el panorama sobre el que se montó el triunfo del outsider Hugo Chávez, quien logró el voto no solo de las clases populares sino también de la clase media, amén de algunos intelectuales, empresarios y dueños de medios, que pasaron por alto que se trataba de un militar tropero y golpista, emocionados por la oferta de freír las cabezas de los adecos y acabar con el puntofijismo, olvidando que se trataba de uno de los procesos políticos más atinados de la historia contemporánea, lamentablemente desvirtuado por los propios partidos que lo idearon.
Venezuela no fue el único país de la región que ante la decepción democrática buscó salidas alternativas radicales, eligiendo gobiernos que prometieron responder a esas frustraciones, y que en su mayoría no lo lograron sino que en general empeoraron. Paradójicamente el que ha vivido las peores consecuencias a pesar de su trayectoria democrática ha sido la opulenta Venezuela petrolera.
No puedo concluir sin preguntarme, casi medio siglo después, si la dirigencia opositora venezolana ha hecho una revisión crítica de esta trágica historia reciente y se propone hoy como alternativa la opción de pensar en el colectivo nacional por encima de los egos personales y las rencillas grupales cuyas acusaciones internas han constituido su único aporte en los tiempos recientes.