A mediados del siglo XIX París vio nacer los folletines, modalidad que algunos estudiosos consideran en realidad nacida a comienzos de ese siglo cuando Bonaparte llegó al poder, y para burlar la censura los periódicos crearon los suplementos culturales. Quiero dejar en claro que varias décadas más tarde fueron los periódicos La Presse y Siècle los primeros en dedicarse a publicar por entregas obras de escritores ya consagrados o que se consagraron gracias a estas publicaciones. El primer gran éxito le correspondió a Los misterios de París, de Eugène Sue; quien luego fue aclamado por El judío errante. La Presse publicó entre 1837 y 1847 las novelas de Balzac a razón de una por año, así como otras de Eugène Sue. Siècle publicó las de Alejandro Dumas, entre las que sobresalió la infaltable Los tres mosqueteros. Dumas siguió su saga de entregas con El Conde de Montecristo publicado por Journal des Débats.
Ante la ventura del género surgieron revistas especializadas en dichas publicaciones por entregas como fueron los casos de Revue des deux mondes y Revue de Paris. En ellas publicaron autores de la talla de Balzac. Víctor Hugo publicó a esta guisa Los miserables; y Gustave Flaubert, su Madame Bovary en Revue de Paris desde octubre de 1856; también Alejandro Dumas hijo publicó así La dama de las camelias, luego inmortalizada en el mundo operístico como La traviata, de Giuseppe Verdi, para citar solo algunos de los más conspicuos autores galos. Pero este no fue un fenómeno editorial circunscrito al territorio francés. En Inglaterra, Robert Louis Stevenson publicó en 17 entregas en el periódico Young Folks su novela La flecha negra; lo mismo hicieron Charles Dickens, Arthur Conan Doyle y William Wilkie Collins. En Italia dicha forma fue empleada por Emilio Salgari, quien publicó sus piezas sobre Sandokán, y Carlo Collodi, con Las aventuras de Pinocho. Más al este, en Rusia, Crimen y castigo, Los hermanos Karamázov, así como Guerra y paz fueron publicadas en El Mensajero Ruso.
Las peripecias de tal modalidad no se limitaron a los medios impresos y es manida la historia de cómo en 1865 comenzaron a leerse diversas obras literarias a las operadoras de las fábricas de habanos en La Habana, Cuba. De ahí pasaron a la radio, y surgieron las radionovelas, hasta que mucho después dieron origen a los culebrones con la aparición de las telenovelas. En Venezuela ambas disciplinas, radial y televisiva, fueron cultivadas por Salvador Garmendia, Boris Izaguirre y José Ignacio Cabrujas, para citar a los mejores, quienes revistieron de dignidad un oficio que era visto con no poco desdén por ciertas élites “ilustradas”. Cabrujas se reía socarrón cuando oía, o leía, algunas reflexiones y solía decir: “Es que somos una novela en pleno desarrollo, mi estimado jenízaro”.
Recuerdo mucho a nuestro dramaturgo cuando veo la puesta en escena más reciente de ese elenco de malandrines, matachines y pícaros, que conforman la casta política venezolana. He sido muy duro con dicha cofradía, y debo confesar que alguna vez me he autoflagelado porque al revisar lo publicado llegué a pensar que se me había pasado la mano. Ante las escenas de los últimos días entiendo que me había quedado corto. Es que son peores…
Hoy estamos ante los capítulos de la consagración de San Humberto de Boconó para unos, o la aparición de la versión andina del anticristo para otros. Vemos que Guaidó virgen y mártir es un profeta capaz de desatar pasiones que ni Gardel cuando llegó a Caño Amarillo. El coro de arcángeles de la Comisión de Contraloría de la muy honorable Asamblea Nacional es un puñado de heroicos guardianes del orden que fueron a Europa a derrotar a los bellacos villanos que nos oprimen, en Cúcuta los actos de corrupción nunca existieron y todo ha sido obra de los ocultos mensajeros de Maduro. Todo esto recibiendo los ensalzamientos de rigor por parte de celestinos de académico plumaje.
Ya la entrega de nuestro folletín está llegando al punto en que algunos actores, actrices tampoco faltan, con gestos y maneras entre altaneros y guapachosos, proclaman su inocencia y exigen sumisión ciudadana. Estamos casi en el momento cuando, en magistral contrapunto, han de clamar: “A mí no me señalen”, “Exijo mi derecho a réplica”, “Yo no fui, ni sé nada de eso porque había salido a comprar una locha de kerosén”, “Qué asco, ¡fuchi!”. En todo caso, los capítulos de hoy se revelan en algunos diarios y medios digitales como ArmandoInfo y PanamPost. La diferencia es que esta no es una tragedia de ficción, es nuestro país día a día y sin héroes a la vista. Tal parece que terminaremos siendo, parafraseando a Dumas hijo, conocidos con el nombre de algo así como Las aventuras de cuatro necios y un loco.
© Alfredo Cedeño
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