En medio de la pandemia de COVID-19 que mantiene en zozobra a más de seis mil millones de seres humanos, y entre sacudidas de manos, convulsos rictus, destemplados gritos y rasgaduras de armanis, a los plutócratas poliarcas de la capitalista nomenklatura de la China comunista no se les ha ocurrido nada más oportuno (!), incluso más que la salud de la cuarta parte de la población del planeta, que erigir en máxima prioridad la defensa de su imperial «majestad» por el tan incómodo estado de desnudez en el que una vez más se encuentra; en esta ocasión, gracias a las palabras de uno de los despiertos colosos de nuestras universales letras: Mario Vargas Llosa.
La reacción, por supuesto, no sorprende, dado que es el muy conocido efecto que la verdad produce en quienes no son ya más que una andante mentira. Un efecto que en este caso fue intensificado por la propia envergadura de la propagación de aquello que tal vez, de no haber sido arrastrado en primer lugar a la interminable espiral de ocultamientos y engaños del totalitarismo, se habría podido contener con éxito en sus inicios para bien de la humanidad.
Ya nunca se sabrá, pero lo que sí se sabe, y supo Vargas Llosa espetar a uno de los tantos rostros de la transnacional corporación tiránica de estos tiempos, es que «un médico prestigioso, y acaso fueran varios, detectó este virus con mucha anticipación y, en vez de tomar las medidas correspondientes, el Gobierno [chino] intentó ocultar la noticia, y silenció esa voz o esas voces sensatas […], como hacen todas las dictaduras». Lo que siguió es esta horrenda historia que aún se escribe.
Esa es la verdad que ha desatado aquella airada reacción y que constituye una de las más sólidas piezas de la reciente evidencia de la enormidad del riesgo que, para toda la sociedad global, supone cualquier forma de constricción de la libertad, indistintamente de su aparente lejanía y de la viveza de la ilusión de seguridad desde la que apenas se mire con la absoluta insensibilidad que casi siempre esta genera.
Qué le podría importar a una valorada mujer neerlandesa la silenciosa vejación de una iraní o a un vigoroso joven canadiense la marchitez de uno norcoreano. Pero sí, una mariposa bate sus alas en un extremo del orbe y todo es después arrasado por un tsunami en el otro. Allá se oculta el surgimiento y desarrollo de un mal, ahí y aquí se tienen luego que recoger los pedazos de rotos espejismos.
Son así las devastadoras consecuencias de los «virus» de la historia que solo de cuando en cuando asumen de modo preciso esa microscópica apariencia, porque la mayoría de las veces hacen menos detectables sus temibles siluetas bajo indistinguibles mantos que portan a la distancia y que únicamente dejan percibir fantasmales estelas; esas que en la lejana «seguridad» suelen dar pie a jocosos relatos entre copas y candilejas.
De esta manera, la global amenaza del totalitarismo, como sea que quiera denominarse, es ignorada, subestimada o ridiculizada cada vez que resurge, sin que de los continuos estragos hechos por ella en el pasado parezca haber quedado aprendizaje alguno. Entre tanto, no desperdician ocasión los tiranos para ampliar, reforzar y aceitar los muchos tinglados que componen la opresiva red delincuencial del momento, como lo están haciendo en este instante las decenas de dictadores de todo el mundo que, en las extensas sombras producidas por el nuevo coronavirus, se preparan para su «guerra total» por el poder.
Un no tan oculto ejemplo de ello es la premura con la que ha dado Putin las últimas puntadas a la Constitución a la medida que, de consumarse la ensayada pantomima «aprobatoria» que él mismo ha promovido, convertiría a Rusia en su vasta casa de «retiro» —aunque la vejez no es algo que su retorcida mente parezca concebir, quizás por inconfesada fe en un personal triunfo sobre ella y su segadora madre—.
¿Y alguna alarma ha encendido semejante estocada al anhelo de libertad de millones y, por tanto, a toda la seguridad global? Basta remitirse a las palabras con las que un desalentado Vargas Llosa se lamentó de la aparente inadvertencia de la responsabilidad del régimen chino en el desarrollo de la actual pandemia para hallar la respuesta.
Si a las evidencias sobre los reales peligros a los que al conjunto de las naciones exponen los locales regímenes tiránicos se les diera igual crédito que a los engaños de los hoy multiplicados «médicos» de la peste, el mundo sería al fin un reino de libertad, pero si algo ha demostrado la historia es la tendencia del ser humano a dar por cierto lo que quiere creer de las cosas y no lo que en realidad estas son. De ahí que más peso tenga una sola recomendación (!) de cualquier «verificado» influencer de pocas luces que toda la confiable evidencia que las personas de ciencia puedan proporcionar.
La aparente inverosimilitud de las acciones de los tiranos, en las que la mayoría no desea reparar, y la creciente influencia de los irresponsables «médicos» de las contemporáneas pestes, a cuál más embaucador, constituyen en este comienzo de siglo la mayor amenaza global, y si no se ve a tiempo la verdad en lo uno y lo falso en lo otro, será este el de las peores tragedias de la historia de la humanidad.
@MiguelCardozoM
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