En medio de la crisis que viven las grandes redes sociales en los últimos tiempos, hay una en particular que ha tenido un crecimiento arrollador: TikTok. Surgida apenas en 2016, se calcula que tiene actualmente cerca de 700 millones de miembros, una cifra que lo coloca casi a la par de los grandes colosos. La pandemia, con su encerrona y el consecuente impulso a utilizar el tiempo libre, contribuyó notablemente a su popularidad. En todo caso, es su concepto lo que la ha potenciado: TikTok permite crear, difundir y compartir microvideos, lo cual cae como anillo al dedo en esta época donde los celulares y móviles en general, con sus cámaras y grabadoras, convierten potencialmente a cualquier persona en una creadora de contenidos de la más diversa especie.
Lo cierto es que TikTok, con sus minivideos, ha hecho que se quede corta la famosa sentencia que se le atribuye a Andy Warhol, aquello de que en algún momento todos tendrán 15 minutos de fama: solo que ahora son suficientes 15 segundos para editar un contenido y publicarlo obteniendo miles o millones de aprobaciones y descargas, aunque seguramente se tratará del asunto o situación más banal que pueda caber en la imaginación, y su factura, al mismo tiempo -como es de esperarse en un universo de diletantes y asomados- de poco o ningún nivel técnico ni estético. A la luz de lo que se puede ver, con TikTok se está llegando al tope del mal gusto y la mediocridad, superando con creces a las otras redes sociales que, de por sí, los han cultivado o permitido. Esto hay que decirlo pese a que, haciendo justicia, podamos ver también dentro de sus videos algunos contenidos de calidad e incluso de factura sublime, sobre todo en el terreno de la historia y el arte, así como cierto cultivo del humor crítico e inteligente, pero estos son, obviamente, ínfimos frente a la avasallante cantidad de contenidos insulsos y de deplorable hechura técnica y estética que pululan.
No sería exagerado decir que TikTok está marcando la dinámica dentro de unas redes sociales que están en franco declive de unos años para acá, sobre todo Facebook, y más recientemente Twitter, objeto recientemente de un intento de compra por el arriesgado e impredecible Elon Musk. Preocupa ver, por ejemplo, cómo en la app del pajarito azul los minivideos parecen estar desplazando cada vez más a las sucintas ideas escritas en 140 caracteres. Lo más cercano al ágora de los griegos en estos tiempos de globalización, el que ha sido -con sus bemoles- el site de la deliberación pública, empezó a ser sonsacada y disminuida primeros por los fakes y boots, y ahora por el reinado insulso de los minivideos tiktokeros.
Pero llegamos aquí al punto que queríamos tocar: como es sabido, TikTok es una red que es propiedad de la empresa china Bytedance, que la creó en 2016. Su penetración en el mercado occidental ha sido, de hecho, tremendamente conflictiva: Trump -que siempre le ha hecho carantoñas a los rusos, mas no así al gigante asiático- interpuso varios recursos contra ella en Estados Unidos, y regímenes como el de la India la censuraron y vetaron, por la sospecha -avalada por la opinión de varios expertos en tecnología- de que es extremadamente agresiva en lo que se refiere a la captura de datos de los usuarios. No en balde, el argumento del gobierno de la India para vetar su presencia en 2020 fue que “es perjudicial para la soberanía y la integridad del país”.
Lo cierto es que TikTok viene a representar, sin duda, el avance más importante que ha tenido China en el proceso de vender su cultura y su estilo de vida en Occidente y demás países. El pensamiento crítico (con excepciones, por supuesto) y la deliberación no tienen cabida dentro de los códigos imperiales y semitotalitarios del régimen comunista, que se mantienen más vivos que nunca a estos tiempos de “república”, y esa app refleja exactamente eso mismo: la consagración de lo nimio, la celebración de lo bufo, la fugacidad de los anonimatos particulares, en fin, la alimentación de una sutil civilización del espectáculo dentro de un sistema de sumisión cerrado. Donde todo tiende a disolver el ejercicio crítico del pensamiento ya impedir la articulación de acciones y actividades de los ciudadanos en función de la potenciación de su subjetividad y su visibilidad.
Si hay un mérito de las élites chinas a este respecto, es no solo haber avanzado en disputar la vanguardia a Occidente en lo referente al mundo virtual y sus tecnologías, sino robarle la iniciativa en lo que a la conexión y encantamiento de las masas se refiere, algo que hasta hace poco parecía imposible para un régimen cuya legitimidad se establecía, básicamente, a través de una alta y rígida exposición ideológica, la propaganda intensiva y el respeto y la adoración a sus gobernantes. Aunque no tenga mayor lógica hablar de un ascenso planificado en tal sentido, es indiscutible que China ha aprovechado el momento de virtual caída en desgracia de varias de las redes, para dar un gran paso en la conquista de las mentes de los usuarios cibernéticos del mundo entero.
La otra cara de la moneda de todo esto es la gran coincidencia y parecido que se observa entre las corporaciones del mundo virtual de Occidente y las chinas, ya que, al fin y al cabo, utilizan algoritmos semejantes o sencillamente iguales. El capitalismo de vigilancia occidental no es muy distinto del comunismo de vigilancia chino (comunismo capitalista, habría que precisar, con el oxímoron del caso, propio del principio “un país, dos sistemas”). Está por verse, en fin, hasta qué punto Occidente y los demás órdenes civilizatorios terminarán adoptando o asimilando los diversos mecanismos de control ciudadano y vigilancia que China está desarrollando y experimentando en la actualidad.
@fidelcanelon