OPINIÓN

Tigre querido

por Alfredo Cedeño Alfredo Cedeño

Milagros Mata Gil y Juan Manuel Muñoz

La primera vez que dejé la casa paterna fui a dar a El Tigre, estado Anzoátegui, en el oriente venezolano. Eran días en los que aquel pueblo giraba sobre los polos petrolero y agrícola; tiempos cuando la principal fuente de diversión era ir a bañarse en el río Caris. No era extraño encontrarse a cualquier abuelo que te contara por qué el 3 de febrero de 1933 era el día de su fundación, porque fue cuando los americanos, que andaban recorriendo la zona en búsqueda de petróleo, iniciaron la explotación del pozo OG-1. Ese día una cuadrilla de trabajadores de la Gulf Oil Company, procedentes del estado Zulia, habían comenzado a plantar las bases de la ahora urbe oriental.  En breve se asentaron alrededor de aquel campamento las primeras familias: Salazar, Meza, Sotillo, Guarapano, Sulbaran, Mogollón, Camauta, Manzanares, Abreu, son algunos de aquellos apellidos iniciales.

Ahora bien, es necesario dejar asentado que siglos antes en la zona se llevaron a cabo algunos intentos fundacionales; como fue la fundación de la misión Nuestra Señora del Socorro de El Caris, llevada a cabo por un grupo de frailes Franciscanos pertenecientes a las Misiones Observantes de Píritu, quienes se ubicaron a orillas del mentado río am mediados del siglo XVIII. Años más tarde también se fundó la de San Máximo de El Tigre, y afines del mencionado siglo fue el turno para Santa Gertrudis de El Tigre. Fray Iñigo de Abad visitó la misión del Caris el 17 de octubre de 1773 y dejó escrito que eran tierras fértiles y, que los indios se mantenían de la caza y la pesca, el pueblo tenía 32 familias con unos 120 habitantes.  Otro cronista que por esos años estuvo allí fue el Oidor don Luis Chávez, quien dejó asentado que se trataba de “un pueblo relativamente grande de indios Caribes, pues tenía 511 habitantes, divididos en 116 familias y alojados en 42 casas embarradas [o de bahareque] y, 21 sin embarrar [ranchos de palma], y tenía una iglesia”. A comienzos del siglo XIX, específicamente el 13 de julio de 1800, la misión recibió la vista de Alejandro de Humboldt, y de su paso por esos lares se puede leer: “En el pueblo habían más de 500 indios de la nación Caribe, que se distinguían de los demás por su fuerza física e inteligencia y, tenían una estatura colosal”.

Como pueden darse cuenta hay muchísima tela por cortar en cuanto a los orígenes de esta querida población.  Lo cierto es que allí fui recibido de brazos abiertos por su gente, en particular las familias Azócar y Mata Cabello. Los primeros vivían en la calle Sucre, a un lado del iglesia Nuestra Señora del Valle, donde una muy amorosa matrona, Melania de Azócar, nacida en Soro, estado Sucre, y migrada temprano a La Mesa de Guanipa, levantó una numerosa prole vendiendo empanadas y arepas dulces. Melania me abrió las puertas de su casa sin ningún tipo  de reservas, y en uno de los cuartos de su casita viví los primeros  meses de mi estadía allá. Los Mata, encabezados por Eleuterio Mata, Tello Mata, y su inseparable Amanda Cabello de Mata, me recibieron sin medidas; Tello me enseñó la magia de Cruz Salmerón Acosta, y me hizo amar su Sucre natal, hablaba sin parar de las playas de su tierra, de la magia de Araya, de la necesidad de la organización sindical para los trabajadores petroleros, de su devoción a prueba de bombas por el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa. En las calles de El Tigre me encontré con el imperecedero poeta Jorge Chirinos Mondolfi, quien me llevó al mundo de la cultura institucional y en el ateneo tigrense pudimos organizar intensas jornadas culturales hasta que la policía política nos hizo salir en volandas de aquellos predios.

Escribo estas líneas de memoria, y sin tiempo para contrastar algunas de ellas, todavía sacudido por la detención en esa localidad de los escritores Milagros Mata Gil y Juan Manuel Muñoz. Hasta ahora las noticias que me llegan es que cierto funcionario de parpadeante virilidad y dudosa calidad poética, el “vate” que funge como esbirro judicial del régimen, me refiero al hijo de El Tigre Tarek William Saab, ordenó la detención de este par de creadores por osar escribir una reseña de su presencia en un sarao de alto coturno, junto a otros “turcos” en Lechería, sin ninguna medida preventiva y que luego produjo una lamentable ola de contagios y muertos por COVID.

En este reino de No-me-da-la-gana, el bigote bailarín condena al país a muerte con la tranquilidad de saber que nadie hará nada, que unos pocos dirán alguna formalidad recriminatoria, y que será aplaudido por la manada de garrapatas que le rodean, anuncia que él ya se vacunó. Mientras tanto el país se muere. Las cuentas que hago es que, de manera muy conservadora, hay solo en Caracas más de 400 muertes diarias gracias a la peste china. Conozco casos de gente que ha perdido a su cónyuge y ha debido pasar la noche en absoluta soledad con el cadáver de su pareja porque no hubo quien sacara a la victima de su hogar. En el Poliedro de Caracas, los médicos están totalmente desbordados y uno de ellos me reconoce que no hay cupo para un afectado más, y que están limitándose a dejar que se muera un paciente para poder ingresar a otro de los que están a la espera de tratamiento. En Vargas la situación no puede ser más desoladora. Todo el país está postrado y esta horda de alimañas, con la alcahuetería de gran parte de la casta política criolla, solo está buscando cómo sacar provecho de tan penosa situación. ¿Qué se puede sentir por esta fauna?

© Alfredo Cedeño

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