El terror es eficaz. El régimen coge una excusa, como haber perdido las elecciones, para acorralar a la escasa prensa opositora que le queda a Venezuela. Señalan a los periodistas como terroristas, traidores a la patria, agentes de la CIA para detenerlos, torturarlos y eliminarlos físicamente si es necesario. Siembran el miedo a informar y opinar. De ahí a la autocensura hay un paso. Establecen la más perniciosa de las censuras
Con la libertad de expresión se está a favor o en contra. No hay peros. El régimen venezolano está en contra. Una dictadura no acepta la crítica, eso es cosa de demócratas decadentes. Ha arreciado la cacería a los periodistas tras la reciente derrota electoral del 28 de julio. Cualquier disidencia sobre el relato del gobierno bolivariano, que proclama a Maduro como el ganador, es perseguido y apresado. Que un periodista se autocensure suele ser un mecanismo de seguridad personal. Sabe que, si se expone a publicar o salir por medios digitales con su cara, nombre y apellidos, no tardarán los sicarios cubanos-venezolanos en tocar a su puerta con nocturnidad y alevosía suprema. Resistir y seguir haciendo su trabajo a cara descubierta no es fácil.
El trabajo periodístico se basa en vigilar, con datos, fuentes, pruebas, al gobierno que sea. Señalar a los jueces pistas para que investiguen delitos presuntos que puedan estar cometiendo los cargos políticos electos o nombrados a dedo para gerenciar los temas públicos. Ese es el principal parámetro para saber qué tipo de gobierno tiene un país. Un Estado sin prensa libre es una dictadura. El de Venezuela está claro que lo es.
Desde el período inicial del chavismo, el comandante se esmeró en acorralar a los medios adversos. Los eliminó del espectro radio-eléctrico o mandó a sus mercenarios comerciales a comprarlos para después cerrarlos o dejarlos morir de mengua. La colonización comenzó por ese cuarto poder menguante, que molestaba a diario. Al unísono se iba apoderando de los otros poderes. Era el ejercicio del «socialismo del siglo XXI», una forma de populismo redentor concentrado todo en el ejecutivo militar y comando supremo. Medios amigos financiados, los enemigos clausurados, expropiados.
Sus herederos han refinado la metodología. Se blindan ante la pérdida electoral con 130 casos, documentados por Espacio Público, de violaciones a la libertad de expresión. Van 13 apresados bajo la acusación de terrorismo contra el Estado. Sólo por informar. Sin conocerse su paradero y violando los bolivarianos toda presunción de inocencia. Los apresados se multiplican. Nelin Escalante, Paul León, Deisy Peña, Ana Carolina Guaita, Leocenis García, entre otros. La Voz, clausurado tras 58 años publicándose. La Victoria 103.9 FM y Radio Hispana 89.5 FM fuera del aire.
La autocensura es una decisión desesperada. Desvirtúa la esencia del periodismo. Esa que dice que hay que publicar las pruebas de todo lo que moleste al gobierno. Lo que más le incomoda es que la prensa le recuerde, le exija que publique las actas probatorias que Maduro ganó. No lo harán porque sería la prueba de lo contrario, de que perdieron. Por eso la poca prensa libre es perseguida. Este régimen a todo lo que marcan como enemigo hay que detenerlo y, si es demasiado molesto, eliminarlo físicamente. Estamos esperando a que Reporteros sin Fronteras defienda a esos compañeros presos sólo por haber cumplido con su deber profesional.
Carlos Pérez-Ariza es doctor en Periodismo por la Universidad de Málaga.