Contra el arma social de los votos, el dictador dispara artillería pesada contra su pueblo. Declara que no habrá perdón. Se erige como ‘Yo el Supremo’ cumpliendo órdenes del soviet cubano
Ante el escenario de terror desatado por Maduro –una especie de Robespierre tropical– y su régimen policial-castrense, la oposición ganadora de las elecciones pide calma. Transmite que hay esperanza, ‘más que nunca’, de que se imponga la cordura, es decir, la que no tienen los que mandan a masacrar a todos los que proclaman que ganaron por palizón. El falso caudillo Maduro se disfraza con un uniforme militar de opereta bufa, para aparentar que es él quien manda, cuando en realidad es un mandado, un títere obediente de la cúpula comunista de Cuba.
Empecinado en seguir la línea del G-2 cubano no parece escuchar a sus colegas zurdos, que gobiernan legítimamente en los países limítrofes: Colombia y Brasil, además de México y Chile. Esos presidentes temen una nueva oleada de emigrantes y, además, les parece que Cuba-Venezuela equivoca su estrategia de mantenerse en el poder en fraude abierto y represión absoluta. Ellos creen que aquellos vientos autoritarios han cambiado y les hace un flaquísimo favor Maduro, pues les empaña la nueva estrategia, cual es presentarse ante el mundo como unos progresistas legalizados. Escapan de aquella izquierda absolutista, controladora de todos los poderes gubernamentales. Eso es una estrategia que no encaja en el Nuevo Orden. El progresismo es una forma de democracia que cae bien a Occidente. Incluso en Estados Unidos.
Por eso, Brasil, Colombia y México intentan proponer al régimen Cuba-Venezuela una salida airosa al pelele Maduro. No está claro el papel de Cuba en esas negociaciones, pero debe estar al tanto. No obstante, la oposición ganadora ha dicho, repetidamente, que no está en su ánimo abrir un proceso de justicieros sin perdón, sino una transición en paz. Claro está que eso tiene variables imprevisibles. La primera es que las instituciones y el propio presidente actual seguirían legalmente hasta el 10 de enero de 2025. Este argumento puede estar siendo utilizado para convencer al régimen de que tiene tiempo para negociar esa transición.
La segunda es que esgrimen el ejemplo de Brasil: un Lula, preso, que sale y le gana a la derecha limpiamente. Y Petro, un jefe guerrillero levantado en armas contra la República de Colombia, amnistiado y ganador vía electoral sin protestas. Esos ejemplos le pueden abrir a Maduro una puerta al futuro, lavar su pésima imagen internacional y darle esperanzas de volver algún día a gobernar limpiamente en Venezuela.
La pregunta es si eso convencerá a los cubanos, que siguen anclados en la antigua tesis práctica, que impuso el difunto Fidel Castro: el control total del Estado, sin pararse en la represión como arma del terror controlador de la sociedad. Sin duda que, para Cuba perder, Venezuela tendría serias consecuencias internas. Aunque no está claro si en esas negociaciones, de cara a encontrar la transición hacia una democracia potable, se esté garantizando un entendimiento razonable del nuevo gobierno presidido por Edmundo con Cuba, basado en ayudar al pueblo cubano.
Otro factor a considerar es las Fuerzas Armadas. Si un grupo sustancial de éstas se levantara contra Maduro y lo obligara a dimitir, ¿quién garantiza que ese sector militar no impusiera al nuevo presidente electo estar incluido en su gobierno? Tal vez sería prudente no agitar ese avispero prematuramente.
En España, en círculos de serios estudios como el grupo DEMOS78, al que pertenezco, se sigue este proceso de Venezuela desde los tiempos del teniente coronel Hugo Chávez. Llama la atención y alarma el papel de ese emisario español del Grupo de Puebla, José Luis Rodríguez Zapatero y su intimidad con el actual gobierno del presidente Pedro Sánchez. En la UE se siguen siempre las indicaciones de España con respecto a Hispanoamérica. La demora e indecisión de Sánchez en reconocer a Edmundo como presidente electo, otorga un silencio prudente a la jerarquía europea. Esta película venezolana no ha terminado de rodarse.
Carlos Pérez-Ariza es doctor en Periodismo por la Universidad de Málaga.
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