OPINIÓN

Tierra adentro

por Castor González Castor González

Como cualquier venezolano que haya nacido en el interior del país, crecí escuchando la máxima según la cual todo aquello que estuviese fuera de Caracas no era otra cosa que monte y culebra, lo cual hoy no me cabe duda de que en su momento, gracias a los cuarenta años de democracia de la que gozamos antes de la era del desgobierno, había dejado de ser cierto; como también estoy seguro de que en algún momento y por muchos años dramáticamente sí lo fue, tal como he podido comprobar en algunos otros pocos países de nuestra América Latina, donde en pleno siglo XXI apenas comienza a cerrarse la brecha de la modernidad de sus capitales con sus respectivas regiones.

Durante muchos años se formó en Venezuela un interior pujante y moderno, con polos fuertes que cubrían las carencias de aquellas regiones que no avanzaban al mismo ritmo. Así, Anzoátegui en el oriente, Puerto Ordaz en el sur, San Cristóbal en nuestros Andes, Barquisimeto en centroccidente, Valencia y Maracay en el centro, y Maracaibo en occidente, junto a muchas otras ciudades que avanzaban sin pausa, lograron que ir a Caracas ya no fuese una aspiración o anhelo, sino más bien una necesidad por cumplir con algún trámite burocrático o incluso de paso como antesala a un viaje, pues al fin y al cabo se contaba con especialistas médicos en las áreas más complejas, muchas opciones universitarias, servicios públicos estables y lo más importante, oportunidades de negocios para surgir y empleos para formar una familia con futuro.

Pese a que aún había muchas cosas por resolver, tal como siempre las hay en cualquier sociedad, lamentablemente nuestro país fue víctima de un populismo barato que estafó con espejitos el porvenir dorado que estaba escrito para Venezuela, logrando desbaratar en veintiún años lo que se construyó cuidadosamente en cuarenta, creando una crisis que hace palidecer al propio coronavirus, llevando la peor parte y por mucho el interior del país, donde el deterioro de la infraestructura y su tejido es incuantificable; y es que las venas de nuestra república están rasgadas, no por culpa de un imperio ni por el afán de otras naciones que se hayan aprovechado de nuestras riquezas como aproximaba Galeano, sino porque los más grandes defraudadores que haya conocido América entera en toda su historia la han saqueado sin misericordia.

Aún con sus infinitos problemas, Caracas es aún un sitio con privilegios mayúsculos al compararla con el resto del país, y es que a pesar de que a ratos se asoma la tragedia en idénticas proporciones a las que toca a diario en toda nuestra geografía, no es menos cierto que el desgobierno cuida minuciosamente en medio de su precario control, que todo sea lo menos malo posible en cuanto se refiere a abastecimiento y servicios públicos; mientras que los gritos exasperados desde el resto de los rincones del país debido el desesperante malvivir y sufrimiento derivado del castigo al que es sometido el de a pie, que es lo cotidiano, se ahogan y son escasamente escuchados, gracias a ese tejido de férreo control comunicacional y represivo creado desde el poder. Toca entonces escuchar al país entero y trasladarnos tierra adentro, interpretarlo y presionar desde abajo hacia arriba para que el liderazgo que aspira a conducir la superación del accidente histórico del chavismo-madurismo, sintonice el dial correcto de la comunicación con un pueblo que ha demostrado ser profundamente resiliente, y que además ya está listo para ir a paso firme y sin retorno más allá de la resiliencia.

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