El movimiento de oposición venezolana se encamina hacia una encrucijada difícil de procesar en sus alcances y desarrollo. Aunque alguna gente insiste en ver las acciones que ejecuta la AN 2015 para desarticular el gobierno interino (GI), presidido por Juan Guaidó, como parte del juego político tradicional, esta apreciación está muy lejos de la verdad. No tengo nada que añadir al enjundioso análisis de Asdrúbal Aguiar y de un grupo distinguido de juristas reunidos en el Bloque Constitucional de Venezuela (BCV) acerca de la pretensión de una mayoría de diputados de desmantelar el GI y “mutarlo”, es el término apropiadamente empleado en el documento del BCV, en un gobierno colegiado parlamentario (GCP).
En lo que yo quisiera insistir hoy es que todavía se está a tiempo de rectificar y en que esa rectificación comienza por asumir responsabilidades acerca de los aciertos y, especialmente, de los errores. Se le atribuye al filósofo chino Confucio la célebre frase “El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor”. Nuestra historia de los últimos 25 años, al menos en el campo de la resistencia al autoritarismo populista, está plagada de errores no admitidos. La historia en versión brevísima es así: después de 40 años de gobiernos democráticamente electos y de alternancia de AD y Copei en el poder, los venezolanos, especialmente la clase media, dábamos la democracia por sentado. Ello a pesar de estar muy claro que si bien el país había crecido bajo el paraguas de la cultura rentista, era indudable que había una frustración profunda por la corrupción de los partidos políticos, que terminó en un maridaje horrendo con la conspiración cívico-militar del chavismo. Sobre cómo el chavismo llegó al poder por vía electoral y cómo Chávez le dio voz política a los excluidos luego de que la clase media lo eligiera es algo sobre lo que nadie, ningún grupo o partido político importante, ningún empresario o gente ligada a los medios de comunicación, quiere asumir responsabilidad. Es como si el liderazgo carismático de Chávez proviniese de un exoplaneta. No haber aceptado la responsabilidad que le correspondía al liderazgo y a la ciudadanía que debía defender la democracia y pretender descargar toda la culpa en la habilidad sibilina del comandante, está en la raíz misma de la incapacidad del liderazgo opositor, en todas sus facetas y combinaciones, en ser incapaz de unirse en una estrategia sólida para enfrentar a un adversario que ha sabido adaptarse y jugar con nuestras propias carencias. Por supuesto, que esta línea de análisis no significa abogar por un combate a muerte entre venezolanos, pero no hay ninguna justificación a que hayamos permitido que la nación se desintegre económica, social y moralmente a manos del chavismo.
Quizás el lector se pregunte: ¿y qué tiene que ver el culo con las pestañas? Todo, porque la desunión y las falencias estratégicas de nuestra oposición, que ha heredado la carga de los errores primigenios de hace 25 años, ahora se expresa con fuerza inusitada en el combate interno en el G4 y la Plataforma Unitaria. La cultura política que antes nos trajo a Chávez, ahora se empeña en arruinar una fortaleza interna crucial para el combate por la democracia y la libertad. A Juan Guaidó le debemos reconocimiento por sus aciertos y valentía y también es indispensable señalar los errores del GI en no establecerse como Gobierno de Transición con toda la fuerza necesaria, en no castigar adecuadamente hechos notorios de corrupción y en mantenerse en un estado de aislamiento que ha impedido la defensa de los logros alcanzados en la elección de la AN y el apoyo internacional que el GI suscitó. Al G3, compuesto por AD, PJ y UNT, opuestos ahora al G1 de Voluntad Popular, hay que también reconocerle su dedicación a la causa de la democracia, y también señalar sus importantes desaciertos, especialmente en colocar por encima de los intereses nacionales su vendetta en contra de Guaidó y el GI. Aciertos y errores, y es indispensable que coexistamos con ellos y apuntemos a corregir lo que haya que corregir para no sacrificar nuestro tesoro más importante: la Unidad.
La masacre interna del G4 y la innegable actuación inconstitucional del G3 para conformar un GCP pudieran evitarse manteniendo la integridad del GI, independientemente de que se nombrara a un sucesor de Juan Guaidó. Ello supone no solamente un acto de realismo político, sino de consistencia ética, donde se entienda que nosotros no tenemos ninguna posibilidad de enfrentar al régimen si actuamos desunidos frente a un adversario fortalecido y sin escrúpulos, y que los ciudadanos no tienen ninguna razón para confiar en el liderazgo opositor si este no es capaz de superar sus rencillas internas y anteponer el interés de la nación a los intereses partidistas o grupales. Inclusive lo que parecía un avance importante en el rescate de la confianza en el voto aparece comprometido en este absurdo combate mortal al interior del G4 y la AN. No debería pasar desapercibido el hecho de que dos miembros de la Comisión de Primaria, Víctor Márquez y el presidente Jesús María Casal, han expresado su desacuerdo público con la actuación de la mayoría de la AN. ¿Cuánto falta para que la discordia tóxica en la AN 2015 llene de desconfianza a la ciudadanía en el proceso de las primarias?
Tarea inmensa la que tenemos por delante, pero parafraseando a Confucio, si los errores no se admiten, nunca se pueden corregir. Tenemos unos días para reflexionar, antes de lo que se anuncia como un error monumental en la próxima sesión de la AN 2015.