Vivimos hoy día un tiempo de espera y a la vez un tiempo de gracia. Dios no nos mandó el coronavirus como castigo. Él dispone todas las cosas para nuestro bien, y nos está queriendo decir que cambiemos nuestra forma de pensar para poder cambiar nuestra forma de vivir. Quiere que valoremos en su justa medida el regalo de la vida. La familia se estaba desintegrando, ha llegado la hora de dar el giro y refundarla sobre sus fundamentos verdaderos que habían sido puestos de lado. Con familias bien constituidas construiremos la sociedad que pueda hacerle frente a los desafíos demandantes que se presenten.
Venezuela vive una tragedia al cuadrado, porque venimos arrastrando una emergencia humanitaria compleja en todos los órdenes de la vida, causada por la banda que usurpa el poder. Ponemos el foco en la destrucción del sistema educativo.
Con el surgimiento del coranavirus se habla de la universidad en casa, lo cual es una falacia más. Este es un plan que no se va a concretar porque no existen programas diseñados por niveles, ni presupuesto, metas, objetivos. No hay claridad de lo que se quiere hacer y se sabe que no es posible implementar desde la casa, la continuidad de los estudios que se venían desarrollando presencialmente.
Los estudiantes no tienen cómo conectarse y los profesores tampoco, el Internet es fatal. Las universidades no tienen buenas plataformas por el mismo cerco económico de que han sido objeto desde hace mucho tiempo y porque hay materias que no se pueden dar a distancia. Se trata de un fingimiento burdo de que se está cumpliendo con el derecho a la educación y no se está cumpliendo.
Lo mismo pasa con la educación básica, exaltando unos programas de televisión que no tienen nada que ver con los planes de estudio de los muchachos. En vez de culminar el año escolar como está diciendo el Ministerio de Educación, lo que está haciendo es cancelarlo. Asistimos a un acumulado de violaciones de los derechos humanos: el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, y el derecho de discutir las propias condiciones de trabajo y remuneración.
Destruyeron el salario, las prestaciones se perdieron y su efecto de ser el ahorro de toda la vida de los trabajadores. Las cajas de ahorros se las robó el régimen para tapar el hueco fiscal. La hiperinflación es el impuesto que se le cobra al pueblo para pagar la crisis de la banda en el poder, el desfalco que hicieron de los recursos de la nación. También se perdió el derecho a la jubilación, porque si no alcanza para pagar la comida del mes, “el jubilado” tiene que salir a trabajar, entonces no existe la jubilación y en el derecho laboral lo que cuenta es la realidad y no la forma.
La realidad es que no hay salarios, no hay prestaciones, no hay ahorros, ni jubilaciones ni pensiones. Urge atender a corto plazo las necesidades de salud y alimentación de los venezolanos.
Se producen continuamente arrestos arbitrarios, criminalizando a gente que no se sabe dónde están, lo cual tipifica como desapariciones forzosas. La indefensión y la falta de movilidad van de la mano en un país sin combustibles. La represión no está en cuarentena.
¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!
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