OPINIÓN

The Holdovers de Alexander Payne, una fábula navideña con sabor agridulce

por Aglaia Berlutti Aglaia Berlutti

The Holdovers de Alexander Payne es una mezcla entre una fábula navideña, con una historia de crecimiento que se hace cada vez más extraña, emocional y profunda. Un cuento de Navidad — que no quiere serlo — que relata cómo dos personajes terminan por comprender que el misterio de la amistad y la comprensión mutua es un terreno resbaladizo. 

Paul Hunham (Paul Giamatti) es realmente detestable. No solo es un profesor de la escuela para chicos Barton de Nueva Inglaterra que presume de su erudición. También es un sujeto al que le molesta prácticamente todo y por las razones incorrectas. Un gruñón sin ápice de intención por comprender su entorno o en el mejor de los casos — o lo único que se le exige — a sus alumnos. Además de una figura de autoridad es una de desarraigo. Es el profesor que preside la Navidad puertas adentro de la institución, para los chicos que no vuelven a casa por las grandes fechas. Por lo que se ve obligado a vigilarlos. Aunque, como el personaje insiste más de una vez, no es que tuviera más cosas que hacer por las celebraciones.

Alexander Payne es especialista en ambientes levemente claustrofóbicos, llenos de personajes extraños, huraños y la mayoría de las veces, contaminados por un odio real hacia lo que le rodea. A la vez que buscan la redención a través de una sincera aspiración por la transformación interna. Ya lo hizo en Nebraska (2013), y la curiosa Una pequeña gran vida (2017). Pero en The Holdovers dobla la apuesta hasta hacerla una especie de recorrido con una epifanía incluida. A lo que hay que agregar su certero retrato de los prejuicios, dolores y atmósfera de 1970, en la que todo parecía posible y la vida era una plácida promesa. Buena parte del mundo conservaba su optimismo ideal e incluso la guerra de Vietnam parecía una buena idea.

La película, además, hace énfasis en varios temas que fascinan y obsesionan al realizador. Por un lado, la soledad del mundo contemporáneo, convertido y traducido en la forma en que Paul parece perdido en su propia derrota personal. Con un ojo de vidrio, sin la suficiente influencia como para enfrentarse a los padres poderosos de los alumnos a su paso, es poco menos que un alma en pena. Giamatti, conocido por sus papeles de adorables perdedores, llega aquí a un registro nuevo. Paul puede ser despreciable, duro para simpatizar, pero al mismo tiempo, una criatura herida por un mundo que le aplasta. Y que sin saberlo, indaga sobre sí mismo. En ese punto, comienza la historia que le llevará a descubrirse como un espíritu más complejo de lo que nunca había supuesto.

Un duro ambiente para un hombre difícil 

Desde el comienzo, el guion de David Hemingson deja claro que Paul está en el colegio con cinco alumnos abandonados a su suerte porque lo obligan a hacerlo, aunque no tenga nada mejor que hacer. De modo que cuando cuatro de ellos pueden regresar a casa, el personaje parece relevado — apenas — de la ingrata tarea de cuidado taciturno. O así podría ser, si Angus Tully (Dominic Sessa) pudiera comunicarse con cualquier miembro de su familia. El argumento maneja con cuidado y buen gusto los símbolos, para narrar con delicadeza que a Paul y a su alumno los une algo más que pertenecer a la misma escuela en diferentes niveles. Payne narra la soledad de ambos, con un exquisito juego de luces y sombras, en las que la figura del muchacho y el hombre que le cuida son dos siluetas que representan el aislamiento.

Pero esta es una película de comedia y como tal, pronto pasa de ser una especie de narración triste basada lejanamente en Dickens y sus Navidades grises, a algo más contemporáneo. Lo logra al conectar a ambos solitarios en una noche en que toda diferencia parece desaparecer. Payne tiene la habilidad suficiente para convertir el guion en una exquisita puesta en escena de la tristeza, el asombro y las buenas intenciones. Al mismo tiempo, de una evolución paulatina pero brillante, en la que tanto Paul encontrará en Angus un amigo inesperado y este, una respuesta a la pregunta sobre la aridez del mundo adulto.

Payne sabe hacer reír y también llorar. En The Holdovers es especialmente bueno en eso y logra una línea bien construida de emociones que convierten a sus personajes — en apariencia tópicos — en algo más elaborado, complejo y lleno de matices. Entretanto, lo que parece el típico argumento que se burla de la sabiduría de un supuesto intelectual en favor de la ingenuidad de un niño, se transforma en algo más duro. Esta Navidad dolorosa entre solitarios es una oda a la belleza y a la ternura, pero también un recordatorio levemente cruel. No todo el mundo es feliz, aunque insista en serlo. Pero tampoco está siempre sumido en la tristeza. El mejor mensaje que deja a su paso esta magnífica cinta.