En The Devil’s Bath de Veronika Franz y Severin Fiala, el monstruo que acecha es el dolor, el miedo y la desesperación. Todo, en medio de un paisaje atemporal que se desploma lentamente alrededor de sus personajes, en medio del sufrimiento. Una vuelta de tuerca al horror folk que analiza la posibilidad del mal sin otro rasgo, que la crueldad del mundo y sus rigores.
En The Devil’s Bath, el horror no es un monstruo sobrenatural ni un fenómeno inexplicable. Antes que cualquiera de esas dos cosas, Agnes (la artista musical Anja Plaschg), debe enfrentar el sufrimiento convertido en una cárcel. Uno de los puntos más interesantes del argumento — que también escribe los directores — es precisamente ese: el de explorar en la desesperación como un elemento de auténtico terror. Eso, a la vez que se aleja del thriller psicológico — que podría considerarse el escenario natural de una historia semejante — o, incluso, el drama. En cambio, la película es una eficaz y atmosférica versión del horror folk, que traslada el miedo y la crispación emocional al terreno de lo monstruoso.
Sobre todo, porque la pareja de realizadores utiliza la idea del dolor como un territorio escarpado para analizar la crueldad y la miseria. En The Devil’s Bath, la idea de lo maligno, se encuentra aparejada a la posibilidad de caer en las profundidades de una devastación emocional total. Algo que la cinta narra a través de largas secuencias silenciosas o contemplativas visiones de paisajes destruidos y pesimistas. La cinta adquiere un tono tenebroso, a medida que queda claro que lo cuenta, no necesita de grandes diálogos o de explicaciones evidentes. El dolor, la pobreza y la pesadumbre están en todas partes. Acompañan a los personajes como un hálito de desgracia, que se muestra en su primera e impactante escena y avanza, hacia los pequeños detalles que se dejan caer a continuación.
Ambientada en la Austria rural del siglo XVIII, la trama utiliza la noción de la naturaleza agreste y los bosques oscuros, como telón de fondo para explorar en la desgracia. Por lo que sus personajes, parecen afrontar el miedo, no hacia lo desconocido — por descontado — sino a través de los horrores invisibles que los rodean. Un punto que queda claro luego de la primera y durísima secuencia, que parece abrir la puerta al miedo desde regiones distintas a las habituales en obras parecidas. Una mujer mata a un niño y después, acude a la puerta de la Iglesia para confesar su crimen. Lo siguiente que se sabe de ella, es que será ejecutada, con anuencia del pueblo, la celebración pérfida que conlleva la muerte de una supuesta bruja.
La oscuridad en todas partes
Varios de los mejores momentos de The Devil’s Bath ocurren cuando logra combinar ese aire tenso, con la vida cotidiana de sus personajes. Algo que queda claro cuando el argumento presenta a sus protagonistas. Agnes (Plaschg) y Wolf (David Scheid) contraen matrimonio en una ceremonia antigua y pagana, que sin embargo es lo suficientemente cercana a la cuestión de la iglesia, como para combinar elementos religiosos y de creencias no seculares. El detalle permite adivinar, que el pueblo — y por ende, sus habitantes — viven en el límite de la blasfemia y la devoción religiosa. Un elemento recurrente que se repetirá varias veces a lo largo de la historia.
La joven pareja, que parece tímida en la compañía mutua, parece más resignada a estar juntos — y por ende compartir las expectativas familiares — que enamorada. Y, de hecho, el guion avanza en esa dirección. Wolf decide que ambos vivan en una casa, muy lejos de la familia de Agnes, que reacciona con evidente desgano a la idea de encontrarse aislada de sus parientes. El detalle, que podría parecer menor, se convierte pronto en un elemento de conflicto y también, en un motivo de angustia para Agnes, que además debe lidiar con el desencanto de una vida matrimonial estéril. La cinta muestra, entonces, un tipo de densa angustia que narra, en silencio, el desplome emocional de Agnes, condenada a servir y a obedecer en las peores condiciones.
Buena parte de la trama de The Devil’s Bath se concentra en la lúgubre consciencia de la monotonía, de la desesperanza y, al final, el horror de la soledad. Por supuesto, Agnes es una mujer de su época sometida al aislamiento, la tenue sensación de, simplemente, no tener un verdadero hogar o un lugar al cual considerar suyo. Por lo que la película utiliza una simbología de una sutileza engañosa, para explorar acerca de la angustia que la destruye y quebranta su cordura. Los directores son los suficientemente hábiles como para profundizar en el sufrimiento mental y físico de la protagonista, a la vez que establecen evidentes paralelismos con su entorno.
Por lo que, a medida que la oscuridad se hace más densa y tenebrosa a su alrededor, lo realmente monstruoso en la cinta emerge. Agnes está atrapada en un sufrimiento tan intenso y una angustia existencial tan devastadora, que todo lo que se relaciona con ella — y su punto de vista — se desploma como por obra de una fuerza tiránica. The Devil’s Bath encuentra, entonces, el centro de toda su premisa. La capacidad del sufrimiento para volverse una forma auténtica de violenta, tan poderosa que, incluso, pudiera considerarse sobrenatural.
Un cierre desolador
Uno de los elementos más interesantes de The Devil’s Bath es justamente, convertir lo cotidiano en un paisaje de pesadilla. Eso, sin recurrir a clichés ni tampoco a giros predecibles. Agnes sufre de manera genuina y desesperada, pero nunca establece que el dolor la define y continúa luchando contra la sensación de pérdida tanto como puede. Por otro lado, Wolf no es un mal marido — en los estándares de la época — sino que en cierta forma, es parte del mundo en que nació y de la forma en que se comprende la hombría.
Por lo que el desgarrador tramo final, resulta sorpresivo, a pesar de, finalmente, conectar todos los puntos aterradores que mostró antes. Si algo destaca en The Devil’s Bath es su capacidad para explorar en el pesar, el miedo y la necesidad de ser comprendido, desde las sombras. Cada personaje es una sombra de lo que no puede evitar ni tampoco escapar. La mayor condena, que, al final, tendrá que sufrir Agnes, rehén de su vida, víctima de todo lo que no puede controlar.