The American Society of Magical Negroes de Kobi Libii analiza el racismo en el mundo del arte y la literatura, desde un punto de vista burlón. Pero su interesante premisa se queda a medias por la ambición de su argumento y los pocos recursos que tiene para alcanzar los puntos más complejos del subtexto que plantea.
Aren (Justice Smith) es un artista joven — y afroamericano — que se siente fuera de lugar en su propia exposición de apertura. Camina de un lado en una galería atestada de desconocidos, sin saber muy bien el motivo por el cual la que debería ser la noche más importante de su vida, es una colección de equívocos, tropezones y miradas burlonas. Mucho más, cuando la actitud condescendiente de su agente le deja aún más aterrorizado, angustiado y desconcertado. Se trata de una chica joven que no deja de recordarle que llevar a un hombre negro al triunfo es un proceso que exige de un esfuerzo considerable. “Recuerda que estás aquí gracias al esfuerzo de una mujer blanca”, se recuerda a sí mismo. El pensamiento le hace sentir incómodo, asqueado y tímido. Todo a la vez.
El actor es lo suficientemente talentoso y sutil, como para expresar los sentimientos que el prejuicio despierta, con apenas unos cuantos tics. De hecho, los primeros minutos de The American Society of Magical Negroes tienen más parecido con un agudo debate dialéctico que con el lenguaje cinematográfico. Hay mucho de directo en la explotación de la idea de los prejuicios como parte del mecanismo que hace funcionar a conceptos artísticos o literarios.
The American Society of Magical Negroes hace algo complicado en una época sensible. La de tomar un viejo prejuicio de la ficción convertido en tropo y burlarse abiertamente de sus implicaciones. La figura de los llamados “negros mágicos” — o personajes afroamericanos que se incluyen en una trama para ayudar a uno blanco en su evolución intelectual o moral — ha sido ampliamente debatida en el espacio académico norteamericano de los últimos años. Pero mucho más, plantea la idea de que el racismo puede convertir, incluso, los elementos más concretos de la narración en un punto debatible.
El director Kobi Libii —que también es el guionista de la cinta— toma todo lo anterior y lo lleva a un extremo amargo. A saber: una sociedad real de hombres y mujeres negros que tratan de hacer más fácil la vida de los blancos. O en cualquier caso, impulsar su evolución moral y ética. ¿El motivo? Hacer más felices al mundo de los que discriminan para evitar ser discriminados. O en cualquier caso, hacer el mundo más fácil para los que tienen la posibilidad de hacerlo todo un poco peor y más violento.
La incómoda mirada a lo que se esconde detrás de grandes conceptos
De hecho, durante las primeras secuencias de la película, la parte del argumento que transcurre en la galería de arte, pone ese concepto a prueba. ¿Realmente la discriminación puede crear estratos en el que incluso, de manera sutil, es capaz de excluir? Con Aren dando tumbos entre la multitud que acude para sentirse mejor consigo misma por apoyar a un artista negro y recibiendo halagos, por la misma razón, la cinta se hace incómoda de inmediato.
Poco a poco, lo que comienza con una secuencia prólogo, se convierte en una que muestra cómo el racismo se mimetiza y se hace parte de cosas más absurdas y extrañas. Todo bajo la fina pátina de la vida social y cultural. Mucho más complicado aún, de un sistema de valores que premia la sensación que la diferencia puede ser un arma de doble filo. En particular, cuando Aren conoce a Roger (David Alan Grier) y este último le invita a una organización secreta —la que brinda el nombre a la película — cuyo motivo de existencia es claro. Crear un ejército de negros que sean capaces de consolar las inquietudes más incómodas de los blancos a su alrededor.
Por cruel que se escuche la premisa, la película explora en ella desde la autonegación de toda una generación, que intenta resaltar el hecho que el racismo, puede ser analizado desde lo burlón. Lo que lleva a la película a burlarse de sí misma e incluso, satirizar sus puntos más oscuros e incómodos, que los tiene a pesar de su intento de hacer reír.
Pero el director no logra sostener la tensión demasiado tiempo y todo lo que hasta entonces analizó y profundizó, se desploma en el momento en que decide utilizar el complejo escenario para narrar una historia de amor conveniente. Un punto que despoja a la película de su cualidad de rareza sociológica y la desploma en una simple provocación que no llega a sus mejores puntos.
La crítica invisible para una película que pudo ser más
Con todo, The American Society of Magical Negroes lanza al ruedo del cine de la última década, la idea de reflexionar acerca del bien y del mal, en ámbitos complicados y en especial, socialmente significativos. De la misma forma en que American Fiction de Cord Jefferson exploró en los estereotipos que se sostienen en la autocomplacencia, la cinta de Libii analiza la percepción del yo y del miedo colectivo, a través de una nota humorística perversa. Y aunque no logra completarlo —su mayor problema— la cinta tiene la capacidad de mostrar las posibilidades de la idea. Quizás, el punto de mayor interés de esta sátira que pierde su malévola elocuencia muy pronto.