Conocí al Dr. Pedro R. Tinoco, hijo, en marzo de 1986, pocas semanas después de que fui designado vicepresidente de Estudios del Banco Central de Venezuela. Con dicha designación alcanzaba la más alta posición gerencial en el área de Estudios Económicos, Cuentas Nacionales y Estadísticas Básicas, después de mi ingreso al Instituto a finales de 1978 y concluidos ya mis estudios de posgrado y especialización en la ciudad de Londres.
Como vicepresidente de Estudios asistía con cierta regularidad a las reuniones semanales del Directorio del banco, al objeto de presentar informes periódicos sobre la evolución coyuntural de la economía del país, propuestas de medidas monetarias o de ajustes en los tipos de interés e informes de opinión, preparados en las unidades técnicas de la Vicepresidencia, relativos a operaciones de crédito público formuladas por el Ministerio de Hacienda y bajo revisión y estudio por diversas instancias o comisiones de la Cámara de Diputados del Congreso Nacional.
Fue precisamente allí en el Directorio del Banco donde comenzó mi amistad con el Dr. Tinoco, que desempeñaba la posición de miembro principal del Directorio en representación del Consejo Bancario Nacional. Debo resaltar un hecho singular, del cual fui testigo: el Dr. Tinoco se retiraba de la sala del Directorio, que se reunía semanalmente, cuando se entraba a considerar la política de redescuentos, asistencia bancaria especial y anticipos, incluso los casos de instituciones bancarias con problemas de liquidez o cobertura del encaje legal. Regresaba al recinto, solo cuando el gerente de Operaciones Monetarias e Inversiones concluía del todo su exposición al cuerpo de directores y autoridades del BCV. Era evidente que el Dr. Tinoco se ausentaba para mantenerse al margen de decisiones que regularmente tomaba el Instituto respecto a sus operaciones de crédito con la banca, que pudieran prestarse a un evidente conflicto de intereses dada su posición de representante de la comunidad bancaria y presidente de una institución bancaria de mediana actividad.
Mi relación profesional con el Dr. Tinoco fue progresivamente estrechándose durante su estancia como director principal del BCV, ya que con relativa frecuencia se acercaba a mi oficina una vez concluida la reunión semanal del Directorio. Nuestra conversación giraba básicamente sobre tres temas cruciales de la difícil situación económica del país: el enorme déficit financiero del sector público que propulsaba la tasa de inflación interna y la tasa de cambio del mercado paralelo, el triste papel que desempeñaban en el exterior los miembros de la Comisión de Reestructuración de la deuda externa designada por el presidente Lusinchi y, por último, lo más importante, la conveniencia de que las unidades de investigación adscritas a la Vicepresidencia de Estudios, bajo mi dirección, iniciasen a la brevedad la elaboración de un plan de reformas económicas y de estabilización macroeconómica, bajo la asesoría de expertos adscritos al FMI.
Mi intercambio de opiniones y diagnósticos con el Dr. Tinoco sobre el acontecer económico nacional y la necesidad imperiosa de cambiar radicalmente la política económica y la concepción de desarrollo económico, tuvo un resultado concreto a finales de 1988. A mediados de octubre, el Dr. Tinoco me visitó después de la reunión semanal del Directorio para invitarme (previo consentimiento del presidente del Instituto) a participar en un pequeño grupo de trabajo, que se reuniría semanalmente en su despacho de abogado, donde también estaría presente el Dr. Miguel Rodríguez Fandeo, por recomendación de su gran amigo y candidato presidencial en ese momento Carlos Andrés Pérez.
Después de seis semanas, el Dr. Tinoco, el Dr. Rodríguez y yo finalizamos la redacción de un escueto borrador de las principales medidas del plan de estabilización macroeconómica que pondría en ejecución el próximo gobierno bajo la conducción de Carlos Andrés Pérez. La redacción definitiva del breve documento (tres páginas) que le fue entregado al presidente Pérez en los primeros días de diciembre de 1988 estuvo a cargo del Dr. Tinoco. Era indiscutiblemente el primer cuerpo de medidas de lo que posteriormente conformaría el Plan de Ajustes Económicos puesto en ejecución por el segundo mandato del presidente Pérez.
Jamás se entrometió ni interfirió en aspectos operativos de las diferentes unidades técnicas ni administrativas, dándoles a ellas su confianza y su respaldo, pero exigiendo a cambio de que cumplieran sus funciones con responsabilidad y eficiencia.
Nunca utilizó su autoridad de manera imperativa. Sus instrucciones parecían sugerencias. Tenía una excepcional organización y disciplina mental. Su capacidad y conocimientos le permitían captar de inmediato los asuntos más disímiles y áridos que le planteaba, atinentes a la definición y gestión de la política monetaria y financieras del Banco Central en el contexto macroeconómico y coyuntural del país. No necesitaba que se le dieran largas explicaciones para comprender y percatarse de las situaciones en pleno desarrollo. Por el contrario, más bien se anticipaba a su interlocutor en los planteamientos que este le iba a formular.
El Dr. Tinoco era fanático del orden, la disciplina y del horario. Cumplía estrictamente su agenda. Nunca llegaba atrasado a una reunión ni hacía esperar a sus visitantes, sea quien fuere o el rango que tuvieren.
El Dr. Tinoco cautivaba con su personalidad. Contrario a su apariencia externa de rostro adusto, severo e inmutable, era de trato afable, cordial, respetuoso y amable. Era un convencido de la persuasión y de la conciliación como modos de relacionarse con sus semejantes. Asistí con él a numerosas reuniones de alto nivel político gubernamental, presenciando difíciles discusiones sobre temas álgidos en la que los demás participantes, a veces se trataban en forma vehemente, altisonante y hasta hiriente, todo ello por las evidentes diferencias de criterio económico entre las autoridades del partido de gobierno (AD) y los miembros del gabinete económico del presidente Pérez. El Dr. Tinoco oía y observaba; cuando al fin él hablaba, las aguas revueltas volvían a su nivel, los ánimos caldeados se enfriaban, la paz y tranquilidad se adueñaban del ambiente; exponía su opinión en forma clara y precisa. Con las frases necesarias, sin una palabra de más ni una palabra de menos, tendiendo un puente de comprensión hacia quienes sostenían criterios expuestos a los suyos; sus conocimientos y su forma de expresarlos, así como su imponente personalidad, inhibía a sus interlocutores.
El Dr. Tinoco no reconocía enemigos. En sus dos actuaciones como funcionario público (ministro de Hacienda y presidente del BCV) tuvo críticos muy severos de su gestión gubernamental. Algunos, de buena fe, eran adversarios políticos u opositores ideológicos cuyas críticas, naturales en un régimen democrático, las planteaban con altura y civismo. Otros, motivados por envidias personales, rivalidad de poder o simples deseos de figuración, se expresaban en forma calumniosa, ofensiva, insultante y grosera. A todos les trataba con tolerancia y comprensión. Jamás respondió a ataques personales ni hizo uso del poder para acallarlos. Cuando por razones institucionales o legales se vio obligado a dar respuestas públicas a los ataques, lo hizo con mesura, con sus argumentos y con respeto al adversario.
Su conducta era para ganar amigos y no crear o estimular enemistades. Inclusive trató de reconstruir lazos de amistad con antiguos adversarios. Si en algunos casos no los convirtió en amigos, al menos se ganó su respeto.
El cúmulo de conocimientos y experiencias, así como su bonhomía y comprensibilidad, convirtió al Dr. Tinoco en consejero permanente. Sus oficinas, tanto en su bufete de abogados como en el propio Banco Central siempre estuvieron abiertas a quienes acudían a él en busca de consejo, orientación y ayuda, a título personal. Frecuentemente recibía a políticos de las más diferentes tendencias y jerarquías, empresarios, banqueros, líderes sindicales, altos funcionarios públicos, gente importante y gente modesta. A todos atendía. Su gran satisfacción, más que el poder político o económico, era sentirse importante y útil.
Su presidencia en el Banco Central de Venezuela le dio brillo al Instituto e incrementó el tradicional prestigio del organismo. Independientemente del juicio histórico que merezca la política económica y el plan de desarrollo económico llevados adelante por el presidente Pérez entre principios de 1989 y mediados de 1993, de la cual el Dr. Tinoco fue uno de los diseñadores y ejecutores principales, es irrefutable la labor descollante del Dr. Tinoco como Presidente del Banco Central y el papel protagónico del Instituto Emisor bajo su conducción, cumpliendo no solo con sus propias atribuciones y responsabilidades, sino también cubriendo las debilidades e ineficiencias de otros organismos públicos, cuya acción debía complementar los esfuerzos del Banco.
Como presidente del BCV jugó un papel fundamental en la reestructuración de la deuda externa de Venezuela, en la negociación y concreción del financiamiento multilateral del FMI y del Banco Mundial. El prestigio del Dr. Tinoco en el mundo financiero internacional, sus conocimientos de la materia y sus dotes persuasivas fueron factores fundamentales para la exitosa restructuración de las obligaciones externas del país, llevada a cabo bajo la diestra dirección del ministro jefe de Cordiplan, Dr. Rodríguez.
Un aspecto de mucha importancia que no puede omitirse en cualquier referencia al Dr. Tinoco es el concerniente a su pensamiento económico y social. Es fundamental señalar que el Dr. Tinoco fue un consecuente predicador de la libertad económica y de la racionalización de las actividades del Estado. Por presentar esta tesis, durante décadas fue calificado peyorativamente por sus adversarios como reaccionario e ideólogo de los grupos económicos más poderosos del país. Eso fue en los tiempos de la democracia en los que el país vivió bajo el amparo del Estado, en un régimen de subsidios exagerados y de un intervencionismo en todos los segmentos de la actividad política, económica y social. Los recursos fiscales administrados por el Estado no podían cubrir indefinidamente las crecientes necesidades y aspiraciones de la colectividad. La crisis se produciría indefectiblemente en alguna oportunidad. Y en efecto, se presentó en el período 1978-1988, pero fue ocultada temporalmente por medio de artificios, hasta que estalló definitivamente a principios de 1989 sin tener maneras de esconderla o enfrentarla financieramente. Se cumplieron los vaticinios del Dr. Tinoco, expresados de manera recurrente en las reuniones semanales del directorio del Banco Central cuando ejerció la posición de director principal en representación de la comunidad bancaria venezolana (1984-1988), siempre a contracorriente de las posiciones económicas intervencionistas y gradualistas de los ministros del gobierno, miembros del Directorio, liderados, primero por Luis Matos Azócar y luego por Héctor Hurtado. Y, en definitiva, se impuso durante el segundo gobierno de Pérez la tesis económica que siempre defendió el Dr. Tinoco como necesaria para corregir los defectos estructurales de nuestro sistema económico y colocar al país dentro de una senda de alto crecimiento productivo y estable a largo plazo.
Quisiera concluir esta breve reseña mencionando la declaración de prensa que hiciera el día del funeral del Dr. Pedro R. Tinoco, hijo, todavía de cuerpo presente, el economista José Vicente Rodríguez Aznar, hombre de su total confianza, eficiente profesional y de sólida formación financiera y tributaria, que ocupó la Primera Vicepresidencia del Instituto durante los tres años que estuvo el Dr. Tinoco al frente del BCV. Rodríguez Aznar fue sin duda la persona que hizo posible, con mano gerencial y realismo técnico, la materialización de las esenciales reformas cambiarias, monetarias y bancarias que el Dr. Tinoco había concebido en conjunción con el equipo económico del presidente Carlos Andrés Pérez.
Diría el Dr. Rodríguez Aznar: “Es uno de los venezolanos ilustres del presente siglo. Muchos ya lo reconocemos así y la historia lo ratificará. Amó a su patria, a su familia y a sus amigos como el que más. Su sentido de responsabilidad rayaba en la exageración; lo demostró fehacientemente cuando salió del hospital, enfermo, para cumplir una citación de la circense y conspiradora Comisión Parlamentaria que trataba de perfilar como fuese un expediente penal para que fuese enjuiciado el presidente Pérez por el manejo supuestamente irregular de los fondos de la partida secreta. Terminado el interrogatorio ofensivo e irrespetuoso de algunos de los miembros de dicha Comisión, regresó al hospital para morir pocos días después”.
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