No puede decirse que Gustavo Petro no es un hombre tenaz. Lo que se propone intenta conseguirlo a cualquier precio pero ello no es necesariamente una virtud cuando se ejerce la conducción de un país en épocas de crisis.
Su inveterada determinación a cambiarlo todo, incluso lo que funciona -la típica inclinación de todo gobierno socialista que por primera vez toma las riendas de un país-, lo está llevando a destruir esfuerzos valiosos de otras épocas en uno de los sectores más eficientes de la actividad pública en su país: el esquema imperante de salud desde 1993 con sus optimizaciones posteriores.
En esencia todo es perfectible, sin duda, todo puede ser objeto de mejoras. Pero resulta extremadamente delicado e inconveniente hacer borrón y cuenta nueva o incluso intentar mejoras en aquellos temas que tienen que ver con el bienestar más básico de la ciudadanía, que es lo que atiende un esquema de seguridad en el terreno de la salud.
El actual proyecto de Ley que ya cursa en la Cámara y está a pocos artículos de ser adoptado, no comprende objetivos claros, no tiene definida su sostenibilidad ni tampoco propone un esquema de transición que le brinde seguridad a los administrados en aquellas dolencias que vienen siendo atendidas con el esquema actual. Los textos están plagados de vaguedades, no están fundamentados en estudios sólidos y van a afectar al conjunto de la ciudadanía. Solo hay que imaginarse la inquietud que ello genera en 86.000 mujeres afectadas de cáncer de mama hoy en la vecina Colombia y más de medio millón con otro tipo de cáncer.
20 ministros de la Salud en su país se han animado a subrayar a Petro, a través de una misiva, las inconveniencias de seguir adelante con su controvertido proyecto de reforma del sector de la salud en Colombia. Le proponen “construir sobre lo construido” en lugar de eliminar de un zarpazo lo que ya se ha armado en favor de la colectividad.
Los ministros –argumentan entre muchas otras cosas– que un cambio de la naturaleza del propuesto afectará a la colombianidad en el sentido de que barre por completo el aseguramiento que hoy priva y somete a los pacientes a “moverse por el sistema a través de múltiples instituciones que no tienen precisas sus nuevas responsabilidades y funciones”. Petro no escucha. Es el totalitarismo en marcha irreversible hacia el desastre. El actual sistema cubre a 99% de la ciudadanía a través de un régimen contributivo o subsidiado.
A esta fecha quedarían aún dos debates en el Senado de la República y la Ley quedará, entonces, solo pendiente de la sanción presidencial si el lunes 4 son aprobados, como el resto, los 9 artículos que quedan en discusión. Las votaciones se han hecho por bloques de artículos, sin debate sobre el fondo de cada uno de ellos, simplemente porque los números favorecen a la bancada presidencial.
“La salud de cada colombiano trasciende cualquier interés político o promesa de un gobierno”, le han recalcado los antiguos ministros, pero ello cae en los oídos sordos presidenciales. El momento no es bueno para él. Está creciendo un clamor que hoy embarga a una amplia mayoría de los colombianos: solo 29% de sus nacionales lo aprueban. Una vez más Gustavo Petro es víctima de su testarudez, el empeño irracional y obsesivo de un gobernante al que, hasta el presente, siguen sin sonarle ninguna de sus flautas.