La condición finita de la danza atenta contra su trascendencia. La breve acción escénica suele ser tomada como el punto inicial y final del movimiento, obviando con frecuencia la historia que le otorga referencias y los postulados ideológicos y estéticos que lo sustentan.
Asumir la danza en su dimensión teórica supone un ejercicio complejo. Abordarla desde su perspectiva histórica implica rigor y método investigativo. Tratarla desde la óptica de la apreciación crítica lleva a la elaboración de un nuevo discurso estético a partir del hecho creativo que le da origen, arribando a una dimensión compartida entre la razón y la emoción.
La teorización sobre la danza –vale también para todas las artes– tradicionalmente se ha considerado como un oficio de terceros ubicados al margen del hecho creativo. Una actividad intermediaria entre una obra, su autor y el público receptor de la misma. Suerte de decodificador necesario es el teórico. Sin embargo, esta función puede pertenecer también al ámbito del creador, quien desde la individualidad de sus procesos puede convertir en obra literaria los conceptos y las formas que conforman sus acciones representativas.
Cuatro bailarines, por propia iniciativa y también como consecuencia de las exigencias de su formación universitaria, llevaron a cabo ejercicios teóricos sobre su quehacer alrededor del movimiento, que se convirtieron en libros esenciales para el estudio científico de la danza escénica venezolana. Sus autores, reconocidos intérpretes, coreógrafos y maestros, transformaron sus investigaciones académicas en ensayos que alcanzaron el dominio público y se hicieron referencias.
Movimiento perpetuo (1991, Fundarte), de la fallecida bailarina Andreína Womutt, resume la experiencia de la danza contemporánea nacional, desde sus orígenes ubicados a finales de los años cuarenta del siglo XX, hasta sus desarrollos profesionales concretados en los setenta y ochenta. En su labor de investigadora, la notable intérprete conversó con los protagonistas fundamentales de este período en la búsqueda de una visión integradora del mismo. Hizo una advertencia en la introducción del texto: “Asumir los riesgos de este trabajo de investigación comulgando con la danza, nos puede inclinar hacia la subjetividad y el apasionamiento. Sin embargo, la necesidad vital de una memoria para la cultura de la danza contemporánea que rescate un conjunto de vivencias y reconozca el camino recorrido, requiere de un juicio sereno y objetivo que trataremos de imponernos”.
La metáfora de la violencia (1994, Celcit e Instituto Superior de Danza), de Luis Viana, aborda el tema de las convulsiones individuales y sociales que caracterizaron a las vanguardias coreográficas hacia finales del siglo XX, así como sus repercusiones en la danza venezolana. El bailarín del gesto desgarrado asumió el reto y tomó el riesgo. Miró a sí mismo y a su alrededor y ofreció una reflexión rigurosa y veraz sobre el tema, portadora de sólida ideología y notorios valores literarios. “Como participante del proceso descrito en este trabajo -señaló el autor- he querido conservar la cercanía con el material propuesto. Ello me ha impuesto una única alternativa: el tratamiento metodológico del objeto de estudio. La reflexión textual y género de la exposición se han fundido en el intento de hacer y mostrar en un solo acto. Por esto, bajo la generosa libertad de un ensayo he querido aventurarme en los pensamientos que generalmente expreso cuando bailo o coreografío”.
Hacia una dramaturgia del movimiento (2001, Fundación Carlos Eduardo Frías e Instituto Universitario de Danza), de Leyson Ponce, reflexiona sobre la presencia dramática en el discurso coreográfico en la danza contemporánea de Venezuela, durante la década de los noventa. El texto del estudioso creador, contiene conceptualizaciones sobre las visiones orgánicas del cuerpo expresivo y el teatro de la danza como manifestación caracterizadora de un tiempo singularmente violento. Ponce compartió parte de su proceso de indagación: “Pasé por el conflicto de no poder escribir estas reflexiones a veces tan íntimas, por la distancia que impone hacerlo desde la pluralidad como método científico. Pero me he permitido ser uno y parte de todos desde esa conjugación, y así he podido documentar los impulsos que revelan las relaciones entre la imagen, lo simbólico y lo significativo en el discurso coreográfico en autores que han enfocado sus obras desde y hacia una dramaturgia del movimiento”.
El cuerpo como territorio de la rebeldía (2006, Instituto Universitario de Danza), de Julie Barnsley, constituye en sí mismo un agudo alegato sobre el cuerpo humano y sus consideraciones conceptuales y estéticas en Occidente a lo largo de la historia, más allá del mundo de convenciones que lo ha rodeado. En su ensayo, la bailarina y creadora de volcánica expresión, aborda la corporalidad a través de los tiempos y de su personal experiencia. Habló sobre sus motivaciones de investigadora: “Por primera vez, siento interés en hablar acerca de este territorio corporal vivido, abriendo así nuevos espacios de reflexión y concientización. Previamente elegía reprimir la palabra para poder escuchar y expresar mejor el cuerpo. Hablamos entonces de los cuerpos y sus infinitas posibilidades de interpretar y percibir la vida, de sus espacios íntimos compartidos. De un solo cuerpo que es capaz de transformarse en mil cuerpos”.
Los anteriores, son cuatro libros surgidos de las particulares vivencias de sus autores dentro de la práctica y la teoría de la danza. Sus voces y sus letras tienen un punto en común trascendente: parten de una vida alternada dentro del movimiento.