Alguna vez convinimos en que toda dictadura es predecible, en contraste con la democracia liberal. Aceptemos, el axioma se ha desmoronado por estos días en Venezuela.
El autoritarismo competitivo que gozó de buena salud, luce desmentido por la realidad: un algo que va más allá de lo autoritario, un algo que viene más acá de la competencia. Demasiado allá y demasiado acá, ya temen por su suerte los propios partidarios de la minoría oficialista, continuista y armada que está confrontada con las grandes mayorías de venezolanos.
Quizá predominante en el género novelístico y filmográfico correspondiente, detrás de la moral de resistencia del pueblo heroico, el derrumbe de los regímenes de fuerza se debe a la excesiva concupiscencia del poder que el cabecilla niega al resto de sus colaboradores inmediatos. Todo parece indicar que el socialismo del siglo XXI es portador de una ética de la ruindad, al fin y al cabo, compartida, pues, todos sus concursantes están enredados en proporciones semejantes, urgidos de un conjuro, así no sean objeto de sanciones internacionales expresas, inequívocas y concretas.
De modo que la prolongada coyuntura pre-electoral todavía deparará sorpresas que tienen por soporte y ventaja, la violencia física y psicológica empleada por el Estado, y, abandonando la trinchera, pasa ahora el gobierno de la guerra política de posiciones a la de movimientos. Y no fue, es ni será posible a los líderes y partidos de la más genuina oposición pensar y desempeñarse individual y mesiánicamente, como bien desearían muchos de los opinantes que se encuentran a miles de kilómetros fuera del país con una lectura en clave de telenovela de los acontecimientos aún inconclusos.
A Miraflores lo ocupa un inmenso tablero que los compromete a todos y, si bien es cierto que inventa casilleros adicionales, no menos lo es que sus desplazamientos, maniobras y ardides, pudieron ser previstos y quizá resueltos por contendores convincentemente mancomunados y de probada faena ajedrecística. Hacer memoria del futuro y pronosticar el pasado, aunque parezca absurdo, expresa también el fenómeno político y, más allá de ponderar convencionalmente los muy probables escenarios pendientes, la mejor y la peor aplicación de una exigente teoría de juegos pasa por una de estas dos venezolanísimas opciones, respectivamente: la apelación al olfato o intuición política, inspirada revelación de la experiencia que no se le niega a nadie; o la confianza en la lectura del tabaco o las cartas para la cual hay muchísimos adeptos encapillados, devotos de Telmo Romero.
@luisbarraganj
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