El operativo emprendido contra el grupo de Tareck el Aissami es sin duda la más amplia de las purgas realizadas en el período que tiene Nicolás Maduro en el poder, y quizás lo más sorprendente es que se trata de la defección de uno de sus aliados de mayor confianza desde hace casi una década. Uno de los elementos que muestra la complejidad de esta fisura en el bloque en el poder -los términos que legó Nicos Poulantzas- es que el grupo de El Aissami está formado por una serie de amplias ramificaciones no solo en el nivel interno sino también en el ámbito exterior -la conexión con regímenes y movimientos radicales árabes-, lo cual conduce a elucubrar que en esta ruptura están involucrados elementos de una y otra índole.
Justamente porque su régimen nunca ha tenido el carácter cesarista que definió al mandato de Chávez -quien utilizó su carisma para conformar una democracia populista de mando unipersonal, demoliendo no solo las instituciones del período puntofijista sino las que él mismo fue creando- Maduro ha logrado consolidar su mandato -que muchos pensaron que sería efímero- a través de una serie de purgas más bien pequeñas y puntuales, que en algunos casos seguramente consensuó con los otros grupos en el poder, y que afectaron fundamentalmente a determinados altos funcionarios o líderes, como Rafael Ramírez, Jorge Giordani, Héctor Navarro, Elías Jaua, Luisa Ortega Díaz y Miguel Rodríguez Torres (la lista, por supuesto, es más larga, y habría que mencionar incluso a los pequeños partidos y movimientos que se abrieron por su cuenta o sencillamente, los fueron- coloquialmente hablando- como el PCV y Tupamaros).
La más significativa de todas esas rupturas -de lejos- fue la de Ramírez, pues en aquel momento tenía un inmenso poder, por haber sido el mandamás de Pdvsa durante casi todo el período de Chávez. No en balde, Maduro -que con su cuestionada legitimidad y tambaleante liderazgo no podía buscar en aquel momento confrontaciones abiertas- aplicó con él una técnica pisapasito, moderando el mazazo de su destitución de Pdvsa al nombrarlo canciller, para después sacarlo por completo del escenario doméstico enviándolo a la ONU, un cargo de consuelo que marcó realmente el comienzo de su exilio.
La referencia a Ramírez nos lleva a mencionar el problema que al parecer fue el detonante principal de esta disputa interna. Todo apunta a que El Aissami empezó a aprovechar de manera desaforada para su mafia grupal los envíos de petróleo, aprovechándose de la política de usar intermediarios dudosos (entiéndase: empresarios con firmas fantasmas) para burlar las sanciones a Pdvsa. Como dice el cable bien dateado de Reuters, los 25.000 millones de dólares faltantes son cuentas por cobrar desde 2020, justo cuando fue designado ministro de Energía y Petróleo. Ahora bien, sería de ingenuos creer que solo El Aissami se aprovechó de esa piñata voraz (que constituye, ciertamente, una traición a la patria, mucho más en el dramático cuadro social que vive el país en los actuales momentos); pero es lógico pensar que no hubo un equilibrio en la distribución del gigantesco botín, y que el exgobernador de Aragua seguramente jaló, como quien dice, demasiado para su lado, con vista a fortalecer su proyecto de poder.
Y si a esto se agrega que en la rapiña de los envíos de cargamentos se discriminó a Cuba, como sugieren algunas fuentes bien informadas (punto que habría sido presentado por Raúl Castro en la cumbre a propósito del aniversario de la muerte de Chávez), entonces podría decirse que El Aissami -envanecido por lo que significaba tener en sus manos las joyas de la corona- se rifó su defenestración (es conocido ahora que las investigaciones contra su grupo comenzaron desde finales del año pasado, y llama la atención que en enero Asdrúbal Chávez ya había sido destituido de la presidencia de Pdvsa).
El otro telón de fondo para comprender cómo y porqué se desató esta lucha entre mafias y grupos de interés aliados, lo constituye el dramático cuadro social que tiene el país, con los gremios de maestros tomando las calles desde hace más de dos meses, junto a los profesores, pensionados y jubilados, y empleados públicos. Aunque estas protestas no significan una amenaza directa a la estabilidad del régimen, si erosionan su ya debilitada legitimidad, porque han puesto de manifiesto el fracaso de la economía de burbujas -en medio del colapso de los ingresos fiscales petroleros por las cuentas no cobradas- y la consecuente incapacidad para cumplir las mínimas demandas salariales y sociales.
A este cuadro social se unió, de manera decisiva, el descontento desatado dentro la oficialidad media y baja de las Fuerzas Armadas a partir de un instructivo que habrían recibido en la Aviación, de hacer emprendimientos algunos días a la semana, en vista de la imposibilidad de contar con un aumento salarial (la misma instrucción, sí, que dio la ministra Santaella a los educadores esos días). Estas expresiones de descontento se hicieron de manera pública y abierta en las redes, algo totalmente inusual dentro del cuerpo, haciéndonos recordar aquello de “el rey está desnudo”; y provocando que Padrino apelara a la figura de Chávez como punto de encuentro simbólico para mitigar la frustración y el desaguisado, y, sobre todo, salir al paso a la amenaza de anarquía y deserción masiva. Es bastante probable que este incidente haya precipitado las acciones contra El Aissami, al aumentar las presiones contra Maduro. Y es revelador que Pedro Tellechea haya sido nombrado también ministro de Energía y Petróleo casi inmediatamente -en una medida que en vez de sanar puede terminar de matar al enfermo- aumentando la abultada cifra de ministros y altos funcionarios militares en el gabinete.
Que el régimen, tan cuidadoso y puntilloso en estas cosas, haya decidido siquitrillar a uno de sus grandes grupos de poder, solo puede explicarse porque éste violó una de las reglas o códigos de honor establecidos (sí, como es sabido, en la mafias y sociedades de intereses, aunque no pareciera, hay códigos de honor) o porque vio una amenaza o una conspiración al establishment (de lo cual solo podemos hacer elucubraciones). Es poco creíble que una operación de la magnitud de la que se está realizando, haya sido por la simple necesidad de un chivo expiatorio, o por la conveniencia de cumplir con exigencias de Estados Unidos a propósito de las sanciones (aunque estos elementos pudieron ser, sin duda, un aliciente). De cualquier forma, y hasta nuevo aviso, en todo esto parece haberse procedido con la misma idea de los ingenieros con las explosiones controladas, esto es, han actuado convencidos de que los riesgos son pocos, tomando en cuenta que la particular debilidad de la oposición y el enfoque que hay en este momento en la materia electoral, no parecen dar pie para que se desate una crisis política aguda.
@fidelcanelon
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