OPINIÓN

Tener carro en revolución

por Carlos Balladares Castillo Carlos Balladares Castillo

En los tiempos de la democracia venezolana (1958-1998) tener carro (lo que llaman coche en España) fue sinónimo de ascenso social. Era lo normal en un país que había logrado una gran prosperidad y poseía la mayor clase media de Iberoamérica.

Arreglarlo o cambiar de vehículo automotor no era tampoco una tragedia para este sector, e incluso se pudo seguir haciendo en tiempos del chavismo (1999-hoy). Se podía gracias al más grande boom petrolero de nuestra historia y porque no sufríamos las consecuencias de estancamiento y empobrecimiento generalizado causado por el modelo socialista. Cuando esto último ocurrió a partir de 2013, tenerlo y mantenerlo en funcionamiento se convirtió en un verdadero lujo.

Poco a poco se fueron quedando estacionados, esperando el milagro de conseguir el pago de repuestos y la mano de obra. Los habitantes de nuestras grandes ciudades han notado la desaparición de las famosas colas, pero esto ha sido lo único bueno. La realidad es que poseerlo hoy en día, cuando hay gente que incluso se ha visto obligada a tener varios empleos para poder comer y deben trasladarse con rapidez de un lado a otro, es casi una necesidad vital por las fallas del transporte público. De modo que su deterioro es lo más estresante que existe. Nos hace soñar –¡una vez más! – con un país normal.

Al conducir por Venezuela se van escuchando una gran diversidad de ruidos generados por los innumerables desperfectos de los carros. Ruedan de milagro, y nos hacen pensar en los potenciales accidentes (¡qué pueden costar vidas!). Cada propietario o conductor de un auto vive aterrado porque un nuevo sonido sea un nuevo gasto que posiblemente no podrá pagar, o que llegue el día tan temido cuando ya no funcione más y no puedan llegar a tiempo a sus empleos. Como todos suenan, uno siempre clama al cielo: “¡Dios Santo, que no sea el mío el que suena así!”.

Un amigo que tenía a su hijo pequeño en un colegio en una de las colinas de Caracas por lo barato que era, me contó que cuando el carro se le dañó lo que le quitaba 20 minutos en llevarlo se transformó en un viaje infernal de más de 3 horas. Para esa zona ya no llegaba el transporte público y el escolar era muy raro. Otros no salen de noche, no vaya a ser que se accidenten y al problema de la grúa con sus costos se agregue el ser víctima de la inseguridad. Por no hablar de los robos de las partes de los carros (baterías y cauchos especialmente) en los estacionamientos públicos o en los garajes de la propia vivienda.

Pero si hay alguna duda sobre el estrés que se padece, nos falta hablar un poco más de los costos de las reparaciones mécánicas. Es cierto que siempre han sido caras, pero ahora son “impagables”. Cualquier repuesto que antes era barato, en la actualidad no baja de 20 dólares (no olvidar que nuestro sueldo mínimo mensual está en 15$), y la mano de obra por lo general está en ese monto (repito: reparaciones sencillas). Pero pensemos en un bote de aceite, pasa los 100 y arreglos mayores están entre 500 y 1.000. Un neumático, el más barato, está entre 60 y 120. Tienen razón las mayorías cuando dicen que “el carro les saca sangre”. De esa forma se recurren a diferentes estrategias: endeudarse, gastar los ahorros si se tienen, vender montones de otros bienes y suplicar a los familiares afuera por solidaridad.

Pero todavía falta algo más: la deshonestidad generalizada de los venezolanos (especialmente en tiempos chavistas porque ellos la han cultivado, pero también por vivir en la crisis que ellos han generado). A esa deshonestidad no son impunes los mecánicos, y esto se facilita por la ignorancia que tenemos ante asuntos tan complejos. Hay que rogar porque le coloquen los repuestos que compramos, lo hagan bien (no conozco ninguno que no haya aprendido en la práctica y no por estudiarlo); y a pesar de todo eso pasa con frecuencia que cuando le arreglan algo, se daña otra cosa. ¡Cómo no estresarse!

Son tantos los casos de personas que viven para mantenerlos; que no paran de tener pesadillas casi a diario cada vez que intentan descansar al dormir en las cuales el auto no funciona o se lo roban. Me han llegado a decir que apenas abren los ojos en la mañana, el primer pensamiento es de preocupación ante su funcionamiento. Por no hablar de lo terrible que es manejarlos escuchando un sinfín de ruidos que le recuerdan los desperfectos que no han podido arreglar; y la imposibilidad de rodar suavemente con un motor que suena rítmicamente como fue aquel día soñado que lo compró de agencia y era cero kilómetros.

El sueño americano y en general el mundo desarrollado nos vendió la maravilla que era el carro (que lo es como máquina). De la calidad de vida que nos ofrecía a pesar de sus efectos contaminantes. Pero ahora en Venezuela, con la experiencia que he descrito, más de uno lo que quiere es poder caminar teniendo todo bien cerca y liberarse. ¿Será este el posible aprendizaje que podríamos poner en práctica en un modelo de ciudad y de vida más humano y ecológico? Por ello, si usted vive en Venezuela y no necesita el auto, tiene su empleo cerca y no tiene que llevar a su familia (en especial niños pequeños) a colegios, entre otros; dé gracias a Dios porque es un privilegiado.