El humor es profético. Las mayores verdades filosóficas, sociológicas y políticas han sido proclamadas desde la tribuna del humorismo. Pero, como la cosa mueve a risa, la gente no cree que se esté hablando en serio.
Quien suscribe, aunque nunca los patentó, tiene en su haber dos grandes diseños de inventos: el primero, el carro que se maneja solo, con un programa especial para Caracas con la posibilidad de rastrear automáticamente la presencia azarosa de motorizados, determinar ante qué luces rojas detenerse y ante cuáles no, entre otras facilidades para el tránsito capitalino, como un Google Map de huecos y alcantarillas destapadas, un asustador de peatones, entre otras propiedades.
El segundo invento, proclamado desde el humor y que me acaba de chorear Elon Musk, es el del chip cerebral.
También diseñado por mí —y me perdonan el mal gusto autorreferencial de este escrito— en un monólogo en el que hablaba ya de esta posibilidad. Proclamaba entonces que el CVA tenía sus días contados, pues al irnos de viaje cargaríamos en el chip cerebral el idioma del país al que viajamos.
Algo similar sucedería con las universidades, que pasarían a ser cosa del pasado. Para ser médico, por ejemplo, bastaría con comprar el chip de la carrera e insertarlo en el cerebro. Este avanzado diseño mental presentaba, señalaba entonces, el beneficio adicional de poder cambiar de profesión al aburrirse de la que se ejerce o probar una profesión cada semana hasta encontrar la que mayor suma de felicidad material produzca (al profesional, se entiende). Naturalmente, en nuestra Venezuela pecadora, existiría siempre el riesgo de la piratería, de que un buhonero venda una carrera de Derecho chimba en la cola de la autopista o en el peaje de Tazón, pero en honor a la verdad, esto tampoco tendría que ser motivo de angustia ni preocupación pues no sería nihil novum sub sole. ¡Oh sole, Oh sole mio!
Pues bien, la compañía Neuralink de Elon Musk (¡lo que es tener el billete para desarrollar las ideas!) acaba de implantar el primer chip cerebral de mi genial invento con el nombre de Telepathy (del griego tele que significa televisión y pathy, hipocorístico de Patricia). El señor Musk no comenzó el experimento consigo mismo, ni de vaina, sino con otra persona. «El primer ser humano recibió un implante de Neuralink ayer y se está recuperando bien», escribió Musk, «los resultados iniciales muestran una prometedora detección de picos neuronales» …y también de los picos de sus acciones en la ni bolsa que fuera.
Hasta el momento el implante funciona con información del cerebro hacia el exterior, pero también se trabaja en el diseño —tal como quien suscribe, limpio de solemnidad, tenía previsto— para cargar información del exterior hacia el cerebro. El aparato, dice Musk: «Permite controlar tu teléfono o computadora, y a través de ellos casi cualquier dispositivo, con solo pensar». Este aspecto, debo reconocerlo, no estaba en mi diseño original.
No porque no se me hubiese ocurrido, sino por el hecho de que si con el sistema actual, mecánico, tenemos tantas metidas de pata, tantas enemistades a causa del WhatsApp, tantos mensajes al grupo equivocado o fotos íntimas que van adonde no deben por error, imagínense lo que sería que un pensamiento de uno se vaya al teléfono celular de la bella dama que se sentó al lado o, peor aún, que los pensamientos políticos anden por ahí rodando libremente de un celular a otro, sin conocer la identidad del dueño del celular con quien te tropezaste en la calle.
La ciencia ficción nos alcanza y lo que parecía broma se hace realidad. Este invento mío, desarrollado por Musk, tiene la posibilidad de ayudar a personas con dificultades motoras y de visión, lo cual es sin duda una gran cosa, pero como todo lo que inventamos últimamente los humanos, si se nos escapa de las manos puede ser terrible. En 2021 el chip se probó con un mono que comenzó a jugar telepáticamente un videojuego (El planeta de los simios). Unos meses antes se había implantado en cerdos para medir su actividad cerebral (Rebelión en la granja).
Solo imaginen, por ejemplo, la posibilidad de que a todos nuestros cerebros se nos envíe un sistema de pensamiento en serie para inducirnos a pensar de manera uniforme y acrítica por alguien que fabrica el chip (Un mundo feliz), pero no se lo coloca él. Estaríamos todos diseñados como replicantes por la corporación Neuralink (Blade Runner) …¿Y no será que ya lo estamos?
Publicado originalmente en el diario TalCual