OPINIÓN

Teleducación en cuarentena

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

El “gobierno” de Maduro ha anunciado hacer una “consulta nacional”, a través de la plataforma Sistema Patria, para la aprobación o improbación de su propuesta de culminar el año escolar por vía de Internet, es decir, en línea.

Como se sabe, Venezuela es el país con menor libertad de Internet en la región; así lo afirma el más reciente informe de Freedom House, una organización no gubernamental con sede en Estados Unidos. Así las cosas, esperemos los resultados de la aludida “consulta nacional”, cuya verdad sea real y seriamente revelada por quien la realiza.

El aislamiento social para evitar que la pandemia del coronavirus covid-19 supere las medidas de control que se han adoptado en el país, conlleva la necesaria reflexión y estudio sobre la posibilidad de suspender definitivamente el año escolar, sin que ello implique retroceso en la formación de los estudiantes de todos los niveles.

Es mejor una buena educación, impartida con los docentes bien dotados de las herramientas necesarias, espacios adecuados y salarios muy bien remunerados. Que sirva esta pandémica hora para un replanteamiento de las condiciones en que hoy se encuentra la educación en el país.

Siendo irregular el servicio de Internet, no parece procedente ni factible la propuesta. De allí la preocupación que ha generado en sectores diversos vinculados con la educación, y desde luego, en el ánimo de padres y representantes. Se informa que en más de 60% del territorio nacional el servicio de Internet no es óptimo y que en las zonas rurales del país, los niveles de penetración de Internet son inferiores a 50%, de manera que tampoco es posible terminar el año escolar por vías no presenciales.

No puede improvisarse ante una situación tan delicada, tampoco echar mano a un supuesto “esquema de validación”, implantando a troche y moche las llamadas misiones educativas “Robinson”, “Ribas” y “Sucre”.

Cuando el virus y la peste pasen, deberá ponerse en su justa cumbre la altísima dignidad del maestro, en todos sus niveles. Con incentivos válidos para que tenga sentido su vida profesional, con reconocimiento de sus derechos y urgencia de sus responsabilidades y con una atención esmerada en su formación. La legislación en materia educativa debe ser para ellos energía constante en el servicio de sus alumnos y de la comunidad, luz que los guíe hacia la cultura transformadora y barca que los conduzca hacia los ríos de la libertad, de la justicia y del amor.

El mundo es la gran escuela humana. Esto puede aplicarse a todas las manifestaciones del hombre en sociedad.

El hombre comprometido con la justicia trabajará intensamente para que toda cultura alcance estos valores: Educación moral basada en la integralidad de la persona humana. “El talento sin la virtud es un azote”.

Cuando esta hora pase, “porque las horas y las angustias pasan, aprendamos a pasar con ellas”, la educación deberá ser para el trabajo, como fuente de desarrollo; liberadora y democratizadora, que rompa toda dependencia injusta; hacia la igualdad, la creatividad y la crítica, hacia la comunidad. Educación abierta al diálogo, al pluralismo y hacia la trascendencia.

El papa Pablo VI decía: “El crecimiento económico depende del progreso social, por eso la educación básica es el primer objetivo de un plan de desarrollo. El hambre de instrucción no es menos deprimente que el hambre de alimento”.

En el problema de la justicia educativa hemos caminado, pero muy lentamente. En 1812 hicimos nuestra primera Constitución, con la proclamación de los derechos del hombre; pero solo en 1854 abolimos la esclavitud; dimos en 1810 el grito de Independencia y solo en 1870 declaramos gratuita y obligatoria la educación primaria; nos separamos de la Gran Colombia en 1830 y solo en 1881 creamos el Ministerio de la Instrucción Pública; conseguimos en 1821 la Independencia Política y solo en 1975 dijimos: “el petróleo es nuestro”.

Como he dicho –insisto­– la peste odia el estudio, le espanta la universidad, repudia el conocimiento, aborrece el olor a lápiz y cuaderno, le huye al pupitre, le teme a la tiza y al pizarrón, maltrata a estudiantes y profesores, los atropella, los mata. La barbarie prefiere espejos complacientes, a aquellos de la madrastra que les diga la verdad sobre sus fechorías y fealdades.

Ningún plan ni misión gubernamental debe existir, si su naturaleza perversa aniquila todo afán o posibilidad de superación del individuo. Ello niega el trabajo digno, las esperanzas de progreso y la posibilidad de concebir cada quien sus propósitos para un mejor futuro.

Al contrario, toda política que tienda a facilitar la dependencia, la flojera y el parasitismo, quiebra las aspiraciones, rompe los sueños, hunde  todo camino para alcanzar mejores condiciones de existencia.

Ojalá podamos vernos otra vez en lugares y circunstancias que nos hagan felices. Donde respiremos libertad, democracia y los aires buenos del mejor país que podemos y nos merecemos ser.

En Macondo llovió cuatro años, once meses y dos días. ¿Por qué no habría de escampar aquí?