Toda la historia de la humanidad está vinculada al desarrollo del conocimiento y la ciencia y sus aplicaciones técnicas o prácticas.
La ciencia moderna, desde el Siglo XV en adelante que podemos identificar como tecno–ciencia, ha experimentado una progresividad y aceleración alucinatoria, en particular en las últimas décadas hasta llegar a la frontera actual de las comunicaciones (TIC) y la llamada conquista del espacio, al mismo tiempo que se profundiza en los secretos de la materia atómica y cuántica, así como en nuestras células, neurotransmisores y un amplio etcétera.
La ciencia es “lo no conocido”, o, “lo por conocer”; por ello se habla de una frontera abierta y de horizontes infinitos y, de allí, la tentación filosófica de asumir la razón humana como absoluta, prometeica y fáustica, que de alguna manera ha sido identificado como el espíritu de la cultura occidental desde la racionalidad griega hasta las “big–tck” contemporáneas, cuya última propuesta está creando tantas interrogantes y discusiones, como lo es la inteligencia artificial (IA).
La tecno ciencia es el resultado de la razón humana y sus resultados, en teoría, no pueden ir contra los propios intereses y valores de los humanos, de allí la responsabilidad del científico y de quienes desarrollan sus aportes a nivel tecnológico.
La gran novedad de las últimas décadas es la velocidad que han alcanzado las innovaciones tecnológicas y su difusión a través de una economía global y masificada, y ello nos lleva directamente a plantearnos el impacto en cada sociedad, en cada cultura y en cada uno de nosotros, en nuestros usos y costumbres y mentalidades.
Todo lo anterior ha abierto un campo infinito de nuevas posibilidades en todos los ámbitos de la vida individual y social, aumentando la confusión general y las incertidumbres crecientes propias de nuestra actualidad.
El cambio y la necesidad de cambiar es inevitable, Heráclito fue de los primeros en entenderlo, pero cambiar nuestros hábitos y manera de ser y pensar, de ser y pensar las cosas y la realidad, no es fácil, y de allí la tensión permanente que vivimos como personas y como sociedades, en conjunto con nuestros contemporáneos del mundo.
Siguiendo a Nietzsche, se nos plantea la pregunta sobre lo que está muriendo y lo que está por nacer, nadie lo sabe, y en ese lapso intermedio de cambios y transformaciones profundas siempre existe la posibilidad de que se cuelen los monstruos, o como dijera Goya, los sueños de la razón engendran monstruos.
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