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Para quien me guió en mis primeros pasos y me siguió guiando en todos los pasos de mi vida. Para quien me enseñó a sonreír y se llenaba de felicidad cada vez que me veía hacerlo.

Para quien jugó conmigo muñecas y jugaba conmigo como si yo fuera una muñeca. Para quien me dejó usar sus zapatos de tacón alto y su maquillaje, aunque se los rompiera. Para quien me enseñó a jugar a «la candelita» y al «palito mantequillero».

Para quien primero me habló de Dios, y rezaba conmigo el «Ángel de la Guarda» todas las noches. Para quien me contó mis primeros cuentos. Para quien me cantó las primeras canciones. Para quien me enseñó el abecedario con la sopa de letras. Para quien leyó mis primeros esfuerzos literarios. Para quien alimentó mis fantasías. Para quien me escuchaba con paciencia largas historias inventadas.

Para quien lloró con mi primer llanto, y enjugó todas y cada una de las lágrimas que derramé mientras ella estuvo con vida. Para quien se levantaba de noche cuando yo tenía miedo. Para quien me dio la mano para levantarme las veces que me caí, y cuya mano permaneció en mi hombro hasta que hallé solaz en la desdicha.

Para quien me llevó seis veces seguidas al cine a ver La Cenicienta, de Walt Disney, en la función de vermouth del Cine Lido. Para quien me dio chocolate por primera vez. Para quien me enseñó a bañarme, a vestirme y a lavarme los dientes. Para quien me hacía unas colas de caballo tan prensadas, que me dejaba los ojos como si fuera china.

Para quien me llevaba a las piñatas y me rescataba a la hora de recoger el cotillón. Para quien dejó que me disfrazara de Davy Crockett, aunque fuera un disfraz de varón.

Para quien me tomaba las lecciones. Para quien se sintió orgullosa de mis medallas en el colegio. Para quien se desveló conmigo durante muchas largas noches de la tesis de grado.

Para quien me daba «mere mere con pan caliente» cuando la travesura lo ameritaba. Para quien fue estricta como un general e indoblegable cuando tuvo que serlo. Para quien se moría de la pena cuando yo decía alguna imprudencia.

Para quien nunca se separó de mi lado mientras fui una niña. Para quien pasó mis paperas sentada en mi cama. Para quien se levantó conmigo todas las mañanas de mi vida mientras viví con ella. Para quien respetó mis gustos y aficiones, aunque no coincidieran con los suyos.

Para quien fue modelo de sencillez y comedimiento. Para quien con su ejemplo me enseñó a ser una persona correcta y decente. Para quien me enseñó a querer y a respetar a mis mayores. Para quien siempre tuvo la palabra oportuna y una respuesta adecuada a todas mis inquietudes.

Para quien me habló de la vida. Para quien fue un apoyo invalorable en los turbulentos años de mi adolescencia. Para quien las puertas de su casa estuvieron siempre abiertas para mis amigos. Para quien se levantó tantas veces de madrugada a buscarme en una fiesta. Para quien fue amiga de mis amigos. Para quien comprendía todo. Para quien nunca me dijo ‘no’ cuando la necesité.

Para quien me enseñó que el mejor regalo que se le puede dar a un hijo es una buena educación. Para quien me dio pruebas de fortaleza de espíritu, generosidad y ecuanimidad. Para quien siempre pensó en mí antes que en ella. Para quien lloró con mis lágrimas, fue feliz con mi felicidad, caminó junto a mis pasos y soñó con mis sueños.

Para quien me ha dado el amor más constante e incondicional de mi vida. Mi recuerdo en el Día de las Madres.

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