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Te he soñado tanto

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Un joven estudiante checoslovaco advirtió que era Robert Desnos (1900-1945) aquel hombre maltrecho, aquel despojo muerto de tifus en el campo de concentración nazi de Theresienstadt, en Checoslovaquia, justo cuando el ejército aliado lo liberaba del exterminio. El poeta surrealista francés fue hecho prisionero por sus actividades de resistencia contra los nazis. Lo último que escribió fue un poema para Yuki, su mujer: «Te he soñado tanto/caminado hablado tanto/ y tanto he amado tu sombra/ que nada me queda de ti./ Solo me queda ser la sombra entre las sombras/ ser cien veces más sombra que la sombra/ Ser la sombra que vendrá y regresará/ a la vida bajo el sol».

Años más tarde, en 1954, el poeta venezolano José Lira Sosa decididamente surrealista escribía: «Virginia no existe/ solo su sombra/ está dotada del uso de la razón». Era como rendir homenaje a Desnos, el poeta que tanto fascinó a Lira Sosa. Desnos poseía facultades de médium y podía convertir sus sueños en poemas que le dieron prestigio al surrealismo y a él, celebridad. En París, Lira admiraba la capacidad del poeta de convertir sus portentosos sueños en poemas de antologías, pero mientras paseábamos por el parque Monceau, en la avenida Courcelles, me confesó que le afligía sobremanera el hecho de que habiendo nacido en Maturín, en el venezolano estado Monagas, a diferencia de Desnos, solo soñaba banalidades.

Los sueños, así como sus insólitos enigmas y laberintos y la capacidad de quienes se dedican a analizarlos e interpretarlos, son tan antiguos que se ha formado una verdadera montaña de libros tan diversos y fascinantes como los propios sueños. De acuerdo con los expertos, los sueños son interpretaciones de lo que ocurre en nuestro mundo consciente, en nuestra vida real, en la cotidianidad de nuestras vidas, pero también en lo que sucede o se remueve en nuestro inconsciente, es decir, nuestros anhelos, angustias, vaivenes de sexo, temores y deseos secretos o inconfesables.

Cuando Calderón de la Barca estrenó La vida es sueño, en 1623, el mundo se estremeció al escuchar el soliloquio de Segismundo: «¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción y el mayor bien es pequeño que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». Desde entonces, Segismundo, incansable, lo repite una y otra vez y realiza el milagro de convertirnos en Segismundos repetidores a lo largo del tiempo. Un viejo poeta francés de provincia, admirado también por el surrealismo, colgaba un letrero en la puerta de su casa que decía; «¡Estoy trabajando! Voy a dormir!» porque mientras dormía armaba el tejido de sus poemas.

«Ningún artista es culpable de sus sueños» es un aforismo de  Benjamín Prado que Víctor Guédez se apresura a proteger en su portentoso libro El arte dentro del cuadro y el aforismo frente al espejo, pero tampoco escapa nadie de los sueños. A veces es suficiente una chispa de luz para que se borren. En otros casos, persisten y suelen atormentarnos cuando se convierten en pesadillas, es decir, en sueños perturbadores, en malos sueños cargados de miedos, angustias, terrores o endurecidas ansiedades.

Para algunos, los sueños permiten predecir el futuro; para otros, nos comunican con los espíritus porque hay mucha magia de por medio. Para Freud significan la expresión simbólica del inconsciente y para Jung, el psiquiatra suizo, el sueño es una fuerza creativa que hace uso de las impresiones de la víspera, de los restos diurnos y de nuestras experiencias vitales para construir las imágenes y las historias de nuestros sueños. Dice que son los arquetipos del inconsciente colectivo.

Adriano González León le caía a pedradas a sus malos sueños o simplemente los enfrentaba con humor. A medianoche, Mary Ferrero, la bella argentina de Bahía Blanca y su primera mujer, lo despertó para decirle que en su sueño un hombre lo estaba buscando para matarlo y escuchó a Adriano medio dormido que murmuraba: «¡Dile a ese carajo que no me has visto!». Dio vuelta en la cama y siguió durmiendo.

Luis García Morales y Adriano compartieron cuarto en la pensión de una amable anciana en la esquina de Altagracia visitada por muchos de nosotros. Una vez, casi al borde de la muerte por exceso de tragos, Ramón Palomares vomitó en el pasillo y Luis García Morales dijo que en lugar de vomitar, el poeta de Escuque «arrojaba» y Manuel Quintana Castillo, entonces copeyano, el único de nosotros que trabajaba ¿en el INOS? y recibía sueldo no ocultó su disgusto al vernos tirados en colchonetas, durmiendo todavía en horas cercanas al mediodía tratando de recuperarnos de las alcohólicas arremetidas en el bar. Respondimos airados y nos dedicamos a llenar la habitación con cartones que decían: «Dormir, tal vez soñar», Shakespeare; «La vida es sueño», Calderón; «Atrévete a soñar», Ralph Waldo Emerson; «El arte tiene las mismas raíces que el sueño»,  Sábato; «Sueño con pintar y luego pinto un sueño», Van Gogh; «Soñar es vivir «, Nerval; y muchas otras y Quintana quedaba petrificado viendo aquellas contundentes afirmaciones de tan notables autores.

A mi avanzada edad prefiero soñar despierto y sentir sobre mi rostro el aire que desplazan los pájaros en su incesante aleteo mientras yo mismo vuelo por los espacios de la imaginación y descubro formas e imágenes que nunca han existido y busco palabras cuya música explore y revele los secretos que allí revolotean con igual incertidumbre. Soñar despierto es una manera perfecta de abordar la poesía, de entrelazar palabras para expresar lo que permanece vivo detrás de mi mirada cuando trato, infructuosamente, de sentir el rumor de los árboles cuando no sopla el viento. Entonces veo a Belén y le digo entristecido: «¡Te he soñado tanto que pierdes tu realidad» y miro con alelada curiosidad el mundo que me rodea, me asusta y me asombra, pero me encrespo y enfurezco cuando la perversidad hecha política se asoma a la esquina y la injusticia se atosiga en sus propias maldades.

Me avergüenza y me lastima reconocer que apenas estoy comenzando a escribir; apenas estoy iniciando la búsqueda de las palabras que podrían explicarme a mí mismo y solo deseo que termine la mala película política venezolana, que florezcan los jardines, prevalezca el grupo Ulises creado por ese venezolano irrepetible llamado Gustavo Coronel y vuelva con Belén a soñar despierto mientras miramos pasar las nubes, ver a Desnos escapar del exterminio y mantenga yo la esperanza de que Adriano, desde la hoguera más alta donde esté, ¡le siga cayendo a pedradas a los malos sueños!

 

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