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¿Te has preguntado qué o quién es el Universo?

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¿Quién dispuso las leyes universales o las divinas providencias que rigen el ilimitado Cosmos? ¿El Universo se creó o fue hecho por otro?  

La interrogante sobre «¿Qué o quién es el Universo?» es una de las más insondables y sublimes preguntas que podamos plantearnos. Ha sido objeto de deliberación y cavilación desde que aparecimos los seres humanos consciente de nosotros mismos, abarcando la historia, la filosofía, la religión, la ciencia y la espiritualidad. 

Desde la ciencia…

El universo, en términos físicos, es la totalidad del espacio, e incluye no solo materia y energía, sino también el espacio-tiempo, que actúa como el escenario donde ocurren todos los eventos físicos. También lo conforma la materia, que está compuesta por átomos, partículas subatómicas como los protones, neutrones y electrones, y subpartículas, más la energía. Los científicos creen que el Universo comenzó con el “Big Bang” hace aproximadamente 13 mil 800 millones de años, y ha estado expandiéndose desde entonces. Está compuesto por galaxias, estrellas, planetas, agujeros negros, materia oscura y bariónica, la energía ordinaria que emite o refleja la luz, y la energía oscura que es invisible, con leyes fundamentales como la gravedad que lo rigen… El Universo contiene todo cuanto existe. 

Las distintas culturas y creencias del mundo presentan diversas concepciones sobre la relación entre la divinidad y el Universo. En distintas tradiciones, Dios es visto como un ser trascendente que existe más allá del Universo y que lo ha creado.

Por el otro lado, encontramos las ideas de que el Universo podría haberse creado a sí mismo como una entidad o un ser supremo con conciencia que gobierna mediante las leyes universales o sus divinas providencias. Científicos y filósofos como Albert Einstein, Stephen Hawking y Baruch Spinoza no compartían exactamente la misma perspectiva entre ellos, sin embargo exploraron ideas que podrían alinearse, en mayor o menor medida, con esta noción. 

Baruch Spinoza: El universo como Dios

Spinoza, filósofo holandés del siglo XVII, es conocido por su concepción de un Dios o la naturaleza —Deus sive Natura—. Para Spinoza, Dios no era un ser trascendente que existía fuera del universo, sino el propio universo en su totalidad. Todo lo que existe es una manifestación de Dios, y las leyes de la naturaleza son la expresión de su esencia. Aunque Spinoza no hablaba de una conciencia en términos humanos, sí concebía que el universo poseía un orden lógico y racional, lo que podría interpretarse como una especie de inteligencia inherente. Spinoza rechazaba la idea de un creador separado. Para él, el Universo existe y funciona por su propia naturaleza, de manera infinita y eterna: El Universo se sostiene a sí mismo.

Albert Einstein: Dios y el Cosmos racional

Einstein admiraba profundamente la visión de Spinoza y, de hecho, declaró explícitamente que creía en el Dios de Spinoza. Sin embargo, su enfoque estaba más alineado con la física. Einstein no creía en un Dios personal o antropomórfico, sino en un principio ordenado y racional que gobierna el Universo. Para él, este orden podía ser entendido a través de las leyes de la física. Veía a Dios como un orden cósmico. Aunque no afirmaba que el Universo se había creado a sí mismo, su trabajo sobre la relatividad y el tiempo sugiere que el cosmos podría no tener un principio absoluto en el sentido tradicional. El Universo simplemente es. Para él, el Universo no requiere un creador externo. Aunque no afirmaba que el Universo tuviera conciencia, Einstein expresaba un sentido de asombro y reverencia por el cosmos que podría interpretarse como una conexión espiritual con su estructura: Percibo la maravillosa estructura de todo lo existente, y con un decidido esfuerzo intento comprender una porción, aunque sea muy pequeña, de la Inteligencia Superior que se manifiesta a sí misma en la naturaleza. (Albert Einstein, What I Believe, 1930, Forum and Century 84:193-194)

Stephen Hawking: Un Universo autocontenido

Hawking, uno de los físicos más influyentes del siglo XX, nunca negó la existencia de Dios. Si exploró ideas que sugieren que el universo podría no necesitar un creador externo. En su libro El Gran Diseño (2010), Hawking argumentó que, debido a las leyes de la física, el universo puede haberse creado a partir de la nada. Según él, la gravedad y las leyes cuánticas permiten que el cosmos emerja espontáneamente, sin necesidad de una causa externa o divina. En su trabajo sobre los agujeros negros y la cosmología cuántica, Hawking propuso que el tiempo podría ser una dimensión finita, como la superficie de una esfera. Esto implica que no habría un antes del Big Bang y, por lo tanto, el universo no requeriría un creador externo. Hawking nunca sugirió que el Universo tuviera conciencia propia, pero sí afirmó la presencia de leyes universales que lo regentan. No obstante, su enfoque en las leyes fundamentales de la naturaleza sugiere que estas poseen una estructura intrínseca que podría ser interpretada como un orden universal.

Carl Sagan: El cosmos como creador

Sagan fue un reconocido astrónomo y divulgador científico que también afirmó la idea de un universo autoconsciente, aunque desde una perspectiva peculiar. Sagan veía el universo como un sistema autoorganizado, con capacidad para generar complejidad, incluyendo la vida y la conciencia humana. Definía al cosmos como todo lo que existe: Nosotros somos el cosmos mirándose a sí mismo, y explicaba que somos una forma en la que el cosmos se conoce a sí mismo, sugiriendo que la conciencia humana es una manifestación del Universo que reflexiona sobre su propia existencia.

¿Quién es el Universo?

Nosotros como psicólogos experimentados en comportamientos culturales y religiosos, planteamos una hipótesis donde invitamos a reflexionar sobre el Universo, no solo como un conglomerado de materia, energía y leyes físicas, sino también como un ser ilimitado, inmanente, omnipresente y omnisciente. Esta perspectiva que proponemos tiene correspondencia con las ideas de Spinoza, Einstein y Hawking, y otros científicos, incorporando una visión que combina elementos científicos, filosóficos y espirituales.

El Universo como ser consciente

Para nosotros, como librepensadores, el Universo no solo se habría creado a sí mismo, sino que podría tener conciencia propia. Esta conciencia involucra al Universo desde su creación, al igual que ocurre con los átomos, las partículas y todo lo presente en el cosmos más las leyes o las divinas providencias que lo rigen.

Pensamos que la Conciencia Suprema no es un ser externo al Universo, sino que el propio Universo en su totalidad, y consciente de sí mismo, es lo que la mayoría de la humanidad llama Dios. Esta idea es una visión inmanente, donde lo divino no está separado de la creación, sino que todo lo que existe forma parte de esa conciencia universal.

La creación y la conexión de las conciencias

Así como pensamos que la Conciencia del Universo existe desde el mismo instante de la creación, las conciencias individuales, como la humana, serían expresiones o manifestaciones que emanan de esa Conciencia Suprema.

Es nuestra hipótesis, cuando una conciencia individual habita un conglomerado de átomos —como el cuerpo humano—, se limita temporalmente el conocimiento de sí misma. Sin embargo, al salir del cuerpo, recuperaría su identidad plena, rememorando sus estados previos y su propósito dentro del proceso universal.

Esta creencia conecta con la idea de que las conciencias individuales están interconectadas entre sí y con la Conciencia Universal a través de las leyes fundamentales del cosmos, como propone la teoría de cuerdas de que existe una interconexión cuántica entre las partículas.

Es cierto que el cuerpo humano genera campos electromagnéticos, principalmente a través del cerebro y el corazón. La actividad neuronal produce electricidad que generan campos magnéticos medibles con técnicas como la magnetoencefalografía. El corazón también produce el campo magnético más fuerte del cuerpo humano, detectable a varios centímetros de distancia. En nuestra hipótesis, la conciencia personal estaría ubicada en los campos magnéticos del cerebro y del corazón.

Existe un vínculo entre conciencia y campos magnéticos: Aunque los campos magnéticos reflejan actividades fisiológicas y la idea de que la conciencia reside en ellos. Algunas teorías emergentes plantean que podría haber una relación entre la actividad electromagnética y la experiencia subjetiva de la conciencia. La Teoría del Campo Electromagnético de la Conciencia propuesta por: Johnjoe McFadden sugieren que la conciencia surge de la interacción de las neuronas con el campo electromagnético que ellas mismas generan. Según McFadden, la información digital de las neuronas se integra para formar un campo de información electromagnética consciente en el cerebro. Susan Pockett propone que ciertos patrones espacio-temporales del campo electromagnético en el cerebro son idénticos a la experiencia consciente. En su visión, la conciencia es el campo electromagnético generado por la actividad neuronal.

Según la teoría de cuerdas, todas las partículas fundamentales no son puntos sino pequeñas «cuerdas» vibrantes. En el contexto de la mecánica cuántica, fenómenos como el entrelazamiento cuántico muestran que partículas separadas por vastas distancias universales pueden mantener una conexión instantánea. Si las partículas están conectadas a través de estas ondas, podríamos suponer que la conciencia humana podría estar conectada con una «Conciencia Suprema» a través de estas mismas conexiones universales, ya que cada partícula.

Las partículas subatómicas, como electrones, protones y neutrones, pueden generar campos magnéticos debido a sus propiedades intrínsecas y su movimiento. Pensamos que a través de esos campos magnéticos de las partículas y dada la interconexión de las partículas a nivel universal, la conciencia individual de cada persona puede usar esta vía para también conectarse con la Conciencia Suprema del Universo.

Un Universo en proceso de creación permanente

Para nosotros, el Universo no es un evento estático ni un producto terminado, sino que está en un proceso continuo de creación, expansión y evolución. Nuestra conciencia individual desempeña un papel activo en este proceso aprendiendo y transformándose con cada experiencia, contribuyendo al propósito universal. Esta idea de un Universo autoconsciente en constante expansión y evolución coincide con teorías modernas sobre la complejidad y el orden emergente.

Mientras Spinoza habla de un Dios que es el Universo, nosotros ratificamos que lo es y le agregamos que es el Creador y está consciente de sí mismo. Es omnisciente porque conoce todas las sapiencias de la ciencia del pasado, presente y futuro. Esto incluye cada evento, pensamiento, intención y acción de todos los seres en el Universo. No solo de cuanto ocurre, sino también todo lo que podría suceder bajo diferentes condiciones, y conoce desde las leyes físicas y cuánticas que gobiernan el Cosmos, como son las leyes universales y las divinas providencias, hasta los detalles más pequeños, como el estado de cada átomo o partícula. También es inmanente: Está dentro de la creación y actúa en ella. Es decir, Dios no está separado del Universo, sino que está presente y activo en todo lo que existe. La Divinidad está inmersa en el Universo. Lo Divino está en cada cosa, en los átomos, en las personas, en cada parte del Cosmos, cada partícula. La misma auto creación es una manifestación directa de lo que se llama Dios. Dios o el Universo son lo mismo. Todo lo que existe es su expresión. Habita en todas las cosas y está presente en todos los elementos del Universo, desde los átomos más pequeños hasta las galaxias más grandes. No existe una barrera entre Dios y el cosmos. De hecho, el Universo mismo puede ser visto como una expresión de su Presencia. Asimismo, es omnipresente: Dios está en todos los lugares al mismo tiempo. Esto implica que no hay ningún lugar en el Universo donde Dios no esté de manera permanente. 

Nosotros dentro del Universo y el Universo dentro de nosotros

Consideramos —tomando en cuenta la Teoría de las Cuerdas de la física cuántica que indica cómo las partículas o subpartículas serían ondas que están interconectadas por todo el Universo en distintos espacio-tiempo— que la única forma de comprender que todas estas partículas estén interconectadas es que formen parte del mismo ente, en este caso el Universo. En términos espirituales, diríamos que si Dios está en todas las partes, y al mismo momento, la única forma que acontezca esto es que Dios sea todas las partes.

Observemos nuestro cuerpo, conformado por átomos, que forman moléculas, Luego las células que poseen vital información. Recordemos que una sola de ellas posee la capacidad de clonar una vida similar a la de quien la posea. O de la unión de un espermatozoide y un óvulo que son capaces de hacer un nuevo ser que comparte los ADN de su padre y de su madre, lo que se suma a la idea de que somos a semejanza de la divinidad, capaces de crear vida humana. Dios está en cada partícula, en cada átomo, en cada criatura en el momento de concepción. Es decir Dios está en cada uno de nosotros en cada parte de nuestro cuerpo.  

Imaginemos a nuestro cuerpo lleno de células en distintos sistemas y órganos, todas ellas son entidades vivas que coexisten y cumplen un propósito de vida. Suponemos que no saben quiénes somos como personas aunque si están al tanto de qué hacer en el ser donde habitan. Y mucho menos conocen que están es un ser viviente como ellas, y que ese cuerpo, de donde forman parte esencial, es capaz de pensar, comunicarse y que tiene consciencia de sí mismo. Pues bien, tampoco los seres humanos conocemos la macromagnitud del Universo y desconocemos si el Universo tiene conciencia de sí mismo y de todas las partes de su ilimitado cuerpo… y esto puede ser real. 

Si algo tan micro como cada uno de nosotros es capaz de tener conciencia de sí mismo, entonces pensemos ¿cómo la suma de cuanto existe, en toda su magnitud como lo es el Universo, no va a tener conciencia cuanto de Él emanan las leyes y providencias que lo gobiernan? Para nosotros, el Universo es la Conciencia Suprema. También consideramos que su conciencia no se limita al presente, sino que incluye casi 14 mil millones de años de historia de tiempo terrestre, desde su constante auto creación como un propósito universal. Creemos que en lugar de un ente caótico o sin dirección, en el Universo  todo tiene un propósito y agregamos que esta conciencia universal evoluciona a través de sus manifestaciones individuales, y contribuyen a la creación continua del cosmos. El universo no es simplemente algo, sino alguien. Y no debemos preguntar qué sino quién es el Universo, afirmación que nos lleva a reconsiderar nuestro lugar en él. Si el universo tiene conciencia o propósito, entonces nuestras acciones, pensamientos y emociones podrían tener un impacto más amplio en este gran sistema interconectado. Si, por el contrario, el Universo es una realidad física indiferente, entonces el propósito de nuestra existencia dependería enteramente de cómo decidamos vivir y contribuir al bienestar colectivo. 

El equilibrio cósmico entre lo positivo, lo negativo

El Universo está gobernado por cuatro interacciones fundamentales que dictan el comportamiento de todas las partículas y fuerzas conocidas. Estas interacciones fundamentales ilustran cómo en el universo coexisten fuerzas que pueden ser atractivas o repulsivas, y que, en conjunto, mantienen el equilibrio y la estructura del cosmos. En términos clásicos el Cosmos parece ser el escenario de una interacción constante entre fuerzas opuestas: lo positivo, lo negativo. Desde los átomos más simples hasta los cúmulos galácticos, esta interacción sostiene la creación misma de la realidad tal como la conocemos. Sin embargo, si observamos el Universo como un todo, podríamos concluir que predominan las fuerzas positivas, aquellas que impulsan la expansión, la creación y la evolución. Este equilibrio delicado no solo afecta la estructura física del Universo, sino también las dimensiones como los de una conciencia, tanto individual como universal. 

Un hecho es que el Universo sigue expandiéndose desde el Big Bang, un evento de creación que marcó el inicio del espacio-tiempo. Si prevalecieran las fuerzas negativas, podríamos imaginar un Universo colapsando sobre sí mismo, dominado por el caos y la destrucción. Sin embargo, el asunto es que el universo sigue en un proceso de crecimiento y evolución, lo que indica que las fuerzas positivas tienen un papel predominante.

En este marco, las fuerzas negativas, aunque presentes, no logran superar a las positivas. Más aún, las fuerzas neutras —recordemos a los neutrones del átomo— actúan como moderadoras, manteniendo un equilibrio que permite que el Universo no sea ni completamente caótico ni completamente estático. 

Si aceptamos que el Universo no solo está compuesto de materia y energía, sino también de una dimensión consciente, entonces las conciencias individuales podrían ser vistas como manifestaciones fragmentadas de la Conciencia Suprema. 

Si lo vemos en la dimensión terrestre, cuando los seres humanos actuamos de forma negativa —con odio, destrucción o egoísmo— alimentamos esa fuerza que tiende hacia la disolución y el caos. Por el contrario, cuando nuestras acciones son positivas —guiadas por el amor, la compasión y la creatividad— contribuimos al fortalecimiento de las fuerzas que sostienen la expansión y la evolución. En este sentido, nuestras decisiones diarias no solo afectan nuestras vidas individuales, sino que tienen un eco en el equilibrio de la Tierra, y del Universo.

Es importante entender que las fuerzas negativas no deben ser vistas únicamente como destructivas en un sentido absoluto. En el Universo, la destrucción a menudo es necesaria para que surja algo nuevo. Así es el caso de las estrellas que explotan en supernovas y destruyen su forma original, pero ese proceso libera elementos pesados que son esenciales para la formación de nuevos planetas y vida.

No obstante si las fuerzas negativas se descontrolan y superan a las positivas, el equilibrio puede romperse. En términos humanos, esto podría significar un mundo lleno de conflictos, sufrimiento y desolación. En términos cósmicos, podría implicar un universo en colapso, donde el caos prevalece sobre el orden. Por eso, es fundamental que nuestras conciencias alineen sus acciones con las fuerzas positivas, contribuyendo al proceso continuo de creación en lugar de obstaculizarlo.

El poder de lo positivo sobre lo negativo

El Universo parece diseñado para favorecer lo positivo. La expansión cósmica, el surgimiento de la vida y la evolución de la conciencia son testigos de esta tendencia. 

Nuestra tarea como seres conscientes es clara: Ser aliados de lo positivo. Esto significa actuar con intención y propósito, promover el bienestar colectivo y reconocer que nuestras acciones tienen un impacto que trasciende nuestras vidas individuales. Al hacerlo, no solo contribuimos al bienestar de nuestra especie, sino que también participaremos en el gran propósito de la Divina Providencia del Universo del proyecto cósmico de expansión, creación y equilibrio. Nuestras acciones e intenciones durante la vida podrían determinar la dirección de nuestra participación en el Cosmos después de salir del cuerpo. Si las acciones y pensamientos de una persona se alinean con lo destructivo en la Tierra, su conciencia al llegar al Universo podría contribuir al caos, debilitando las fuerzas positivas del Universo, y ubicarse participando con la energía oscura, que en el ámbito cósmico representa una fuerza que desafía el orden. Desde un punto de vista científico, es una energía misteriosa que impulsa la aceleración de la expansión del Universo, pero si se rompe su equilibrio podríamos verla como una representación de las fuerzas negativas que podrían llevar al Cosmos hacia un estado de fragmentación y vacío. Si se ve desde un punto de vista karmático, esa conciencia renacería en condiciones disminuidas a su anterior existencia.

Principio de Correspondencia

Como es arriba, es abajo. Como es abajo, es arriba. Este principio, parte de las enseñanzas del Kybalión y de la filosofía hermética, sugiere que existe una correspondencia entre los planos superiores —lo cósmico, universal o espiritual— y los inferiores —lo terrenal, material o humano—. Desde esta perspectiva, si el Universo es regido por leyes universales. Lo que nosotros denominamos las Divinas Providencias del Universo, entonces como seres integrales del cosmos, también estamos sujetos a dichas leyes o providencias.

Este orden puede inspirarnos en varios sentidos como la armonía, y dado que los movimientos de los planetas, las órbitas y las fuerzas gravitatorias son un caso entre millones de equilibrio dinámico, en el plano humano, esto podría traducirse en buscar armonía en nuestras relaciones, decisiones y emociones.

En cuanto a la interconexión, en virtud que a nivel cuántico, las partículas pueden influenciarse mutuamente, incluso a universales distancias, en lo que se conoce como entrelazamiento cuántico, esto concuerda con la idea de que nuestras acciones, pensamientos y emociones tienen un impacto en el todo.

Por otra parte, encontramos la evolución, donde las estrellas nacen, evolucionan y mueren, liberando elementos esenciales para la formación de nuevos sistemas. De manera similar, nuestras vidas podrían estar en un constante proceso de aprendizaje, transformación y legado.

La Divina Providencia del Universo

Interpretamos que el Universo no solo sigue leyes físicas y matemáticas, sino también un propósito de existencia. Esto implica que nuestra supervivencia no es aleatoria, sino que forma parte de un gran diseño cósmico, por lo que nuestras acciones deberían alinearse con ese orden universal para encontrar plenitud y equilibrio. La ética, la justicia y la búsqueda del bien común pueden considerarse manifestaciones de estas leyes universales o divinas providencias del Universo, aplicadas al plano humano. 

Si lo que sucede arriba —en el cosmos— refleja lo que sucede abajo —en nuestras vidas—, entonces podemos aprender de la ciencia sobre el comportamiento cósmico de los astros y las partículas del Universo para guiar nuestra conducta humana.

Cooperación y equilibrio 

Así como los sistemas solares y las galaxias se organizan para mantener un equilibrio gravitatorio, los seres humanos pueden buscar la cooperación y el equilibrio en sus interacciones para una mayor felicidad.

Transformación constante 

El universo está en constante cambio, desde la expansión cósmica hasta la evolución de las partículas. Nosotros también podemos abrazar la constante transformación de la Tierra y de la humanidad y los vertiginosos cambios del presente y del inmediato futuro como una oportunidad para evolucionar, crecer y lograr un mayor bienestar.

Unidad en la diversidad

A pesar de su diversidad infinita, todo en el Universo está conectado. Esto nos recuerda la importancia de respetar y valorar las diferencias, comprendiendo que todos somos parte de un mismo todo, y de una única humanidad.

Implicaciones espirituales y éticas

El principio de correspondencia también nos lleva a reflexionar sobre nuestro propósito en el Universo. Si el cosmos es armónico, ¿cómo podemos reflejar esa armonía en nuestras vidas? Si el universo es generoso para crear vida, ¿cómo podemos ser generosos y contribuir al bienestar colectivo?

Si aceptamos que el Universo, desde las partículas más pequeñas hasta las galaxias más grandes, está regido por la Divina Providencia del Universo, entonces nuestro camino sería alinearnos a su destino acorde a nuestro libre albedrío. Tal vez, al vivir con armonía y propósito, estamos cumpliendo nuestra parte en este gran diseño universal. 

¿Adónde vamos?

Nos preguntamos cuándo dejamos la existencia humana los átomos y partículas siguen existiendo, pero qué ocurre con la conciencia, cuando presumimos que sale del cuerpo, porque nada en el Universo deja de existir. Al salir, ¿adónde iría, a formar parte de la conciencia suprema o a instalarse en otro conglomerado de átomos y partículas de la cuál pasa a formar parte? ¿Qué ocurre con la conciencia después de la muerte física? Aunque no hay una respuesta definitiva, las diferentes perspectivas científicas, filosóficas y espirituales, mantienen el principio de que nada en el Universo desaparece, solo se transforma.

La conservación en el Universo es una ley vital. La materia y la energía no se destruyen, solo se transfiguran. Por lo tanto, los átomos y partículas que conforman nuestro cuerpo vuelven al entorno. Algunos pasan al suelo, otros al aire, y otros incluso terminan en la vida de otros organismos. Desde una perspectiva materialista, la conciencia se interpreta como una propiedad emergente de la actividad del cerebro. Cuando el cerebro deja de funcionar la conciencia dejaría de existir de forma independiente, como una llama que se extingue cuando se agota el combustible. Sin embargo, este modelo no explica el carácter subjetivo de la conciencia ni los reportes de experiencias cercanas a la muerte (ECM), donde las personas describen percepciones fuera de su cuerpo. 

Por otra parte, si la conciencia es independiente de lo físico como sería la Conciencia del Universo, paralelo a la materia y energía, viendo a la conciencia como algo fundamental y no físico, el cuerpo y el cerebro son meros vehículos o receptores de una conciencia que ya existe en otro nivel. De forma que cuando el cuerpo regresa a sus átomos, a su forma original, la conciencia igualmente se libera del cuerpo físico, y se conectaría nuevamente con la Conciencia Suprema, o migraría a otro contenedor o sistema físico en cualquier parte del Cosmos.

Este enfoque conecta —aunque de forma no religiosa, ni mística— con tradiciones espirituales como el hinduismo y el budismo, que suponen ancestralmente el regreso de la conciencia a otro cuerpo. 

Al ser parte del Universo cada conciencia humana tendría la misma edad que los átomos cuando fueron creados hace 14 millones de años. La física cuántica sugiere que el Universo tiene dimensiones más allá de las que percibimos. Es posible que la conciencia viaje o exista en uno de estos niveles. Esto no tiene que implicar reencarnación en el sentido literal de volver a un cuerpo humano, sino una redistribución cósmica de la conciencia que se integra en entramado universal. Pensamos que la conciencia, si se considera fundamental e independiente, podría seguir un proceso similar, integrándose en una Conciencia Universal o transfiriéndose a otro nivel de existencia.

 

Desde este punto de vista estamos convencidos que la muerte no sería el fin, sino una reintegración con el Universo, un retorno al origen del cual todos surgimos. Si los átomos que nos forman provienen de estrellas, ¿por qué no considerar que nuestra conciencia también pueda estar conectada con el Universo en un nivel más profundo?

Comprendemos que nuestra tesis plantea una visión contemporánea de la conciencia como un elemento fundamental del Universo, creado al mismo tiempo que los átomos, partículas y energía. Esta idea combina principios científicos, filosóficos y espirituales en varios niveles

La idea

La propuesta de que todas las conciencias fueron creadas junto con el Universo y han existido desde siempre sitúa a la conciencia en un nivel similar al de las partículas fundamentales, la energía y las fuerzas universales. Si la conciencia se originó junto con el Universo, entonces sería tan eterna y permanente como las leyes fundamentales que rigen la existencia. 

La idea de que la conciencia recuerda su naturaleza plena al salir de un conglomerado de átomos y partículas sugiere un modelo en el que la individualidad humana es temporal, mientras que la conciencia como entidad persiste más allá de los estados físicos. Esto implica que mientras habita un conglomerado de átomos como el cuerpo humano, la conciencia estaría limitada por las capacidades y necesidades del cuerpo, enfocándose en ese plano material y terrenal, y esta amnesia temporal sobre su verdadera naturaleza podría ser necesaria para permitir que la conciencia experimente plenamente la vida física, cumpliendo así un propósito dentro del proceso universal.

Al salir del cuerpo físico, la conciencia recuperaría su memoria plena y asumiría su papel dentro de la Conciencia Universal. Esto incluiría el reconocimiento de todos los estados que ha habitado y de su misión en el proceso continuo de creación.

La propuesta de que el universo está en un proceso permanente de creación sugiere un modelo dinámico y evolutivo. El Universo no es un evento inmutable, sino un proceso constante de transformación, crecimiento y evolución. La conciencia, tanto individual como universal, sería una parte activa de este proceso, contribuyendo con su experiencia, aprendizaje y creatividad.

En este modelo, cada vez que una conciencia individual se encuentra en un conglomerado de átomos —ya sea un ser humano, una estrella o cualquier otra forma de existencia— sería una oportunidad para participar en el desarrollo del Universo.

Si bien esta hipótesis —al igual que todas las teorías de todas las religiones— no puede ser probada de manera directa con las herramientas científicas actuales, pero si se alinea con ciertos principios y teorías emergentes de la ciencia y de la física cuántica como con la teoría de cuerdas y los campos cuánticos al sugerir que todo en el Universo está conectado en un nivel fundamental, lo que abre la probabilidad de que la conciencia también esté entrelazada en este entramado.

También con algunos científicos, como John Archibald Wheeler, han expresado que el universo es un sistema participativo donde la conciencia juega un papel activo en la creación de la realidad. Igual con el principio holográfico, que propone que toda la información del Universo podría estar contenida en cada una de sus partes, lo que podría extenderse a la idea de que cada conciencia individual contiene una conexión intrínseca con la Conciencia Universal.

Igualmente correspondemos con la noción de la memoria del alma, donde la conciencia recuerda quién es y todas las vidas que ha habitado al salir de un cuerpo físico que se encuentra en relatos de experiencias cercanas a la muerte, y en las tradiciones esotéricas de la Cábala.

Para nosotros, al igual que Jesús de Nazaret, figura central del cristianismo, coincidimos cuando expresó repetidamente que la muerte física no era el fin, sino un paso hacia la vida eterna. Según sus enseñanzas, la muerte era una transformación que abría la puerta a la reunión con el Creador. Este concepto se refleja claramente en varias partes del Nuevo Testamento. Jesús decía Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá (Juan 11:25). En otra ocasión, Jesús manifestó: No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. (Mateo 10:28). Para nosotros la conciencia sería —con sus variantes al ser actualizado a la luz de la ciencia actual— el correspondiente del concepto que algunas creencias llaman “alma” o “espíritu” acorde a los conocimientos de la época, hace miles de años. 

Igual coincidimos con Mahatma Gandhi, líder del movimiento de independencia de la India y defensor del ahimsa —no violencia—, quien también creía en la continuidad de la existencia después de la muerte, ya que su enfoque se basaba en las tradiciones espirituales del hinduismo. La muerte no existe sino sería un retorno al estado pleno de conciencia, donde la individualidad se reconfigura dentro de un todo mayor. 

Si, apreciado lector, el Universo no es un qué es un Quién… Si deseas profundizar sobre este tema o consultarnos, puedes escribirnos a [email protected]. Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos. Nos vemos en la próxima entrega…

 

María Mercedes y Vladimir Gessen son psicólogos. Autores de Maestría de la felicidad, Qué cosas y cambios tiene la vida y ¿Quién es el Universo?)

 

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