Hacer una lista de los temas que deberá acometer el nuevo presidente de Colombia a partir de agosto no es una tarea compleja: los problemas son muy visibles. Lo que sí es un importante interrogante es la prioridad que se dará a la solución de cada uno de ellos y, sobre todo, el esquema de gobierno que será el marco para su puesta en marcha.
La desigualdad, la pobreza, el desempleo, la desaceleración económica, entran dentro de la categoría de temas que deberán recibir atención inmediata del nuevo gobernante. Ni el campo, ni la industria manufacturera ni los sectores mineros extractivos pueden ser desatendidos en el momento en que el mundo entero enfrenta severos problemas de distorsión de las cadenas de suministro de insumos, de materias primas y de bienes terminados. Es preciso ser minuciosos en la atención a las presiones inflacionarias globales que afectarán a estos sectores productivos básicos y a la población.
Su alivio o resolución debe ir de la mano con la consecución de un alto grado de gobernabilidad y de control territorial que es una tarea concomitante y no menos urgente. En el caso de Colombia ello no es posible sin el destierro del narcotráfico, el control de la violencia terrorista relacionada con la insurgencia armada y la provocada por bandas criminales y clanes de la droga. La ansiada paz de los colombianos no se circunscribe a la consecución de las metas incluidas en el acuerdo suscrito con las FARC en La Habana y con el cual no comulga la mitad de la ciudadanía. La desactivación de otros grupos violentos es imprescindible para cualquier plan de desarrollo que se emprenda.
La incorporación de inmensas masas poblacionales al desarrollo del país requerirá, al mismo tiempo, de programas de ayuda en lo social, además de un vasto plan de educación y formación técnica para otorgar herramientas de progreso a las clases más desposeídas e iletradas.
Si entramos en el detalle de cada uno de las acciones necesarias para producir resultados en todos los terrenos citados, hablamos casi de la refundación de un país que es necesario acometer contando con el soporte de las clases trabajadoras y del empresariado al igual que los jóvenes del país. Por fortuna, Colombia se encuentra bien equipada para hacerle frente a estas necesidades inmediatas.
Las turbulencias en el espectro global son solo las económicas que derivan de las distorsiones ligadas al covid o de los estragos provocados por la guerra en el campo del desabastecimiento y del encarecimiento de los bienes que se transan en el planeta. Todo el reacomodo planetario que abarca cada área de actividad exige de cada nación una buena dosis de sacrificio, de adaptabilidad y de resiliencia para salvaguardar a sus poblaciones y para ofrecerles nuevas oportunidades de crecimiento.
Pero al mismo tiempo implica fraguarse alianzas útiles a los objetivos de desarrollo internos. Envuelve igualmente impedir el acceso de factores de distorsión que dificulten o que pongan trabas a la consecución de las metas. Las relaciones externas de Colombia con Estados Unidos y con Venezuela – en direcciones completamente contrarias- van a ser, entonces, determinantes del futuro. Excluirlas o apuntalarlas, según sea el caso, pasa a ser un importante paso de avance en la dirección concreta.
No he hablado deliberadamente de aspectos de la geopolítica como los ambientales, el militar, los relacionados con el desarrollo de destrezas tecnológicas ni de otros tantos que intervienen en el recorrido adecuado de un país, por solo limitarme a los que intuyo que son determinantes de logros tempranos
Cualquier que sea el gobernante colombiano tendrá el plato repleto de dificultades que resolver y de proyectos de desarrollo a emprender. Lo más vital será escoger el modelo de gobierno que es el apropiado para poner en marcha las iniciativas y conseguir concitar a la población y a las fuerzas vivas a sumarse a ellas, a la vez que despertar en el medio internacional interés por el acompañamiento de los procesos y por la explotación de las potencialidades. Solo dentro de un esquema de libertades, de respeto por los derechos de los individuos y de democracia es posible adentrarse en el complejo sendero de hacer viable una economía, de hacer que el bienestar percole a los individuos y de crearle oportunidades a los gobernados.
El destierro absoluto de la autocracia, del totalitarismo y de otras formas perversas de limitar el libre accionar de los ciudadanos configuran el escenario correcto para ponerle el pecho a las dificultades que encontrará el inquilino de la Casa de Nariño.