“Hay que apoyar al hombre simple y fundamentalmente por la causa del hombre mismo y no por otros motivos ni razones”. Juan Pablo II
A veces tratamos de encontrar en las complejidades de la racionalidad los motivos para sostenernos en una posición a pesar de verla comprometida. Persistimos o dudamos o abandonamos eventualmente. Se trata de las encrucijadas que la vida nos presenta en las variadas circunstancias, la respuesta que damos a ellas y cómo las encaramos. Es la existencia misma en suma.
Venezuela vive esa hora álgida de las definiciones. Yace postrada y agónica en el yermo campo de las frustraciones. Vacila, titubea, sufre, desespera. Sus pobres apostaron por la emancipación en el credo chavista que se pretendió socialista y culminan sojuzgados, engañados, alienados, utilizados y acaso se les ofrece la limosna de la bolsa o la caja CLAP.
Paralelamente y cansa repetirlo, muchos se fueron con la sola ilusión de un cambio de entorno, de aires, eventualmente de destino, en búsqueda de un mañana, de un después porque, si algo desnuda la experiencia de estas dos décadas es la parálisis, enterrados en el lodo, en el barrial que sigue a la lluvia del dispendio, de la demagogia.
Las misiones como política social, a la postre cavaron en las finanzas públicas un bache que sirvió para disimular, la verdadera empresa chavista; la del latrocinio y la concupiscencia como arte del mando, para enriquecer a una camarilla mediocre de militares y zafios.
Enfatizamos por la verdad que le debemos al país que, nunca antes, en ninguna latitud se gobernó para el desastre, el fracaso, la manipulación y con un resultado de ruindad como en la Venezuela de Chávez y sus espalderos devenidos en dignatarios sátrapas.
Lamentablemente no ha sabido el país librarse del hechizo enfermizo que reduce el raciocinio ciudadano a la sobreestimación del bono que cae en la mano extendida de una multitud de míseros sin consciencia de dignidad. Tampoco fraguó en aquellos más y mejor formados e informados compatriotas, un auténtico compromiso de lucha e inconformidad. Todos le hemos fallado a la nación y a la nacionalidad.
Pero, mientras haya coraje, bríos, capacidad para indignarnos no estaremos perdidos. De eso se tratan estas reflexiones que me permito compartir con ustedes.
En efecto, el venezolano conoce un momento trágico y parte de ese drama es la tremenda incertidumbre en que transita. Reclamaba Ledezma a Guaidó que no esperara e hiciera ya lo necesario para quitarnos el yugo y pensándolo, arribe a una pavorosa conclusión; la neblina impide ver a unos y comprender a otros, pero lo cierto es que estamos atascados, detenidos, sin saber o creer que hay más que hacer y cómo hacerlo.
Lo peor es, sin embargo, no hacer nada. Si irresolutos nos exhibimos, provocamos el desaliento y la resignación. Es menester reaccionar, responder, actuar y no me refiero a convocatorias que cada día son menos seguidas. Que no hacen ni significan mucho. Estoy pensando en acompañar a los distintos segmentos sociales concernidos para trabajar con ellos y concatenar el giro desde adentro, desde el órgano social y político del estado civil, desde el cuerpo ciudadano propiamente. El pueblo que languidece se tiene que levantar y hacerse oír. Si no lo hace perece.
Cada ciclo histórico tiene su cima. Su punto de inflexión, su nivel de incompetencia, desde el cual, inevitablemente el cambio se legitima y salvo que renunciemos al progreso, se producen las alteraciones, reformas, sustituciones. Viene a mi conciencia un texto de Alberto Adriani de julio de 1935 que, colgado en una pared del inmueble de la fundación que lleva su nombre y que visité hace unos días, reza como sigue: “Mientras las dificultades se agravan, el tiempo huye, implacable como el destino. Las horas se deslizan furtivamente, llevándose nuestras esperanzas y nuestras oportunidades que, son fragmentos de nuestra vida. Recordemos las elocuentes palabras grabadas bajo el reloj del sol, del Colegio de todas las Ánimas, en Oxford; Pereunt et imputantur: Las horas pasan y se nos cargan en cuenta”.
¿Seguirá la espera y el afán de cargar a los demás de la responsabilidad? Una vez dijo Lusinchi que había terminado el de las equivocaciones y se equivocó, pero es demasiado evidente que lo que caduca es la paciencia fatua y la esperanza basada en los demás. De eso se trata entonces.
El despotismo, chavismo, castrismo, militarismo nos sojuzga, encadena, humilla a todos y a cada uno. ¿Dejaremos que lo siga haciendo sin reaccionar? Las enfermeras y los médicos, los camilleros, radiólogos, a los que les son desconocidos sus esfuerzos por la salud de todos, pagándoles salario mínimo que no alcanza para comprar un kilo de carne para llevar a su familia, ¿guardarán silencio cuidando ese bozal de hambre?
¿Los millones de empleados públicos que ganan el salario más bajo del mundo, los policías, la tropa, los trabajadores tribunalicios, aquellos de la administración pública, que ya no pueden estirar el paupérrimo ingreso para comer un día que otro, cuidarán esa miseria para no perder el miserable mendrugo de pan llamado CLAP que cae de la mesa opulenta del oficialismo?
Es cierto que la necesidad, como repetía mi padre, tiene cara de perro; pero ¿saciamos nuestras necesidades de esa manera? No deja de andar hambriento el que come de vez en cuando o de cuando en vez, dicen nuestros viejos.
De viejos nuestros hice mención y cabe un señalamiento. Los millones de pensionados que con respiración fatigosa, andar lento, ojos húmedos, miedo de la acera o el desnivel que lo acecha, como diría Borges, a esos, ¿solo migajas, pizcas les puede entregar el país por toda una vida a su servicio? Y a cambio; Maduro repite que lo respaldan, como si fuera dueño de sus almas.
Me decía un amigo maestro que se iba a cualquier parte pero que no soportaba más. Acotó que había renunciado porque, “para morir de hambre trabajando, mejor me muero sin trabajar…” Luego agregó que no tenía ni cómo mandar a sus propios hijos al colegio, ni como equiparlos, comprar sus uniformes, zapatos, resma de papel, libros y se interrogaba sobre a cuánto llegaría la deserción, el ausentismo estudiantil, sabiendo que no había como erogar para la comida y el transporte, por cierto, cada día más caro. Los sectores peor tratados por la revolución de los fracasos, de todos ellos, este desastre, son el sector salud y el de los educadores ¡Qué desprecio muestra el chavismo por el maestro!
Soy profesor universitario desde hace varias décadas, profesor titular en el escalafón de la UCV, por vocación sigo allí siendo que apenas se nos remunera y a veces con tardanza, con sueldos y salarios que no alcanzan para el pasaje, acaso el obligado Internet para mantenerme informado y poder cumplir medianamente mi faena. Muchos se han ido. Otros lo piensan, pero un número mayoritario permanece con estoicismo al frente de su cátedra ofreciendo su contribución, aunque bordeando un desastre personal a diario. Nos debemos a los muchachos, pero ¿hasta cuándo puede eso durar? Y para animar el disgusto y el infortunio, quiere el chavismo despojar la universidad de su autonomía y vaciarla, cerrarla, saquearla como ya hicieron y vayan y pregunten los que me leen, con la Universidad de Oriente, UDO.
La semana pasada concluí mi artículo con una interrogante sobre qué más tenía que pasar en esta patria desnutrida y temblorosa. Alguien me respondió que ya era tarde, que vivíamos el primer movimiento de una pesada y asimétrica sinfonía denominada Cuba II y que como aquel pueblo otrora alegre y creativo, acabaremos cesados, comprimidos, enervados allanados, desfigurados, acallados, desarraigados.
Medité sobre las causas de nuestro pesar y advertí que nos abruma la larga travesía por las calles de la amargura y el escepticismo creciente que genera no saber qué pasará y evoqué una frase de Chateaubriand que incluí en un discurso que ofrecí hace unos años ante el Congreso de la República y que luce flor inmarcesible, venido de un genio, útil pues: “Se pretende hoy que los sistemas están agotados, que en política damos vuelta sobre nosotros mismos, que los caracteres se desdibujan y los espíritus están cansados. Que no hay nada que hacer y nada que encontrar, que ningún camino se abre, que el espacio está cerrado. Sin duda, cuando se permanece en el mismo lugar, es el mismo circulo de horizonte que gravita sobre la tierra, pero avancen, atrévanse a desgarrar el velo que los cubre y miren, si no tienen miedo y no prefieren cerrar los ojos…!
Es tarde para muchas cosas y para otros tantos tal vez, pero mientras vivamos y lo hagamos con la dignidad propia de la persona humana, asumiendo que no podemos brindar con el silencio ante el confite de la injusticia, no seremos anulados, enervados, envenenados y amanecerá con Dios mañana para seguir diciendo la verdad.