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Tan hondo como discreto

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Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. Viktor Frankl

El término depresión sonriente lo utilizamos para designar a una persona que padece trastornos depresivos en su fuero interno, pero hacia el exterior proyecta una imagen de plenitud y felicidad. Su entorno suele calificar su vida como ideal y únicamente quienes conviven con el paciente identifican algunos síntomas. Su vida oscila entre la socialización permanente y el aislamiento extremo y acostumbran a asegurar tener existencias maravillosas mientras cargan con un calvario individual de inseguridades, culpas y sobre todo una profunda sensación de soledad. Entre todas las clasificaciones de depresión esta es quizás la más peligrosa, pues el grito que suplica socorro nadie lo escucha.

En la antigüedad, Claudio Galeno afirmaba que el bazo secretaba una sustancia a la que llamó “bilis negra». Según su teoría, la presencia de esta materia en el torrente sanguíneo causaba tristeza y melancolía. Sigmund Freud echó por tierra esa estrafalaria conjetura y postuló que si bien la melancolía tiene atenuantes orgánicos, la misma emerge como un mecanismo de defensa ante la pérdida del objeto amado. Para Freud, la depresión nace en el duelo y sumerge al paciente en un laberinto tan intenso que su sensación de desolación no admite el auxilio de nadie. Allí, los pensamientos más pavorosos empiezan a tomar forma y la vida pierde valor, ante la certeza de una subsistencia sometida a un dolor agudo e invisible.

En Venezuela, el aumento en la mortalidad entre víctimas de la depresión es alarmante; los adultos mayores y los adolescentes parecen ser los más afectados, como consecuencia de la pérdida de sentido de vida. Influyen significativamente el maltrato escolar, los embarazos no planificados, la soledad originada por el núcleo familiar migrante, la escasez de recursos para afrontar situaciones de salud y el desempleo. Las dificultades económicas cada día castigan con mayor severidad la salud mental del venezolano, provocando sensación de impotencia que resulta en conductas psicóticas, ansiosas y depresivas. Sumado a esto, se ha normalizado el uso indiscriminado de psicotrópicos, tanto de prescripción médica como de consumo ilegal, cosa que conduce invariablemente en trastornos psiquiátricos e incluso neurológicos. En la población infantil y adolescente, el hábito desmedido por el uso de videojuegos y realidad virtual, actúan como un narcótico a nivel neuronal, elevando sustancialmente la intolerancia a la frustración.

En un país donde reina la ley de la selva no se han concebido políticas públicas concernientes a la salud mental, tampoco hay una legislación que sancione en esta materia; tal desinformación provoca que algunos pacientes ventilen sus trastornos clínicos con brujos, chamanes o videntes, mientras que ser asistidos por profesionales origina recelo por el temor a ser estigmatizados por su núcleo familiar, social o laboral.

Indudablemente, no esperamos nada positivo de un gobierno sumergido en la miseria moral y perseguido por la justicia internacional. Sin embargo, los ciudadanos no debemos renunciar a la resolución de las causas que nos atañen. Es la sociedad organizada la que debe tomar el control a través de la creación de mecanismos de cooperación como ONG o asociaciones ciudadanas que se ocupen de atender una psicopatología que es perfectamente tratable antes de que la misma se transforme en una desgracia.

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