#MeToo, este “También” del idioma inglés que se añade al “Yo” ha sido la llave maestra del triunfo actual en algunos países, a la cabeza Estados Unidos, para penalizar con cárcel y multas la segregación y el abuso de poder contra la mujer desde tiempos inmemoriales, aunque ciertas culturas como la griega, la judía y no muchas más, otorgaron algunos permisos temporales a sus féminas para asumir privilegios reservados a los masculinos mientras estos dominaban artes, estudios y técnicas bélicas, de producción, comercio, industria. Procesos parciales y denuncias que registran bibliotecas en papel y digitales. Fue un escándalo el famoso texto Sexual Politics de Kate Millet (1970), en bastante medida pionera del cambio actual, lo que a su vez originó la sarcástica respuesta del afamado escritor también estadounidense Norman Mailer en su divertido y polémico Prisionero del sexo (1972).
En especial la dura lucha sufriente de las llamadas sufragistas a principios del siglo pasado solo para alcanzar el derecho a votar, a elegir autoridades estatales, regionales, citadinas y hasta permisos caseros diarios como el de firmar cheques, remuneración igual en toda clase de labores, decidir en pareja el destino de hijos y otros familiares (parece mentira) cubrió muchas décadas del siglo XX. Prohibiciones que pueden llegar a condenas de muerte por parte de sistemas basados en religiones teocráticas que gobiernan sobre poblaciones gigantescas en el mapa mundial contemporáneo.
Difícil ruta por la liberación femenina cubierta con resistentes, afiladas piedras en los caminos ejecutivo, legislativo y judicial, dilataron el justo logro liberador y motivó que tantos movimientos femeninos por implantar ese y otros derechos de tradición exclusiva para el hombre, reaccionaran y se convirtieran en el defensivo pero nefasto hembrismo con sus “secciones femeninas” que aún persisten, fenómeno que aprovecharon políticos, gerentes, directores, en fin, los empoderados del supermachismo para aumentar su tarea de humillar y chantajear a su pareja, personal femenino doméstico, de sus oficinas y empresas, con el agravante de favorecer o ridiculizar el esfuerzo por aplicar leyes que regularan un equilibrio igualitario entre derechos y deberes de ambos sexos.
El #MeToo del siglo XXI ha sido exitoso precisamente por equivaler o equiparar jurídicamente a los géneros femenino y masculino, junto con sus variantes que permiten cambios de la sexualidad por causas hormonales genéticas o psicológicas.
Y es que nada puede dañar más a la reivindicación de la mujer en su anhelado rol de activar la compenetración mano a mano con el hombre en todos los estratos de la vida privada y pública, que insistir con asociaciones exclusivamente femeninas. Ana Parker, Madame Nguyen, Golda Meir, Indira Gandhi, Angela Merkel, nunca se afiliaron al hembrismo. Eso vale para toda lucha contra cualquier otro delito perverso y segregador por etnia, creencia, ideología y militancia política, claro, no criminales.
La novedosa y certera clave es el “también”, ni más ni menos.