Muhammad Ali y George Floyd murieron en días cercanos, con cuatro años de diferencia. Su muerte fue distinta, pero el escenario dentro del cual transcurrió su vida los emparejó porque tenían la piel del mismo color y además por haberse convertido ambos, cada uno a su modo y de acuerdo con sus circunstancias, en símbolos del antiracismo. Pareciera, así pues, como si el tiempo no pasara, los humanos seguimos separándonos y diferenciándonos por motivos crueles y degradantes.
El Príncipe del Cielo
No puedo afirmar que sea un entendido en materia de boxeo, ni nada que se le parezca. Menos todavía un apasionado, al modo como lo soy del fútbol o del beisbol. Tengo, apenas, la cultura básica suficiente para entender sus claves y una modesta afición en constante declive.
Creo haber visto todas sus peleas, desde cuando llevaba a cuestas el nombre de Cassius Clay, heredado de sus antepasados esclavos. Más que verlas, las vivía como si yo mismo, veinteañero por esos tiempos, estuviese montado sobre el ring, asustado frente a las manazas de Sonny Liston, adolorido como si a mí también me hubiesen fracturado la mandíbula cuando la pelea con Norton o tirado a la lona en las peleas con Frazier y el británico Brian London, o recibiera esos mandarriazos de Foreman golpeando costillas y riñones, durante el combate de Zaire, que afortunadamente terminó con su victoria en el octavo round, haciéndolo de nuevo campeón del mundo.
«El Príncipe del Cielo'», solía llamarlo el excelente escritor Norman Mailer, quien fue capaz de escribir un libro de más de trescientas páginas únicamente sobre su batalla con Foreman. ¿O fue Ali –me pregunto– el que resultó capaz de dar una exhibición tan espléndida que solo podía caber en tantas páginas?
¿Por qué Dios es blanco y los angelitos también?
El pasado 3 de junio se conmemoró el cuarto aniversario de la muerte de Muhammad Ali, el mejor boxeador de su época, quien sabe si de todas las épocas. En su tiempo, nadie, fuese o no aficionado al deporte, pudo dejar de encender la televisión para ver cómo una mole de más de 100 kilos flotaba como mariposa y parecía pegar como si acariciara. Ni, tampoco, de verlo fungir de psicólogo autodidacta, gritando sus profecías, indicando el round en el que noquearía a su rival.
Y menos aún, dejar de escuchar sus opiniones políticas, sus ideas respecto a la sociedad blanca que lo excluía (por qué Dios es blanco, o por qué Miss América siempre es blanca, eran preguntas que le hacía a su mamá ), intuyendo, desde su perspectiva adolescente, la forma como el sistema de valores de la sociedad incorporaba al racismo en su raíz. Esa sociedad que lo marginaba, digo, era la misma que lo enviaba al frente de guerra para defender el honor norteamericano en Vietnam. Nadie pudo, en fin, ignorar, compartiéndolos o no, los argumentos que lo convirtieron en musulmán y, a su estilo, en un predicador de los derechos civiles que, en medio de sus obvias diferencias, semejaba a Martin Luther King.
Su oposición a participar en la guerra lo llevó a rechazar el reclutamiento obligatorio y por tal motivo fue condenado a cinco años de cárcel. Salió de ella sin completar el tiempo de condena, pero se le prohibió boxear, justo en el que, sin duda, era el mejor momento de su carrera.
Falleció luego de estar lidiando, durante 32 años, con el mal de Parkinson, dejando ver su rostro abotagado por la cortisona, la mirada que no miraba nada, sus movimientos, entre espasmódicos y ondulantes, las manos condenadas a temblar y, sobre todo, su balbuceo frente a los periodistas, él que fue conocido como el Bocazas de Louisville.
Black Life Matter
Aunque en el siglo pasado se abolieron las leyes segregacionistas, de acuerdo con lo que informa, respecto a Estados Unidos, la Organización de Naciones Unidas ,«la discriminación impregna, aún hoy, todos los aspectos de la vida y se extiende a todas las comunidades de color». El propio Departamento de Seguridad Nacional consideró públicamente que “… la violencia supremacista blanca es la principal amenaza de terrorismo interno en Estados Unidos”. La supremacía blanca, dicho sea de paso, es, como resulta sencillo de observar, la ideología del presidente Trump.
Como señalé al comienzo de estas líneas, hace semana y media un policía asesinó a George Floyd, un afroestadounidense de 46 años. Los cientos de videos que recogieron la escena lo muestran gritando, durante ocho minutos, que no podía respirar, mientras un policía le presionaba el cuello con la rodilla, hasta causarle un paro respiratorio. El hecho ha desatado grandes manifestaciones en alrededor de 75 ciudades norteamericanas, comparables con las que tuvieron lugar en 1968 cuando asesinaron a Martin Luther King, e igualmente, han sido considerables las movilizaciones ocurridas en más de 40 países. En este mismo sentido es digno de mencionar el rechazo de la comunidad deportiva mundial.
La Casa Común
En estos tiempos de globalización y de importantes movimientos migratorios, el racismo, la xenofobia, la discriminación y otras tonterías, continúan endureciendo el “fundamento” para calificar cuáles personas son superiores y cuáles inferiores. Los habitantes de esta Casa Común, como la menciona el papa Francisco, no terminamos de asumirnos como terrícolas ni de entender que la vida solo será posible si transcurre bajo los esquemas de la solidaridad y de la colaboración entre los que habitamos este planeta. La pandemia nos ha dado un ejemplo de lo contrario: me parece que no hemos sabido estar a la altura de las circunstancias.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional