El caos creado por el golpe militar de los talibanes en Afganistán permite aclarar y vislumbrar varios aspectos del destino panamericano.
Más allá de criterios partidistas nacionales, regionales y pueblerinos, queda claro para el actual muy informado público promedio del llamado Mundo Libre que ser talibán trasciende la historia de esta secta religiosa del islamismo radical. Su origen clerical y sanguinaria trayectoria terrorista, como ocurrió con la Inquisición medieval, revelan un asesino fanatismo guerrerista capaz de simulación paciente para adaptarse temporalmente a cada entorno y su ocasión sin que cambie un ápice su mentalidad a fin de preservar, por cualquier medio, un objetivo: dominar sin límite de territorio para disponer sobre las vidas de adeptos y disidentes, en nombre y mandato de leyes dictadas por Alá, su poderoso Dios, único y eterno. Ese puritanismo no impide que Afganistán sea el segundo país de mayor éxito comercial planetario por la venta del opio y drogas similares con la corrupción anexa que ese delito implica.
De allí que la democracia constitucional con sus valores de libertad, igualdad y autocontrol, mediante la vigilancia entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en sus versiones republicana y parlamentaria les resulten peligrosas transgresiones paganas que entorpecen su meta y los obligan a proseguir, a veces en secreto pero siempre tenaz y silenciosamente, su bélica sagrada labor proselitista.
Les venden armamentos las imperiales China y Rusia, comunistas en su legislación represiva y salvajemente capitalistas en sus intereses financieros. Saben acomodarse oportunamente a esta clase de sanguinaria teocracia, si es necesario la Rusia de Putin hasta puede olvidar que alguna vez fue derrotada militarmente por sus ejércitos pequeños, mejor entrenados para largas guerras, como fue contra la invasión soviética. China, ambiciosa, conservadora y astuta, hace lo mismo a su manera muda, oblicua y económicamente provechosa.
En cambio los Estados Unidos de Norteamérica, denominada la mayor de las potencias imperiales, se concentró en fracasadas campañas bélicas sacrificando en mucho a cuatro generaciones de la post Segunda Guerra Mundial, invadiendo a Vietnam y Corea, entre otras, incluida en mínima porción el intento a Bahía de Cochinos, empeñado en incrustar a la fuerza el sistema capitalista liberal, sin tomar en cuenta que el talibán en cualquier tiempo y lugar nunca es un gobierno ocasional. Por su naturaleza totalitaria es un régimen teologal basado en el Corán o por vía opuesta activa el ateísmo marxista persecutorio de todo credo. El mismo musiú con otro cachimbo.
Al precisar los principios básicos del talibanismo oriental aparece que son los mismos del occidental pero ideologizados por la izquierda radical, incluso por regímenes agnósticos a través del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. En Latinoamérica desde hace sesenta años hay un deificado comandante Fidel Castro; sus hijos sacerdotales más reconocidos: Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro, a la cabeza del narcotráfico y explotación minera ilegal, represión armada con ejecuciones extrajudiciales y demás crímenes de lesa humanidad contra los no inscritos, no creyentes, en su partido único que engendra a variados y sucesivos espíritus sacrosantos, a saber, las actuales Nicaragua, Bolivia, Chile antier y pasado mañana, la Argentina neoperonista del kirchnerismo alineada con el populista México y listo para el horno el inestable Perú, amenazada Colombia, alocado Salvador y otros listos para reaparecer.
Quizás el trágico final de su protegido Afganistán sirva para que Estados Unidos, en su interior modelo ejemplar constitucional para las escasas democracias aún sobrevivientes del talibanismo oriental y occidental, a lo mejor ahora sí actuará a tiempo y con inteligencia para evitar que sus vecinos y potenciales aliados centro y surcontinentales sean las próximas víctimas de su dubitativa, lenta, errada bipartidista política exterior interferida hoy por domésticos subversivos, los conspiradores talibanes trumpistas, quienes, por cierto, al asaltar el Congreso el enero 6 pasado, usaron trajes y armas parecidos a los de sus admirados colegas orientales.
Lejos de hacer un favor solicitado por el resto aún libre del amenazado hemisferio, Estados Unidos pudiera borrar por fin ese complejo de invasores capitalistas intervencionistas, resumidos por el izquierdismo talibán en el cliché “yankees go home” mientras se arrodillan ante los totalitarios del neosovietismo zarista y la banca china. Se trata, en fin, de preservar su propia seguridad y permanencia en el espacio imperial que le corresponde con fallas hace rato por descuido, desinterés o errores tácticos y estratégicos transformados en oratoria vacía. Por ejemplo, anunciaron a diario, luego del Callejonazo Julio 11, que instalarían Internet para los cubanos, pero al culminar la redacción de esta nota se anuncia que el militarismo castrista castigará como delito capital su uso porque es pecado antipatriótico. Falla de nuevo el método estadounidense en prevención y ejecución. Su mañana es demasiado tarde porque el talibán nunca se va del todo, se esconde, engaña, organiza y retorna de sorpresa o por votaciones fraudulentas.
En épocas confiables, cuando se lograba un difícil acuerdo político, bastaba con declarar públicamente Palabra de honor. Ahora, firmas, sellos, diálogos, discursos, agendas secretas, claudicantes afeites y demás hierbas que legitiman al totalitarismo .Porque es el tiempo de talibanes visibles y encubiertos con mentirosa Palabra de terror.
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