La humildad se define como virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones, debilidades y en obrar de acuerdo con ese discernimiento. Según el Evangelio, la humildad no es cualquier cosa; es nada menos que un fruto del espíritu de Dios.
Parece difícil entender que, como humanos, tenemos muchas razones para ser humildes, pues casi todo lo que somos y mucho de lo que tenemos nos ha sido dado. Para empezar, la vida, milagro propiciado por nuestros padres e iniciativa de Dios. Lo mismo podría decirse de la inteligencia, belleza y otros talentos. Nada es el resultado de la habilidad o pericia de uno. Todo es en realidad un obsequio del cielo. De ahí que a medida que pasan los años de vida, muchas personas se sientan humildes y agradecidas por dones que no pidieron, pero recibieron de manera gratuita.
Muy pocos desean perder tiempo con orgullosos y arrogantes, que no piden perdón por sus faltas. En cambio, una persona humilde, consciente de sus limitaciones y que actúa en armonía con ello, es siempre admirada, respetada y apreciada por la mayoría de la gente.
José Francisco de San Martín y Matorras nació en Yepeyú, Virreinato del Río de la Plata, hoy República Argentina en mucho gracias a ese niño que abrió los ojos el 25 de febrero de 1778, años antes que Simón Bolívar en Caracas.
San Martin hijo de militar de carrera y ajustados recursos económicos, Bolívar retoño de mantuano propietario de tierras y esclavos. Ambos libertadores de pueblos, cruzaron los Andes para llevar la independencia a los países alrededor de Brasil. El venezolano, fogoso, enfebrecido e indetenible, moriría orgulloso de haber sido Libertador y entristecido por el mal agradecimiento de los ambiciosos y codiciosos. El rioplatense, experto militar, sobrio, discreto, humilde, extraordinario general, dejó al sur de Suramérica libre, prefiriendo retirarse modestamente, envuelto en dignidad y humanismo, para que los peruanos llevaran al poder al triunfante Bolívar que venía ganando batallas y muriendo desde el norte.
José de San Martín vivió en la oscuridad muchos años, jamás pidió nada para sí. Tampoco nuestro Libertador Simón Bolívar, quien se arruinó a lo largo de sus años de lucha y debió ser velado con camisa prestada. Ellos sí pueden decir, a plenitud, con orgullo y jactancia, que lo dieron todo por la patria. Hicieron la patria. Sin ellos no hay patria.
Suramérica parió en aquellos tiempos grandes mujeres y hombres, luchadores valerosos esforzados, convencidos del deber y sacrificio, tan dedicados como Luisa Cáceres de Arismendi y José Antonio Páez, ella presa en calabozos del horror, represión e injusticia sin esperar que ni su esposo el combatiente ni nadie se entregara a cambio de días tranquilos; lanza y voluntad en mano él, siempre cabalgando con astucia y coraje, apenas dos de los nombres más recordados.
En América del Sur la que dio ejemplo, se sumaron pueblos, los pudientes dieron la cara y los pobres pusieron combatientes, el continente se encendió contra aquella España que se resistía a la misma autonomía por la cual lucharon los propios españoles contra Napoleón, prefiriendo defender a un rey imbécil, corto de mente, generoso en traiciones y pequeñeces, que obedecer a un genio militar pero extranjero.
San Martín y Bolívar fueron dos grandes banderas, no las únicas, seguidos por mujeres y hombres de todas las nacionalidades, liberaron al continente y después, cada uno, con dignidad y conciencia como únicos capitales, se retiraron. Uno a la penumbra del olvido, otro al misterio de la muerte.
Es triste, lamentable, torpe y necio darnos cuenta de que ese es precisamente el ejemplo que no ha sido imitado ni seguido. Continuamos siendo un pueblo con gran pasado, un presente en destrucción y porvenir en la opacidad de no saber adónde vamos. Perseguimos desesperados, como rebaño ignaro demasiados orientadores que nos dicen por dónde y para dónde ir, pero no conocen la ruta, solo divagan, mienten, manipulan, estafan, frustran al ciudadano y se burlan de la ciudadanía, peor aún, roban a toda una nación, como reptiles de baba infectada y aves de rapiña.
Bolívar. San Martín, Páez, Nariño, O’Higgins y tantos como ellos tomaron iniciativas, cumplieron con sus conciencias, entraron en la historia que ellos mismos modelaron con esfuerzo, talento, coraje, voluntad, sudor y sangre. Ellos triunfaron y murieron. Nosotros estamos vivos, pero no parece que estemos triunfando.
@ArmandoMartini