Esta es una columna que se escribe bajo el asedio de un vallenato muy oportuno y alegre. El texto es la continuación de una saga encabezada por el anterior titulado «Una victoria a secas» que circuló recientemente. El título del vallenato es «Promesas de cumbiambera» y lo interpreta desde que tengo oyéndola desde el acordeón en Barranquilla, de Aníbal Velásquez. ¿En que se vincula ese vallenato con «Una victoria a secas»? Es sencillo, la letra de la canción dice cantándole al desamor textualmente “Bailando la cumbiambera me juraste tus amores, se acabaron las promesas, no dejaron resplandores…” y para que una victoria de la oposición no sea calificada al menos pírrica y mucho menos de mierda; y se pueda cobrar se necesitan algunas cosas. La más importante es que la Fuerza Armada Nacional (FAN) sirva de garante de los resultados y deje al régimen y a toda su nomenclatura radicalizada, plantados y enguayabados entonando la segunda parte de la estrofa “y quedó mi corazón esperando en el cumbión, sus besos que no llegaron”. Luego está la asistencia masiva a las mesas electorales a ejercer el voto, permanecer en las inmediaciones del centro acordados con otros vecinos a la espera del escrutinio y la presentación de los resultados. En paralelo formar parte de los testigos de mesas y sus coordinadores, cooperar con la logística y el relevo de quienes tienen responsabilidades directas dentro del padrón electoral, llegar antes del acto electoral y retirarse después. Si eso se cumple al 100% en todas las mesas electorales, en todos los centros electorales, en todas las parroquias, en los 335 municipios y los 24 estados de Venezuela. Si eso se cumple y se mantienen después los venezolanos en un dispositivo de expectativa a lo largo y ancho del país, hasta la difusión pública de los resultados y dispuestos a defender el futuro de sus hijos y nietos, a abrirle las fronteras del regreso a los 8 millones de venezolanos que hacen diáspora actualmente alrededor del mundo, a levantar nuevamente las banderas de la libertad, de la independencia, de la soberanía, de la paz, de la unidad de la nación y el rescate de la vigencia del estado de derecho; es decir si están dispuestos a defender el voto y la soberanía popular expresada ese domingo 28 de julio de 2024; entonces sólo así, un sector de los militares podrán completar la estrofa del vallenato cuando los radicales del régimen les propongan la tesis del fraude y el desconocimiento de la victoria del pueblo, montados sobre las promesas y el juramento del acompañamiento en el robo: “Promesas de cumbiambera, hojas que se lleva el viento, cuando se acaban las penas se acaban los juramentos”. Se repite como en el disco el coro, para cobrar el billete premiado de la victoria y el cambio político a partir de ese domingo, aniversario del nacimiento de Hugo Chávez. Ciertas condiciones aplican y la más importante es, un plan. ¿Existe? Entonces repitan el vallenato y báilenlo.

Las traiciones y las deslealtades han caminado aparejadas con la naturaleza humana desde los tiempos bíblicos. Eva traicionó a Adan y desobedeció a Dios con ese asunto de la manzana del árbol prohibido. Caín le asestó un guaratarazo traicionero a su hermano el bueno de Abel y lo incapacitó mortalmente para bailar vallenato. Pedro se hizo el pendejo en tres oportunidades antes de que el gallo cantara y negó a Jesucristo antes de que este fuera crucificado tanto como si el general Padrino o alguno de los generales y almirantes del Estado Mayor superior negara, aunque sea una sola vez, a su comandante en jefe ante unos resultados electorales adversos. El caso de Judas Iscariote es más contundente. Se trata de un tipo, tesorero de los apóstoles, que la noche anterior estuvo compartiendo de gorrero la cena y los tragos de vino con su pana Jesús y cuando la parranda terminó lo fue a sapear ante los tombos romanos y el sumo sacerdote Caifás por 30 monedas. Después de eso se ahorcó arrepentido o lo ahorcaron en el destino que siempre se le marca a todos los traidores y a quienes incumplen sus promesas y juramentos. Son buenos ejemplos para ilustrar que las lealtades son frágiles, sobre todo a la hora de las chiquiticas y cuando el acreedor de la deuda está esperando en la bajadita.

El expresidente Luis Herrera decía anecdótico, los militares son leales hasta que traicionan. Eso es verdad y es aplicable a la naturaleza humana, en uniforme o no. Marco Junio Bruto fue uno de los primeros que le enterró el filoso puñal a su pupilo Julio Cesar en los idus de marzo. Más cercanos en la historia, la noche anterior al suicidio del Führer del III Reich, todos los más allegados del entorno de Adolfo Hitler estaban prometiéndole fidelidad y lealtad hasta el final y no pensar jamás en la capitulación y la rendición alemana. Cuando las granadas de artillería y las incursiones de la infantería del ejército soviético empezaron a pisar los perímetros de la cancillería sólo estaban su fiel pastor alemán, su mujer Eva Braun y Joseph Goebbels con su familia en pleno. El resto de los generales y almirantes se habían puesto los patines a pesar del juramento y las promesas. El todopoderoso Heinrich Himmler jefe de las SS agarró camino hacia Polonia donde fue capturado por los aliados y terminó suicidándose. Otro del entorno, el atocinado y rollizo Hermann Göring jefe de la Lutfwaffe fue capturado después de haber traicionado a Hitler. Se suicidó en Nuremberg. El mariscal Wilhelm Keitel del Oberkommando der Wehrmacht, jefe de todos los ejércitos alemanes, le correspondió firmar la rendición incondicional nazi ante el mariscal del ejército rojo Georgui Zhukov, a pesar de haberle jurado y prometido a Hitler por este puñado de cruces que no lo iba a hacer. Era la hora de las chiquiticas y a esa hora el vallenato suena duro “Promesas de cumbiambera, hojas que se lleva el viento, cuando se acaban las penas se acaban los juramentos.”

Un poco más acá en la historia y en la geografía hay un ejemplo cercano en eso de cumplir los juramentos y las promesas cuando el pueblo está en las chiquiticas esperando en la bajadita y con el acordeón de Aníbal Velasquez, listo. Cuando el pueblo y los militares tocaban las puertas de Miraflores el 23 de enero de 1958, el general Llovera Páez se acerca al dictador y le dijo confianzudo al oído “Vámonos Marcos, que el pescuezo no retoña”.  Y el 11 de abril de 2002. A las 3:00 de la tarde todos los generales y almirantes gañoteaban aún con su comandante en jefe el manoseado Patria, socialismo o muerte. Cuando ya todo estaba perdido antes de la medianoche, desde el propio palacio presidencial, con un Chávez extraviado emocionalmente y ataviado de campaña con la boina roja, reunido con su entorno militar más cerrado y con la fournitura desplegada en su escritorio, desabrochada, con su PGP lista, y asediado por un José Vicente -justo es decirlo en la verdad histórica- que le repetía incansable ¡No renuncies! ¡No repitas el episodio de Allende! No se sabe si por el suicidio o por la renuncia; pero sus fieles camaradas uniformados que pensaron lo peor, salieron a tomar café y no regresaron. Y fueron pocos los que se mantuvieron como Goebells hasta el final. Como el gordo y tornapulérico Reichmarschall Göring, el general Rosendo jefe del CUFAN, el almirante Bernabé Carrero Cuberos jefe del estado mayor conjunto, el almirante Sierralta comandante general de la Armada, el general Anselmi de la aviación, el general Alfonzo Martínez de la guardia nacional y el general Vasquez Velasco en el ejército, encabezados por el general en jefe Lucas Rincón Romero, el más alto jefe militar del momento, le pidieron la renuncia al señor presidente, la cual… aceptó. El general Belisario Landis como Himmler, el mandamás de las SS, había huido. ¿Hay algo nuevo que contradiga la letra del vallenato. ¡No!

Es bueno recordar eso frente a la cercanía de la reedición de esos episodios y ante la posibilidad de un cambio político a partir del 28 de julio como consecuencia de unos resultados electorales adversos al régimen de la revolución bolivariana. Frente a eso de que no vamos a entregar el poder ni por las buenas ni por las malas, siempre es bueno desempolvar la historia y trasladar la lectura dosmil y tantos años hasta lo bíblico. Así funciona la naturaleza humana en la solidaridad y el apoyo de los juramentos y las promesas frente a las chiquiticas y en la bajadita. Te acompaño hasta la puerta del cementerio pero no bajo contigo hasta el hueco.

La talanquera, ese portón rústico de los llanos, que se usa para ilustrar los cambios políticos y militares, forzados frente a la presión de una coyuntura que pone como alternativas a la muerte y la carcel, asumir una decisión distinta a la promesa y al juramento de acompañar el fraude y el delito, vuelve a colocarse bajita para los militares durante el 28J y los días subsiguientes. Un buen momento para cruzarla al ritmo del vallenato “Promesas de cumbiambera, hojas que se lleva el viento, cuando se acaban las penas se acaban los juramentos”. Talanquera mediante hay que diseñar el plan de cruce. ¿Estará hecho?


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