Taiwán está muy presente en las noticias internacionales en los últimos años y con mayor intensidad en los últimos meses, a medida que se agrava la tensión entre China y Estados Unidos.
La República de China, como oficialmente se denomina a Taiwán, trata de no perder su aislamiento diplomático, cuidando sus relaciones con los trece países que todavía la reconocen, una vez que esta primavera Honduras pasara a reconocer a la República Popular de China. En 2016, había 22 países que reconocían a Taiwán, lo cual significa que, en menos de siete años, se han retirado nueve banderas del Ministerio de Relaciones Exteriores de Taipei.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de los aliados diplomáticos de Taiwán son países escasamente poblados y ricos. Incluso, no cabe descartar, que tarde o temprano alguno de estos trece países pudiera verse tentado a retirar su apoyo y abrazar a Pekín. Países como Haití y Guatemala necesitan abundante ayuda extranjera y podrían ser víctimas de las tentaciones expansivas del mandarín Xi. Más difícil parece, de momento, que las islas del Pacífico que reconocen a Taiwán, como Tuvalu, Nauru y las Islas Marshall, pasen a la órbita de la República Popular China, aunque los precedentes de Kiribati y de las Islas Salomón obligan a Taipei a no bajar la guardia. Tampoco es el caso de Paraguay, cuyo nuevo presidente ha reafirmado su vínculo con Taiwán, tras unas elecciones donde este tema estuvo muy presente en el debate.
Formosa ha quedado ciertamente muy aislada por la China continental, que ambiciona la reunificación para dar cumplimiento efectivo al principio de “Una sola China”. Pero el gobierno de Taipei cuenta con el apoyo y la promesa defensiva de Washington en caso de hostilidades. El actual gobierno de Tsai Ing-wen, del DPP, mantiene el statu quo, pero sin disimular su afinidad con el hegemón norteamericano, como sucedió cuando la expresidenta Nancy Pelosi visitó Taipei el año pasado. Esta primavera la presidenta Tsai voló a Guatemala y Belice, pasando por Nueva York, en su séptimo viaje a Estados Unidos en siete años en el cargo, y en el camino de regreso, aprovechó para reunirse con el presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, en Los Ángeles.
Coincidiendo con la estancia de Tsai en América, su predecesor, Ma Ying-jeou, del Kuomintang, se reunía con el director de la Oficina de Asuntos de Taiwán de Beijing, en Wuhan, donde reafirmó la importancia del “Consenso de 1992”. En aquel diálogo de distensión de hace tres décadas, ambos lados del Estrecho de Taiwán reconocían que solo existe “Una China” aunque cada parte tuviese su propia interpretación de lo que significa China.
Además, a su paso por Nanjing, el expresidente Ma recordó la invasión japonesa hace más de un siglo como “una brutalidad animal rara vez vista en la historia de la humanidad”. La sintonía entre el Partido Comunista chino y el Kuomintang, aún en las antípodas ideológicas, se remonta a esa alianza histórica entre Mao y Chiang Kai Shek contra el Imperio Japonés. El resentimiento antinipón parece que pone en común a ambas formaciones políticas, pero la realidad actual de una ciudad abierta y cosmopolita como Taipei es que guarda más semejanza con Tokio que con Pekín, atendiendo a su modo de vida. La historia ha dado muchas vueltas desde 1945 y hoy Japón es amigo de Taiwán y ha formado alianzas con aquellos países que se enfrentan a la China comunista alegando “disuasión”, entre ellos Estados Unidos, Reino Unido y Australia (AUKUS), o el QUAD, junto con Estados Unidos, India y Australia.
La defensa de Taiwán contra una hipotética invasión militar del Ejército Popular de Liberación obligaría a los países vecinos a actuar en la región y garantizar así la libertad de navegación en los mares del sur y este de China. Además de en la cercana Okinawa, las fuerzas aeronavales de Estados Unidos también están muy posicionadas en Filipinas, en enclaves estratégicos como Palawan, Zambales, Isabela y Cagayán frente al mar de Filipinas Occidental o el Canal Bashi que separa Batanes de Taiwán. De hecho, a finales de este año, está previsto que más de 16.000 soldados estadounidenses, filipinos, australianos y japoneses realicen unos ejercicios en la región de Ilocos, Filipinas, que será un mensaje inequívoco para China.
Pekín ya ha advertido a Manila en no pocas ocasiones que no se involucre en el conflicto de Taiwán, por lo que la pretensión de Estados Unidos de evitar el rápido ascenso de China como hegemón mundial tendrá que acompasarse a la capacidad de resistencia de sus aliados regionales ante una espiral de escaladas que podrían dejar de ser verbales. En un contexto de bloqueo chino a Taiwán, si Estados Unidos atacara a los buques y aviones del EPL chino para deshacerlo, China bien podría responder atacando posiciones estadounidenses en Filipinas y Japón. El mundo habría entrado entonces en una situación dramática.
Por todo ello, es crucial entender lo que se juega Taiwán en las elecciones de enero de 2024. Si como apuntan algunas encuestas el DPP renueva su poder ¿supondría esa victoria electoral un consentimiento de la mayoría del pueblo taiwanés para explorar y profundizar un camino hacia la independencia? En ese caso, el conflicto frontal estaría servido y China endurecería su posición, apretando las tuercas a una economía interdependiente en gran medida del continente. ¿Se atrevería Pekín a paralizar la economía taiwanesa ante una hoja de ruta de Taipei que fuera más allá del statu quo actual?
El DPP se ha negado resueltamente a aceptar el Consenso de 1992, y aunque de momento es poco probable que conservando el poder pudiese promover una declaración de independencia, sostiene que Taiwán es un estado autónomo y democrático. Pase lo que pase tras elecciones de 2024, el nuevo gobierno taiwanés estará abocado a moverse en aguas procelosas, con máxima cautela. Mientras tanto, la disputa por la hegemonía global entre las dos superpotencias sigue elevando la temperatura en el estrecho de Taiwán.
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