OPINIÓN

Surrealismo trendy

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Buñuel en el laberinto de las tortugas fue estrenada en el Festival de Cine Español. Es una película de animación ganadora de múltiples premios internacionales.

La estética de los dibujos, a mano o en tres dimensiones, inspira uno de los sectores más pujantes de la industria ibérica, durante el milenio.

Filmes como Arrugas y Klaus, nominada al Oscar, dan cuenta de la relevancia de la técnica en el desarrollo de proyectos audiovisuales con acento hispánico.

Frente al canon y la hegemonía de Pixar, la madre patria aborda la complejidad del género, a partir de una visión autoral, entre los códigos adultos y las redefiniciones del estándar infantil.

Por ende, Buñuel en el laberinto de las tortugas representa un ejemplo de la evolución del viejo continente, al momento de replantear su lugar en el mundo occidental.

La cinta narra el proceso de rodaje de “Las Hurdes, Tierra sin Pan”, el único trabajo de no ficción del genio de Calanda.

Pero por tratarse de una obra maestra del realizador, las fronteras de las escuelas tradicionales se borran, permean e imbrican, en una pieza de vanguardia, cuya concepción sigue estimulando a las generaciones de relevo del globo, al punto de anticipar el lenguaje de la creación.

El guion de la cinta explora la relación de los sueños y las pesadillas del director con la realidad de la pobreza, al límite problemático de la vampirización de la miseria.

El libreto evidencia las enormes brechas y diferencias de un joven Luis ante un contexto de precariedad.

El enfoque político consiste en develar el estado de depauperación de una provincia abandonada a su mala suerte.

Con tres incondicionales, Buñuel se involucra con el entorno, dejando a la cámara exponer y juzgar, para cerrar el discurso ético de la denuncia en la sala de montaje.

Las imágenes plasman un documental urgente de la era de los treinta, cuando la segunda república enfrentaba dilemas y contradicciones.

Luego el escenario de la guerra civil desembocará en la dictadura de Franco. Por consiguiente, la propuesta de “Las Hurdes, Tierra sin Pan” recibirá la censura de propios y extraños, de la izquierda y la derecha, aliadas en un artero ejercicio de prohibición y ocultamiento.

Por fortuna, la historia condenará a los inquisidores, permitiendo la reivindicación de quienes mostraron el dolor de los otros, desde el campo de la construcción antropológica, pasando de la objetividad a la libertad del diseño subjetivo.

No en balde, según el argumento dramático, el maestro se encargó de recrear situaciones y hasta de alterar el curso de los acontecimientos, en función de sus ideas divorciadas de la moral y la corrección. Surgen los planos de las anécdotas sonadas del rodaje, como la simulación de un funeral por el río y el sacrificio de animales.

Vemos al Buñuel imponente y vehemente en el set, ordenando despescuezar un gallo delante del lente, tras previo pago a un anónimo del pueblo.

De igual manera, sorprende la secuencia del disparo a una cabra del monte, a cargo del demiurgo, con el propósito de imprimir una metáfora del desplome y la desolación del territorio de Extremadura, donde se contó el relato.

Al mismo tiempo reencontramos la humanidad en el contacto empático con los niños y menesterosos, dignificándolos a través de close ups y encuadres de empoderamiento de la alteridad.

Los colores ilustran una road movie, un viaje iniciático de afianzamiento de una amistad secreta y efímera.

En soledad, hacia el desenlace, el intelectual extrañará a su “partner in crime”, Ramón Acín, poniéndolo por encima de sus recuerdos de Salvador Dalí.

Al margen de sus buenas intenciones y alcances, “Buñuel en el Laberinto de las Tortugas” me incita dos inquietudes: la domesticación de la vida de un coloso del surrealismo y la fuerte divergencia con la filmografía indomable del artista disidente.

Obviamente, nunca se logra equiparar la crudeza original de “Viridiana”, “El Perro Andaluz”, “La Edad de Oro”, “Tristana”, “El Ángel Exterminador” y “Simón del Desierto”.

Al lado de “Bella de Día”, estamos delante de un parque temático, de una caricatura esterilizada e inofensiva. Una cuestión típica de adaptar un pasado tan incomparable, singular y rupturista.

Hoy nos queda la réplica para chicos, puritana en formas y normalizadora de cualquier desafío del pretérito.

La pandilla surrealista, cumplo con decirlo, hubiese refutado a Buñuel en el laberinto de las tortugas. Imagino a André Bretón dedicándole un enojado manifiesto.

En mi caso, cuestiono la manía explicativa de los diálogos, incluso para traducir imágenes oníricas, desconfiando de las capacidades de abstracción del espectador.

Tengo sentimientos encontrados. Por una parte, encomio el valor de refrescar un legado trascendente.

En paralelo, disiento de los empaques condescendientes de la traslación.

En última instancia, será de provecho para las audiencias menos conocedoras.

Una introducción potable de un cómic.

La verdad se consigue en los fotogramas de Buñuel.