Nuevamente las evaluaciones internacionales en materia de corrupción ubican a Venezuela en el cuadro superior de la deshonra. Acompañamos países cuya sola existencia resulta dudosa: Sudán, Somalia, Siria. Tampoco en esto resultan muy bolivarianos los jactanciosos seres que manejan el poder. El descaro respecto al tema se torna chocante con la visión permanente de pedigüeños, de gente comiendo de la basura, de marchas laborales por superar los escasos 5 dólares mensuales del salario o la pensión, de conciudadanos que necesitan y así claman por medicamentos, por una intervención quirúrgica.
Todos sabemos que el agente destructivo de la corrupción, por minúsculo que sea, incide negativamente en el desarrollo no solo del trabajo y de la educación sino de cualquier aspecto de la vida que signifique bien común o incluso personal. Más corrupción son menos escuelas, liceos o universidades; menos hospitales, menos vías transitables, menos seguridad; en fin, menos ciudadanía atendida debidamente. Por no mentar los míseros sueldos o condiciones laborales que contribuyen en demasía con el desplazamiento forzado en el cual, ya nos enteramos, ocupamos el segundo lugar en el mundo, porque Ucrania sigue padeciendo la guerra que conocemos, impuesta por Rusia. Aquí sin guerra y sin calamidad natural desproporcionada huimos del desastre generalizado de esta supremacía corrupta y terrorista a un tiempo.
En Venezuela no existen controles para el uso de los recursos, esto no constituye una sorpresa para nadie. Tampoco esa marca democrática de la separación de los poderes. Porque lo que debería ser el ejecutivo invade todos los espacios habidos y por haber del poder público, en esta ruta totalitaria que solo encuentra algún freno en la Asamblea Nacional que elegimos en 2015 y casi por carambola permanece como muro de contención de este vertedero de recursos económicos sin freno. Un día cualquiera nos enteramos, como por chisme, del pago efectuado por una dizque escultura de retorcidos fierros o alambres tirada en medio de una autopista. Nadie investiga con seriedad. Nadie, obviamente, puede denunciar. Pero, dándole cabida al chisme, todos nos preguntamos: ¿cómo eso pudo costar eso? Igual ocurre con la universidad bella, o el estadio monumental, o las decoraciones y remozos de las vías. En cuanto a sueldos y salarios no son obras de las que queden mascadas, por lo tanto ahí no se invierte del ¿presupuesto? normal y corriente ni del mal habido que llaman lavado.
Así se van repartiendo y cada quien tiene su cuota y su negocio acaparado. Cada quien de los pocos de la supremacía, se entiende. Su coto cerrado. En la definición del esto es mío y punto. Porque tú tienes lo tuyo. Hacienditas productivas del erario público y notorio. ¿Presupuesto oficializado para eso? Ninguno. El presupuesto de la nación no pasa de ser un trámite como quien va y saca el pasaporte o la cédula. Solo que aquel es menos engorroso. Trámite para callar maledicencias, como esta, lo hicimos, ¿y qué? ¿Vas a decir algo? El típico responder del malandro, del asesino, del capo, del terrorista, del secuestrador.
El saqueo es múltiple y sonoro. No hay para nadie más. La camarilla más alta se agolpa sobre lo que signifique dinero. Total tienen limitaciones para salir del país, para disfrutarse lo mal habido. Tienen solicitudes y pago por sus capturas, algunos. Riesgos todos. Temen un dron, un espía, una persecución, una detención. Por eso el supremacista mayor no acudió a Argentina a la Celac. Por eso el lanzamiento de la primera bola del estadio fue en el mudo silencio de la soledad del poder mal habido con recursos mal habidos. Se esconden a contemplar como crecen las fortunas, mientras dominan por hambre a la gran mayoría de la población. La crueldad carece de límites. Ellos de escrúpulos. De esos niveles deplorables de la corrupción mundial saldremos solo el día que salgamos a la democracia y la libertad, a los controles y la separación de poderes, a la vuelta a la institucionalidad. Si no seguirá el crimen envuelto en obras de gran calado y enorme costo para todos. No hay más.
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