He indagado entre varios amigos dedicados a profesiones y labores muy diferentes, y todos coinciden en que la juventud es lo que una sociedad determinada tiene por tal. Se nos dijo, en algún momento, que un buen líder político, capitán de empresa, dirigente sindical, manager de equipo, médico o plomero, es el de una edad media, ni muy viejo ni muy muchacho, pero de forzar la situación, es preferible aquél que haya acumulado la experiencia necesaria para ejercer la conducción, con un mínimo de condiciones físicas. Y esa experiencia se adquiere con el trabajo diario y el trabajo de calle, no en un laboratorio detrás de las experiencias ajenas, o inventándose historias que solo conoce el involucrado.
Es verdad que Conrad Adenauer pudo dirigir Alemania para su recuperación y reconstrucción después de la II Guerra Mundial, pero también que Rafael Caldera en su segundo periodo, de tan avanzada edad, no hubiese aguantado la zarandeada que le dieron a Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato al tratar de tumbarlo. Un partido, una firma industrial, un sindicato, por ejemplo, no resisten hoy las tensiones y presiones políticas si sus conductores no controlan – al menos – la presión arterial. Esa es la pura la verdad. Aunque tampoco lo harían en manos de cuarentones y mucho menos de treintañeros, por muy ambiciosos que estos fuesen, pues los que pertenecen a estas edades hoy día – producto quizás del avance tecnológico y comunicacional – son de un narcisismo y una banalidad que hace al promedio, absolutamente, prescindible.
Una cosa es que la dirección política, empresarial o sindical promedie el concurso de varias generaciones y, muy otra, que los extremos, deseen monopolizar el esfuerzo preferiblemente ajeno. Sin enterarse quién fue John Kennedy, los imberbes sufren el síndrome: creen que basta la corta edad, la buena apariencia y hasta la sensualidad para sabérselas todas, como explotó muy bien el presidente estadounidense para ganar las elecciones frente a Richard Nixon que mucho después probó que fue mejor con todo lo tramposo que resultó. Lo peor ocurre en el otro extremo al avejentarse la gente más allá de lo que se esperaría. Cuando esto ocurre, el partido, la empresa o el sindicato se van a pique, porque el gerontócrata trata de ganar la competencia del liderazgo a través del ventajismo. En lugar de una competencia sana y abierta para que los electores, los afiliados o los accionistas decidan, este avejentado elemento elimina a los más capaces optando por los figurines de ocasión, más jóvenes y fáciles de dominar.
El gerontócrata está consciente de que la empresa, sea cual sea su naturaleza, no se recuperará y desaparecerá, pero él y sólo él será el que se hunda con el barco como un buen capitán que, además, deben agradecerle su “desinteresada” promoción del relevo generacional. Se dirá que si el gerontócrata no llega, tampoco lo harán sus adversarios más capaces. De modo que incurre en un suicidio político, después de haberse echado al pico a Raimundo y a todo el mundo. Por ello, el régimen ha inducido e induce a tan extrema medida a buena parte de sus opositores. Nunca menciona ni promueve a sus enemigos más capaces, sino a los frasquiteros, los maulas, los necios, que no faltan en cualquiera de los partidos. A los más débiles, dóciles e impresionables en el sector privado de la economía les provee de divisas, buenos contratos y hasta les devuelve los bienes que les quitaron a los dueños originales de las empresas, generalmente, padres de quien ahora se encargan de ella hasta que desaparecen poco a poco, suicidándose o convirtiendo en socios a los altos dignatarios del oficialismo.
Esta triste realidad es la que estamos viviendo en la década actual. Tenemos un país desgastado en todos los sentidos: empresariales, políticos y sociales. La gente se preocupa más por el día a día; la supervivencia de «como llevo a mi mesa el pan diario» es lo que impulsa al venezolano, en general. Estamos viendo desde la barrera como los que dirigen que conducen el país para llevar a todos los venezolanos hacia un mejor porvenir se están suicidando por no haber conseguido sus objetivos, y, además, vemos aterrados como los otros sectores están aliándose para jugar a su propia supervivencia para mantener su estatus en la política venezolana. Sin embargo, tengo la esperanza anclada en la existencia de un sector del país que, por un largo tiempo, ha insistido, resistido y persistido en el trabajo de las ideas impulsadoras de libertad para lograr a futuro una democracia verdadera, para todos los venezolanos. Sigo apostando a la idea de que los buenos somos más y que, en algún momento no muy lejano, nos haremos sentir.
@freddyamarcano