En medio de esta innominada crisis que atraviesa la República, la cual se enmarca en el escollo universal de una pandemia que nos pone en riesgo como género humano, el régimen demuestra su incapacidad para generar bienestar, no en vano para Amartya Sen puede existir una ideología que desprecie el bienestar colectivo y no cabe duda de que el chavismo es una de esas ideologías incapaces de embridar otredad, es más, se podría afirmar que para la coalición en el poder la idea de la igualdad y la justicia social siempre se constituyó en una idea vacua y sin aplicabilidad; de la mano de la andanada del régimen de Nicolás Maduro, la moneda dejó de ser una institución social, el salario perdió razón de ser y la caja de herramientas de la economía perdió utilidad para hacerle frente al desastre económico heredado y ampliado sideralmente por el propio régimen, quien ostenta como logros una escandalosa desigualdad entre aquellos quienes tienen divisas y quienes sobreviven al margen de lo que llamaremos el estado natural del chavismo. Una suerte de reedición tropical, anacrónica y troglodita del estado natural de Hobbes, la existencia para las grandes mayorías es brutal, insoportable, excluyente y por demás insoportable.
El gran legado del chavismo es haber logrado que 97% de la población presente cifras de pobreza de ingreso y 80% de la población manifestase niveles de pobreza extrema, la ingesta de proteínas en Venezuela es inferior a la de Nigeria o Camerún, solo en Sudán del Sur y Yemen la dieta es más precaria que la venezolana, las cifras de la actividad económica demuestran un derrumbe sin precedentes: 86% del PIB en 7 años, una contracción que también abarca a la industria petrolera la cual se ha reducido a cifras de hace 100 años, los míticos 5 millones de barriles de petróleo anunciados por la neolengua desde la boca de Chávez, se han convertido en menos de 400.000 barriles, de los cuales solo 100.000 producen caja para un gobierno que no puede invertir para revertir una prestación calamitosa de servicios públicos, fallas eléctricas en los 23 estados del país, que nos recuerdan los grandes apagones sufridos durante 2019 y que refuerzan la heurística de la afectividad, es decir, el temor y el miedo para la toma de decisiones frente a eventos traumáticos, somos pues una sociedad demolida por la incertidumbre y ahora amenazada por una pandemia en manos de los peores.
En medio de este caos el régimen sufre una inflexión, que le permite ahora presentar síntomas de carácter cercano al sultanato. Mientras la población padece, mientras la escuela y la educación están paralizadas, mientras la infraestructura hospitalaria está destruida, el régimen acude a una inflexión que blinda el relato del poder frente a la normalidad. El chavismo busca controlar a la sociedad, lo cual ya ha logrado, y para ello cimienta un discurso de normalidad en medio de las peores condiciones, llegando al desaguisado de decretar de manera unilateral el inicio de las navidades, pues esto le permite recalificar, escapar de la posibilidad de asumir responsabilidad y vaciar el discurso.
Con la escuela hecha añicos, con la educación tomada por la vía factual de abandono y la miseria inoculada a su comunidad, se logra impedir la construcción de un contradiscurso, el régimen decreta que las navidades llegaron y cual Calígula tropical adelanta el calendario y decide encender en la esquizoide capital de un ex país, un espectáculo de luces y rayos láser desde el distante Hotel Humboldt, ubicado en el cerro Ávila, al cual la fuerza de la lengua ha impedido que sea reclasificado como Waraira Repano, en esa idea tan perversa y concreta de romper los vínculos con Occidente, incluso con el lenguaje español. La maniobra de la narrativa para la dominación subyacente en el decreto de la Navidad este 15 de octubre busca desviar el foco de las dificultades, debilitar la argumentación e imponer la normalidad, sin embargo, la carga de crueldad es inmensa, a nivel global la pandemia se ha cobrado la vida de más de 1 millón de víctimas y la situación de Venezuela no puede ser más lejana a la de la celebración navideña. Esta no es la primera vez que el régimen acude a la estafa de la falsa normalidad, aquí se han adelantado carnavales, se celebran días feriados por exceso o defecto, es decir, el equilibrio de perlocución que supone la construcción de mensajes reflexivos y racionales está en quiebra.
Esta nueva inflexión devela cómo el chavismo ha degenerado en un modelo totalitario, con una cabeza visible que aun fallecida se decide mantener en vida, bajo designios de la gigantomaquia de Rabelais; un partido único, un lenguaje cuartelero y militar, con pensamiento único y arcaizante y ahora con visos claros de sultanato, una élite que disfruta del erario público hecho botín, para festejar cual Heliogábalo, en medio de estos brutales momentos. El reto es impedir que la neolengua y la falsa normalidad logren colonizar nuestra lengua y construir discursos con proxemia al horror.
Decretar navidades es un acto de crueldad, que solo logrará tener éxito en la medida de haber logrado hablantes deficitarios, que compren la idea de que la pandemia fue controlada, que la economía y su ruina obedece a las sanciones y no a la absoluta responsabilidad de quienes hoy usurpan el poder, y que es además posible que ahora en medio del clímax de la pandemia, la eclosión de la hiperinflación y el derrumbe económico, se pueda decretar por la vía unilateral la llegada de estacionalidades que solo buscan sacar de foco la terrible situación que hoy padecemos, a los fines abyectos y aviesos de producir mayor grado de estabilidad y control de la sociedad.
Necesitamos decir la verdad, asumirla, aceptarla y reconstruirla, solo en ese momento habremos conquistado la libertad.
“Cuando se ahonda la crisis interna del sistema totalitario hasta el punto que es evidente para todos, y cuando un número cada vez mayor de personas logra emplear su propio lenguaje y rechazar el lenguaje charlatán y mentiroso del poder, la libertad se encuentra sorprendentemente cerca, incluso a corto alcance”.
Vaclav Havel
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