Por “sugerencia” de la misma cúpula militar que antes lo había apoyado y protegido, ya se ha consumado la salida del poder de Evo Morales, uno de los pocos aliados que le quedaba a Nicolás Maduro en la región. No voy a discutir que ese hecho constituyó un golpe de Estado, porque una “sugerencia” que se hace con la pistola al cinto y rodeado del alto mando militar, no es distinta de un ultimátum lanzado desde un tanque. Pero lo cierto es que la ruptura del orden constitucional se produjo mucho antes, cuando Evo Morales convocó a un referéndum para reformar la Constitución y permitir su reelección indefinida; no obstante que ese referéndum lo perdió, Morales no aceptó el veredicto popular. No cabe dudas que Evo Morales sometió a su control a los demás poderes públicos, particularmente al poder judicial, y que en los últimos días de su mandato cometió un evidente fraude electoral, intentando perpetuarse en el ejercicio del poder. Las masivas protestas sociales le dieron aliento al general Kaliman, antiguo aliado de Morales, que se negó a reprimir al pueblo, y que luego hizo su “sugerencia” con toda la parafernalia militar. Sin pretender alentar que los militares intervengan en política, sólo con la idea de comprender mejor lo que está ocurriendo en nuestro entorno, la pregunta es, ¿por qué ese tipo de sugerencias no se hace en situaciones iguales o más complejas que las vividas por la sociedad boliviana?
A diferencia de Bolivia, en el caso venezolano la Constitución permite la participación de los militares en la política, y ellos hacen uso (y abuso) reiterado de ese derecho, también con la pistola al cinto. En Venezuela, hay tanta gente en la calle como en Bolivia; hay los mismos elementos de fraude electoral que en Bolivia, y hay la misma interferencia en la administración de justicia que había en la Bolivia de Morales. Pero, en Venezuela, los militares no necesitan sugerirle a Maduro que renuncie a la presidencia de la República, porque, después de todo, son ellos los que mandan, y son ellos los que están detrás de las bambalinas del poder. En realidad, en Bolivia no se observaban los mismos síntomas de corrupción que en la Venezuela bolivariana, o de la magnitud que en esta empobrecida Venezuela, y no hay indicios de que algunos importantes militares bolivianos estuvieran involucrados en el narcotráfico, como sí se ha afirmado en el caso venezolano. Esa arista puede tener algún impacto a la hora de que los militares hagan, o no hagan, “sugerencias” de ese tipo a Nicolás Maduro. Pero algo debe estar pasando para que Morales eligiera irse a México, y no le solicitara asilo a su “hermano” Nicolás, con el que, ciertamente, tiene más sintonía que con López Obrador.
Es bueno que los autócratas se vayan, pero no para ser sustituidos por autócratas de distinto cuño. Es bueno que quienes sistemáticamente han violado la Constitución dejen el poder, por una renuncia espontánea o inducida; pero es malo que sean reemplazados por quienes se inauguran violando la constitución, “trayendo de vuelta la Biblia” a un Estado laico, y anunciando que los militares que participen (no “que hayan participado”) en el restablecimiento del orden interno “estarán exentos de responsabilidad penal por los crímenes que puedan cometer; esto es, impunidad no por los crímenes que hayan cometido, sino por los crímenes que puedan cometer. En política, aunque los fines sean legítimos, no todos los medios valen para alcanzarlos. Por eso, hubiera sido interesante escuchar la voz de los presidentes democráticos de la región, y del Secretario General de la OEA, en torno a la intervención de los militares en política, ya sea haciendo “sugerencias” para que un déspota se vaya del poder, o guardando un silencio cómplice para que un tirano mayor se perpetúe en el poder.
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